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Zapata siempre

Elías Pino Iturrieta

En un dibujo de antología, Edo pinta a Pedro León Zapata como conductor de un autobús repleto de personas anónimas, unas personas anónimas a quienes sirvió con su genio. ¿Hacia dónde las conduce? ¿Cuál es el itinerario de ese viaje aparentemente corriente? El chofer de festivo rostro no tiene las manos en el volante del trasporte colectivo, sino en sus colores y en sus pinceles. No es una guagua que va en reversa, como dice la canción. El chofer que no se ocupa del volante, sino de su asunto de pintar y pintar, hace un viaje hacia hechos que no han pasado, hacia lo que no ha sucedido todavía, con el propósito de meter a sus pasajeros en la historia; para hacer de la presencia de todos nosotros un asunto posterior e insustituible sin el cual no se puede llegar a un entendimiento cabal del país contemporáneo.

Los trabajos cotidianos de Zapata se diferencian de los otros de la misma especie por el vínculo singular que establecen con la realidad. ¿Por qué es el dibujante y el artista que se ha convertido en una referencia especial, en una referencia obligatoria, en una necesidad compartida por la colectividad? No tengo una respuesta nacida del saber profesional, ni del conocimiento de las bellas artes, pero es evidente que supo poner el ojo en los asuntos de incumbencia general para dar siempre en el clavo y para que sintiéramos que el martillo que daba en ese clavo lo movíamos nosotros, sus lectores y sus espectadores. Recreó la realidad con una subjetividad que, debido a sus altos vuelos, dejó de ser una sensibilidad individual para devenir en aceptación general y gozosa, en trabajo de todos hecho por todos, aun por los que carecemos de habilidades artísticas. De allí la importancia de su legado, sin menoscabo de los que otros de su oficio hicieron y hacen por Venezuela.

Semejantes resultados se deben a una formación profesional meticulosa y comprometida, pero también a cómo, mientras maduraba en ella, supo buscar caminos de autonomía que lo llevaron a ser lo que fue y lo que sigue siendo. Tengo al respecto una hipótesis que quizá lleve a una conclusión digna de crédito. Como deben ustedes saber, después de estudiar en la Escuela de Artes Plásticas de Caracas, en 1947 el joven Pedro León Zapata fue a perfeccionar su oficio en México. Allí estuvo durante once años, como discípulo y después como docente. No solo estaba entonces en su apogeo el muralismo posrevolucionario, sino también la dictadura personal de Diego Rivera. Zapata recogió en algunos relatos sobre su establecimiento mexicano el impacto que causaba el gran Rivera ante sus discípulos y ante el público en general, pero también la tiranía que pretendía imponer sobre las tendencias pictóricas y sobre temas políticos. La clientela que le seguía era entusiasta, caudalosa y fanática, según los fragmentos del joven venezolano que lo escuchaba o que aprendía de él. Sin expresar críticas fulminantes en sus relatos, ese joven perspicaz y talentoso advirtió que lo más conveniente era distanciarse de esa autocracia capaz de encasillarlo para que mirase la realidad según los ojos y los caprichos de un genio orientado a la omnipotencia. Tomó las prevenciones del caso, y se convirtió del todo en Pedro León Zapata. Un artista en proceso de formación que es capaz de llegar a una conclusión de esa magnitud estaba llamado a los grandes destinos que celebramos hoy.

Es la madurez  y la lúcida independencia que advierten los venezolanos a partir de 1958, cuando vuelve para colaborar en importantes publicaciones, o para fundarlas. Es entonces cuando se convierte en traductor imprescindible de la realidad, a través de unos aportes cotidianos que, aparte de expresarse con una peculiaridad capaz de trasmitirse y de pegarse en ojos y en corazones ajenos, hacían radiografías profundas de la sociedad. De allí el respeto y la confianza que inspiraban en los destinatarios de las publicaciones periódicas, pero también el temor y aun el odio que provocaron en los detentadores del poder ante el cual jamás se inclinó. De allí el hecho de que todavía El Nacional se aferre a sus viñetas, o que solo se atreva a insinuar un sucedáneo en quien lo pintó manejando un autobús atiborrado de venezolanos.

Publicado en el diario El Nacional el 17 de abril de 2016

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