“¡Mamá, me voy una semana!”, fue, al parecer, la frase más popular en casa de los ucabistas que este año, en Semana Santa, salieron hacia diferentes puntos del país para acompañar e intercambiar con venezolanos que viven en condiciones precarias. El programa PAZando, liderado por la Dirección de Identidad y Misión, coordinó visitas en la Guajira, El Tukuko, estado Zulia; Cottolengo, Santo Domingo, estado Lara; Santa Elena de Uairén, estado Bolívar; y Santa Catalina, estado Delta Amacuro.

Los muchachos tuvieron una experiencia enriquecedora y provocaron sonrisas, gestos de acercamiento y de intercambio. Ahora tienen amigos en poblaciones del mapa criollo que antes ni sabían que existían.

Los jóvenes ucabistas pudieron palpar una realidad diferente. Vivieron una aventura, se sorprendieron, pasaron ciertas incomodidades… pero disfrutaron. He aquí dos testimonios.

GUAYOYO EN SANTO DOMINGO

Primero en un autobús muy cómodo; luego, en un camión 350 y después en el vaivén de los jeeps. Dieciséis estudiantes de esta universidad llegaron llenos de polvo y tierra a Santo Domingo, estado Lara. Un sol abrumador y la comunidad cafetalera los estaba esperando; una pancarta de «bienvenidos» más un almuerzo.

En el lugar hay una escuela de Fe y Alegría con dos salones: en uno ven clases primero, segundo y tercer grados; en el otro, cuarto, quinto y sexto. Solo hay dos maestras, bachilleres porque ninguna había tenido la oportunidad de estudiar educación. Silter Buaiz, estudiante de Ingeniería Civil, cuenta que durmieron en la escuela, las chicas en un salón y los chicos en la cocina.

A las 5:00 am ya la comunidad estaba de pie. Debían cultivar su conuco, sacar lo que iban a consumir y trabajar el café. Los ucabistas estaban en los salones dictando talleres de sexualidad o haciendo dinámicas deportivas y de refuerzo escolar. En las actividades deportivas buscaron que niños y niñas jugaran juntos, ya que por razones de machismo las niñas han sido tradicionalmente excluidas. “No saben jugar”, dicen los varones. En las noches, la gente los invitaba a sus casas de bajareque. Se encendía el fogón para preparar las típicas arepas de maíz pilado; se tomaba guayoyo bien caliente. Y se contaban historias de la tierra y de la familia.

Recorrieron La Salvajera, donde trabajan el conuco. Para llegar fue todo un día de excursión. A la hora de la comida, Buaiz se sintió sorprendido cuando uno de los niños sacó una arepa de maíz rellena de arroz blanco. “Él se lo comía con todo gusto, yo no podía entender… Pero empecé a ver la realidad del otro. Nuestra necesidad hoy día en el país no es nada: aquella gente ha vivido así toda la vida”.

El resto de los días los pasaron llenos de tierra, pero a ninguno de los visitantes le importaba. Es lo usual y lo natural en aquellos parajes. Los niños y la gente están así todo el día. Lo importante para ellos era lo que podían hacer y cómo podían ayudar a los demás.

EL NULA

Bajando del frío que ofrecía un autobús expreso, al calor de la frontera en Apure, Carlos Escobar, estudiante de cuarto año de Psicología, se topó con la ruralidad de El Nula. Él nunca había visitado Apure, ni tampoco había estado tan cerca de la frontera. Se encontró bajo un cielo nublado, ambiente húmedo y motos que iban y venían. Vio el contraste de casas de bloques, unas, y otras de zinc; los apureños que se detenían a observar a los visitantes.

Estudiantes de Comunicación Social, Sociología, Relaciones Industriales y Psicología eran parte del grupo que se incorporó a las actividades locales del colegio Fe y Alegría. También estuvieron con los representantes del Servicio Jesuita de Refugiados y del Instituto Radiofónico Fe y Alegría. Todos los días caminaron dos kilómetros hacia el colegio.

El hogar de los ucabistas estaba en la parroquia de la comunidad. La primera tarea consistía en dictar charlas de sexualidad a los chamos de primero a sexto año, tanto de Fe y Alegría como del Colegio Técnico Agropecuario. El contacto con los niños fue inmediato, las sonrisas invadían sus caras aunque luego se entristecían al saber que pronto aquellos nuevos amigos abandonarían la zona para volver a Caracas.

“A los chicos les gustaría estudiar Economía, Comunicación Social o Ingeniería. Tienen deseos de superarse y de ir a la universidad”, rememora Escobar. Preguntaban cómo era Caracas y cómo era la UCAB. Tenían dudas de cómo era la playa porque algunos nunca habían ido.

Las tardes eran más calurosas en comparación a Caracas, y en general los muchachos provenientes de la capital se sintieron allí más seguros. Visitaron a los desplazados de Colombia. Gran parte de los refugiados vive bajo humildes techos de zinc. “Íbamos a ver cómo estaban y, si alguno quería, nos contaba su historia. Algunos no reciben una respuesta del gobierno. Tienen como un documento de entrada de desplazados y cada seis meses tienen que ir a sellarlo en Guasdualito”.

La escasez y el desabastecimiento están presentes en Apure. Los habitantes hacen un esfuerzo por vivir bien, incluso los niños hacen un esfuerzo por seguir estudiando, aun cuando algunos deben caminar dos horas para llegar a su escuela. La pobreza no es algo ajeno a la zona, pero la gente tiene ganas de salir adelante. Esa es la impresión que causaron en los visitantes de PAZando.

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Carlos Escobar, estudiante de Psicología y parte del equipo de ucabistas que viajó a las comunidades del estado Apure

 

♦ Katherine González