Marielba Núñez

Este 5 de marzo se cumplirán tres años del anuncio oficial de la muerte de Hugo Chávez. Durante todo ese tiempo no ha habido respuestas a muchas de las interrogantes que se plantearon acerca de la enfermedad y las circunstancias que rodearon el fallecimiento de quien fue presidente de Venezuela durante casi tres lustros, asuntos que desde el gobierno se manejaron con absoluto hermetismo, pese a que se trataba de acontecimientos que iban a afectar de forma dramática el destino de todos los venezolanos. Aún hoy prevalecen las conjeturas y las suposiciones sobre el tema, pues quienes podrían correr el manto de desinformación sobre esos eventos persisten en guardar el más absoluto de los silencios.

La confusión sobre la verdadera naturaleza de la enfermedad de Chávez prevaleció durante casi dos años. Podría decirse que comenzó desde el 9 de mayo de 2011, cuando el entonces presidente anunció que suspendería una gira por América Latina debido a una lesión en la rodilla. Un mes después se sometía a una intervención en Cuba y al cabo de un par de semanas informaba, finalmente, que estaba recibiendo tratamiento contra el cáncer. Aunque el 25 de septiembre de ese año aseguraba públicamente que se había recuperado, poco después Salvador Navarrete, quien había sido uno de sus médicos de cabecera, advertía en una entrevista concedida al diario mexicano Milenio que en realidad la condición del mandatario era grave y que su pronóstico de vida era de no más de dos años, lo que implicaba que había que hacer esfuerzos por lograr una transición lo menos traumática posible hacia un gobierno conducido por otra figura.

Desde ese momento, todos los esfuerzos de quienes detentaban el poder político parecieron concentrarse en convencer a los venezolanos de que ese llamado de alerta carecía de credibilidad y para ello se valieron incluso del testimonio de otros profesionales de la salud también cercanos a Chávez. Hoy resulta casi asombroso leer las reseñas de la rueda de prensa en la que los médicos Fidel Ramírez, Rafael Vargas y Earle Siso García enviaron un mensaje tranquilizador a la opinión pública sobre el estado de salud del presidente. Al final el tiempo le dio la razón a Navarrete, pero eso no salvó al país de tener que afrontar meses de incertidumbre y de rumores, un tiempo durante el cual los informes sobre la evolución de Chávez llegaban a cuentagotas, filtrados a través de personajes que recibían sus datos de fuentes anónimas.

Transcurridos los años, sería oportuno interrogarnos sobre las lecciones que aprendimos de aquellos meses en los que opacidad fue la norma. Debería haber quedado claro que en una sociedad democrática la información sobre la salud de un presidente no puede manejarse como un asunto secreto. Tampoco debemos olvidar a quienes pusieron el mayor empeño en tratar de ocultar una verdad que el país tenía derecho a escuchar, lo que incluye a médicos y funcionarios públicos de muy alto rango. No podemos dejar que una especie de amnesia cubra todo lo que ocurrió alrededor de ese episodio, porque eso significaría aceptar que merecemos vivir en la mentira y ser los habitantes de una farsa.