Marielba Núñez

Al J. M. de los Ríos se le conoce como el «hospital de niños» lo que significa que debería ser el hospital de todos, el consentido de los centros asistenciales de Caracas, nuestra tacita de plata. En cambio, si se tratara de un espejo donde los venezolanos tuviéramos que mirarnos, nos devolvería una imagen que nos llenaría de horror. Los pequeños pacientes que acuden a él reciben atención únicamente gracias al compromiso y la voluntad del cuerpo de médicos y del resto del personal que está a cargo de los servicios, quienes trabajan en condiciones que en realidad son totalmente inaceptables.

La lista de problemas derivados de la desidia gubernamental es interminable y se ha denunciado hasta la saciedad, pero no parece que conmueva ni un poco a las autoridades encargadas de la administración de salud. Allí se incluyen reparaciones que nunca se concluyeron y en las que se dilapidaron recursos millonarios, por lo que hay zonas del hospital que parecen una verdadera ruina. A ello se añade una crónica falta de insumos y medicamentos y el déficit de especialistas de todo tipo, un vacío cada vez más difícil de llenar debido a la fuga permanente de talento y a los bajísimos sueldos que reciben estos profesionales.

Sin embargo, en las últimas semanas la situación del J. M. de los Ríos ha llegado a extremos que causan una indignación que es imposible expresar en palabras. Basta saber que algunas noches de las últimas semanas los pequeños hospitalizados se han ido a dormir con hambre. La directora del hospital confesó en entrevistas con medios de comunicación su impotencia para hacer frente a la situación, pues las redes de distribución estatales dejaron de venderles el alimento que necesitan, cuando esa debería ser una prioridad indiscutible. Los niños han comido cuando sus madres y padres han podido conseguir algo de leche en las calles de una ciudad dominada por un paisaje de escasez y de colas. Por si esto fuera poco, al hospital se le hizo parte de un cronograma de racionamiento de agua que ha obligado durante varios días a inutilizar zonas vitales como terapia intensiva y que en general impide tratar a los niños con el mínimo de higiene que se requiere para al menos disminuir el peligro de contaminación.

Es sin duda el momento más oscuro de la historia del hospital de Niños J. M. de los Ríos, una institución que ha sido vanguardia y que ha dictado cátedra en Pediatría no sólo en Venezuela sino en toda Latinoamérica desde que se fundó, en 1936. En sus primeros tiempos, se hicieron cargo de organizarlo médicos de la talla de Pastor Oropeza, Gustavo H. Machado y Lya Imber, que dejaron un ejemplo que todavía sigue vigente para las nuevas generaciones, esas que hoy en día perseveran en sus esfuerzos para que el hospital no cierre sus puertas, una tarea que, dadas las adversidades y la indiferencia del gobierno, luce titánica y casi imposible.