Marielba Núñez
Luego una temporada marcada por la sequía y el racionamiento de agua, la lluvia debería ser una buena noticia. Pero, muy por el contrario, los aguaceros que comenzaron a caer el pasado fin de semana se convirtieron en motivo de angustia en varias ciudades del país. Bastaron unas horas para que se multiplicaran las calles anegadas, varias quebradas se desbordaran y más de una familia se viera obligada a abandonar su vivienda repentinamente y por tiempo indeterminado.
Es evidente que no hemos aprendido la lección y que no han servido de mucho las enseñanzas que deberían haber dejado tragedias anteriores causadas por la falta de previsión gubernamental y la improvisación urbana. No ha pasado tanto tiempo, por ejemplo, del desastre que ocurrió a finales de 2010, cuando varios días de lluvias intensas dejaron damnificados a más 130.000 venezolanos. La emergencia sirvió como excusa para que el gobierno del entonces presidente Hugo Chávez obtuviera la aprobación de una ley habilitante, aunque luego sólo 5 de los 18 instrumentos legales que se aprobaron en ese marco tuvieron relación con la crisis por la pérdida de viviendas.
No dejan de ser elocuentes la dejadez y la negligencia en todo lo que se refiere a prevenir las contingencias naturales. Situaciones como las que estamos presenciando en estos días han sido tradicionalmente el preludio de medidas y recursos extraordinarios que luego van a favorecer a determinados grupos políticos o económicos. No hemos podido ni siquiera tomar un respiro de un período de privaciones, cuando ya tenemos que hacer frente a otras desgracias sobre las que ninguna autoridad se hace responsable y que seguramente darán motivo a nuevos anuncios del gobierno nacional sobre decretos e inversiones especiales sobre los que no se admite queja ninguna. La conmoción es el argumento para obligar a la ciudadanía a aceptar decisiones que se toman en función de lo inmediato, del corto plazo o de intereses difícilmente confesables, y el tiempo pasa sin que tengamos el sosiego necesario para planificar y ejecutar los cambios que nos ahorrarían las aflicciones de mañana.
Se sabe que en materia de prevención para evitar desastres por las lluvias y por otros eventos naturales no es necesario empezar de cero, pues hay innumerables estudios y propuestas de universidades, organizaciones públicas y privadas y centros de investigación que podrían ayudar a trazar el camino a seguir si en realidad se quieren impedir catástrofes anunciadas. Por supuesto, hay que anteponer los intereses del país y de los ciudadanos a los de sectores para los indudablemente las calamidades dan mejores beneficios.