Fernando Mires
Fueron dos días y medio. Poquísimo para obtener una sola impresión, puede pensar alguien. Lo desmiento. En esos dos días y medio pude aprender sobre Venezuela más que en un año.
Compruebo una vez más: el tiempo debe ser medido no solo en extensión sino en intensidad. Hay un tiempo extensivo y otro intensivo, creo que fue una tesis de Henri Bergson. Si es así debo decir que pocas veces en mi vida he vivido el tiempo con tanta intensidad como en ese breve lapso .
La primera pregunta que tuve que contestar en el 8. Festival de la Lectura de Chacao ya la imaginaba: ¿Cree usted que en Venezuela hay una dictadura? Sí y no respondí. En todo caso no es una dictadura total pues si así fuera no estaría yo aquí hablando ante ustedes y al aire libre. Durante la noche pensé que esa respuesta era insuficiente. Si yo podía hablar al aire libre hay muchos que viven y sufren bajo el encierro de una dictadura. Los presos políticos y sus familiares, por ejemplo.
¿Cómo definir a ese gobierno? Para los venezolanos parece ser la pregunta del millón. Algunos piensan incluso que de cómo se defina al gobierno depende la acción política a escoger. Si es una dictadura hay que pasar a la lucha de resistencia. Si no lo es, hay que adaptarse a los caminos constitucionales.
Para mí, sin embargo, las definiciones tienen más importancia académica que política. Lo que importa en política son los acontecimientos –lo aprendí de Hannah Arendt- y no las grandes definiciones teóricas. La política es una práctica existencial y por lo mismo debe ser reformulada día a día de acuerdo a como se presenta cada situación. No podemos dejarnos manejar por definiciones rígidas. No actuamos recibiendo ordenes de una definición como un automático de una moneda. La realidad es más compleja.
¿Democracia o dictadura? Me preparé para reformular mi respuesta en las próximas oportunidades. Lo que dije fue lo siguiente: en Venezuela hay una coexistencia de espacios. Hay espacios dictatoriales y hay espacios democráticos. ¿Cómo se explica eso? Intenté ejemplificar: el Festival de Chacao es un espacio democrático, pero, además, hay otros.
Hay gobernaciones, alcaldías, incluso barrios controlados por la oposición. Más aún: si hacemos un recuento, veremos que los espacios democráticos han aumentado y los dictatoriales disminuido. Dentro del mismo Estado hay un gran espacio democrático representado por la AN. El del gobierno en cambio es un espacio dictatorial. Hay luego, una lucha de poderes, tanto al interior como al exterior del Estado.
Venezuela entera está cruzada (y agujerada) por espacios democráticos y dictatoriales. Eso es lo que en su estupidez eterna no logran entender los extremistas de escritorio que se dicen de oposición. Porque de lo que se trata en Venezuela es de continuar ampliando los espacios democráticos hasta que llegue el momento de ocupar el recinto clave: el ejecutivo. Y bien, ese momento, en mi opinión, ya está llegando.
Quienes piensan que en Venezuela hay “solo” dictadura, en su propósito de descalificar al gobierno, lo único que logran es descalificar a la oposición.
Primero -así lo formulé en mi segunda intervención en el Festival- ya durante Chávez fue formada en Venezuela una oposición cuyo nivel unitario es superior a la de muchos otros países latinoamericanos. Segundo, esa oposición, desde 2007 hasta ahora, ha continuado avanzando, conquistando nuevos reductos. Luego, si en Venezuela no hay una dictadura absoluta, eso no debe ser atribuido a la generosidad del gobierno –cuyo carácter militarista, militar y dictatorial es innegable- sino, y esto es lo decisivo, ha sido y es una conquista de la oposición.
Dicho con cierta ironía: si hay algo que ha salvado a Chávez y a Maduro de ser dictadores absolutos, ha sido la lucha opositora. Los chavistas inteligentes –vamos a suponer que los hay- deberían estar agradecidos de la oposición. No obstante, la estupidez extremista – afortunadamente minoritaria en la oposición- piensa igual que los chavistas y los militares. Para ellos el único poder que cuenta es el instrumental (armas). Para ellos no existe el poder social, el poder cultural, el poder territorial, el poder popular. Si, el poder popular.
Ramón Muchacho, el socialmente muy comprometido alcalde de Chacao, me llevó a conocer las largas colas “desde dentro”. Fue una experiencia vital. Pude observar que en las colas predomina una estricta disciplina, que la gente dialoga entre sí y es muy accesible a las preguntas de los foráneos (quizás pensaban que yo era un periodista). La gran mayoría localiza el origen del problema: la incompetencia sin límites del gobierno. Sin que yo les preguntara mucho me contaron como los policías se repartían entre sí los productos dejando solo lo que restaba a los miembros de la cola. Luego, como estos los revendían a los bachaqueros. Señor, me dijo una anciana de estatura muy bajita: “aquí nos faltan a cada segundo el respeto”. La frase me tocó el alma.
Yo creo que la gente puede entender ciertas razones que provocan la escasez e incluso perdonar la mala administración, pero no que le falten el respeto. Todos, hasta el más pobre y desamparado necesita de un mínimo de reconocimiento. Pero ese respeto no existe en Venezuela. Los jerarcas dan el ejemplo. Duplicando las obscenidades del presidente muerto no paran de insultar en los términos más ofensivos a todo quien se les oponga. Mienten además, pero sin cansancio. Inventan conspiraciones y magnicidios. Destruyen todos los días a la palabra y con ello a la política.
No culpo por supuesto a Maduro de haber inventado la delincuencia. Pero sé que la delincuencia aflora donde no hay normas, ni reglas, ni leyes, es decir, justo lo que no respeta el gobierno. Ese gobierno no solo ha destruido la economía, ha destruido a la nación civilmente organizada.
Tuve oportunidad de conversar directamente con dirigentes políticos y activistas sociales. Compartí por supuesto con Henrique Capriles. Pude confirmar así mis apreciaciones previas. Capriles no es un hombre de frases marmóreas ni habla contemplándose en el espejo de la historia. Para mí siempre ha sido un líder, un conductor en el exacto sentido de la palabra. Sabe –como un experto conductor automovilístico- cuando hay que avanzar, frenar, desviar la ruta, y cuando es necesario apretar el acelerador hasta el mismo fondo. Me pareció que eso es lo que se aprestaba a hacer en ese momento cuando el CNE por orden del ejecutivo se negaba a entregar las planillas destinadas a dar curso al referéndum revocatorio. Pero, además, Henrique, a diferencia de otros líderes que he conocido, tiene una particularidad muy propia: sabe escuchar. No lo digo por mí –al fin y al cabo yo era un invitado- sino por la forma como indagaba y seguía las opiniones de los otros dirigentes políticos presentes en la reunión.
La reticencia del gobierno a entregar las planillas me hizo salir de Venezuela muy preocupado ese Miercoles 27 de Abril. Sabía que si el gobierno no hacía caso de la presión en su contra iba a ocurrir un estallido muy cruento. Fue recién en París, cuando conectado al Wifi del aeropuerto y al revisar la correspondencia leí la cáustica noticia que me enviaba un amigo: “las van a entregar”. Respiré hondo. Otra vez Venezuela, al borde del abismo, se había salvado de una tragedia masiva. Otra vez había sido probado que cuando la unidad es compacta, que cuando las decisiones son tomadas en conjunto, el gobierno cede y otro nuevo espacio será conquistado. Desde ahora los venezolanos comienzan a vivir en el espacio de las elecciones revocatorias.
Destaco la palabra elecciones. El referéndum será otra elección más, al igual que las regionales que deberían tener lugar este año. Estas últimas no son contradictorias sino complementarias con el plebiscito revocatorio. La oposición, pese al gobierno y a sus descentrados críticos internos, seguirá transitando por la vía democrática, electoral, constitucional y pacífica.
Fueron para mí dos días y medio que en términos de intensidad fue mucho tiempo. Aún tengo en mi memoria los rostros de Lilian Tintori y Diana López haciéndome entrega del libro que escribió Leopoldo López en prisión. Diana me contó que partes del libro de su hermano habían sido escritas sobre su propia piel. Lilian me hizo un preciso relato de las vejaciones que sufren cada vez que visitan a Leopoldo. Cuando mirándome con esos ojos intensos que tiene me preguntó: ¿Qué le digo a Leopoldo? mi respuesta fue espontánea: “Todo mi respeto Lilian, toda mi solidaridad, todo mi apoyo”
Conversar en solo dos días con una buena parte de la clase política y con lo más granado de la cultura de un país fue para mí un gran privilegio. No olvidaré las palabras que intercambiamos con César Miguel Rondón, Tulio Hernández, Leonardo Padrón, Ramón Guillermo Aveledo, Teodoro Petkoff (cuyos ojos mantienen la lucidez que antes expresaba en sonoras palabras), Ramón Muchacho, Julio Borges, Alonso Domínguez, Elías Pino Iturrieta, Paulina Gamus, Sergio Dahbar; y paro de contar. No olvidaré a Mariaca Semprún cantando igualito a la Lupe. Y no olvidaré a ese joven de 86 años sentado en la primera fila el día de la presentación de mi libro “El Cambio”. Me refiero a Rafael Cadenas, para mí el más grande poeta vivo de todas las Américas.
Una mención especial a Albe Pérez, organizadora del evento y “mi amiga de toda la vida” como ella misma se definió con mucha gracia una hora después de habernos conocido. Pocas veces he visto tanta dedicación, talento y simpatía unidos en una sola persona.
Cuando entre tanto libro, canciones y recitales, alguien me preguntó que opinaba del Festival de Lectura, mi respuesta fue: “Esto es una pequeña Atenas”. Con ello quise decir que esa luz una vez aparecida en la polis griega, rodeada de enemigos y de bárbaros, aparece de pronto alumbrando en los lugares más inesperados. Pienso que alguna vez Venezuela llegará a ser toda entera, igual a ese festival.
Al fin y al cabo, hasta un anti-utópico radical como yo tiene derecho, de vez en cuando, a creer en alguna utopía.
Fuente: El Blog de Fernando Mires