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1999-2016: Tiempos inciertos

Marcelino Bisbal

I

Estos diecisiete años en la vida del país y en la de sus ciudadanos han sido tiempos llenos de incertidumbre, de desarraigo, de tendencias autoritarias, de conflictos, de polarización, de barbarie… en definitiva, han sido tiempos inciertos. La cultura cotidiana de los venezolanos, poco a poco y de manera gradual, ha sufrido cambios motivados por múltiples procesos y acontecimientos que han limitado de manera decisiva nuestra forma de ser y de percibirnos como venezolanos. Si por cultura queremos entender aquellas imágenes, valores, percepciones, creencias… mundos simbólicos, qué duda cabe de que hemos tenido profundas y determinantes mudanzas. En síntesis, desde el punto de vista cultural y comunicativo la vida cotidiana se ha visto transformada en estos años de la denominada revolución bolivariana o socialismo del siglo XXI.

Esto que han llamado el proceso ha moldeado de manera determinante nuestra sociedad. El país se ha vuelto un manojo de imágenes y palabras que nos dividen y polarizan. Nuestras identidades, con las cuales nos identificamos y nos reconocemos frente a nosotros y a los otros, se han fragmentado en mil pedazos.

El acceso en 1999 del gobierno chavista impone una ruptura en la era democrática que venía viviendo el país. Una etapa con sus imperfecciones y problemas, pero siempre susceptibles de ser corregidos de una manera civilizada, en donde la política debía jugar un papel clave. Pero el conflicto político y la amenaza que lo invadió todo se impusieron como la forma de avanzar y dirimir las diferencias y las dificultades. Esto fue motivado y aupado de lado y lado. ¿Quién  arrancó?

En el primer tramo del gobierno de Chávez Frías comenzó una peculiar manera de entender el juego político. El otro, el que piensa distinto, el diferente, es un enemigo y un traidor a la patria que hay que liquidar. Surge así una nueva (¿?) forma de entender la política en donde la ley, las instituciones y el aparato militar tienen que estar al servicio del experimento socialista. El Estado se fue convirtiendo de manera gradual en un Estado hegemónico que invadió hasta los más pequeños resquicios de la vida pública y privada: la fuerza armada, la economía, las calles, los hogares y familias, la educación, la cultura, la ciudadanía, las relaciones sociales, la comunicación… El pensador y político liberal francés Alexis de Tocqueville lo percibió de manera lúcida. Nos llegó a decir que cuando un país o una nación pasa de ser libre a otra que no lo es, cambia de manera drástica la vida política y pública que domina en la sociedad. El desaparecido periodista Jesús Sanoja Hernández, en su libro Entre golpes y revoluciones (2007), nos lo planteó en estos términos:

“Había llegado el tiempo en que un jefe golpista, derrotado en la era nona, entrevistado en los sitios de reclusión –cuartel San Carlos, cárcel de Yare–, pudo, ya libre, recorrer la nación de punta a punta y visitar países claves y finalmente lanzarse a la lucha por la Presidencia, y ya alcanzada ésta, imponer un sistema de relaciones entre militares y civiles cuyos efectos aún ­–escribía yo entonces– no podían ser plenamente evaluados, pero que en cualquier caso habían introducido un vuelco en la institucionalidad del proyecto puntofijista. Si se trataba de una propuesta histórica de larga duración o si de un plan que resultaría interrumpido, a su turno, por otro contrario, no lo sabía ni me atrevía a conjeturar acerca de tal vuelco histórico. Me atenía a una realidad que estaba a la vista: era el proyecto más audaz, radical y peligroso de nuestro siglo XX, justo cuando le daba paso al siglo XXI, así como el castro-gomecismo había sido la culminación del siglo XIX y, con él, la lenta sepultura de los caudillismos regionales. Coincidencia histórica: 1899 y 1999 marcaron dos grandes rupturas, pues el castro-gomecismo cerraría el ciclo de los caudillos y las revueltas triunfantes, y el triunfo de Chávez abriría una etapa antes no conocida: la de un militar que, fracasado en uno de los tantos intentos golpistas de la centuria, logró ganar electoralmente la Presidencia para anunciar la revolución bolivariana, fenómeno sin antecedentes en el país y con objetivos, al parecer, en América Latina y el Caribe”.

En  aquellos días algunos intelectuales y periodistas catalogaban al proceso que se iniciaba como una realidad autoritaria, militarista, fascista y altamente peligrosa para Venezuela. El mismo Sanoja Hernández nos cita la opinión de un escritor y cronista como Albertro Barrera Tyszka quien definió a Chávez como un “líder que combinaba cierto espíritu hitleriano con lo mejor del costumbrismo de Rómulo Gallegos”. Y nos apunta también lo que dijera el historiador Manuel Caballero cuando afirmó que “Chávez le recordaba cierto programa de raíz corporativa y fascista”. El tiempo les dio la razón.

 

 II

El orden democrático se fue deshaciendo aceleradamente. Se iniciaba en el país un experimento revolucionario que empezó a delinearse después de los sucesos del 2002 y comienzos del 2003: golpe de Estado y huelga general. Hay quienes afirman que este proyecto ya estaba concebido en la mente del teniente coronel. Pero no es hora de discutir si fue o no fue así, el hecho es que estamos envueltos en este ensayo de barbarie que ha significado esto que han llamado revolución bolivariana.

Se comenzó a hablar de una revolución socialista en donde vocablos y frases como Pueblo; Popular;  Revolución cívico-militar; Socialismo del siglo XXI; Chávez vive, la Patria sigue; Nuevo mapa estratégico; Motores de la revolución; Repolarización del país; Hoy tenemos Patria; Democracia revolucionaria; Con Chávez el pueblo es el Gobierno; Bolívar socialista; Comandante eterno; Comandante supremo; ¡Patria, socialismo o muerte!… se hicieron moneda de uso corriente  y empezaron a inundar los discursos, las proclamas, las instituciones gubernamentales, las escuelas públicas e incluso la exposición de motivos de todas las leyes que se fueron aprobando en la Asamblea Nacional hasta el 6 de diciembre del 2015. La idea siempre fue, sigue siendo, desde una perspectiva publicitaria, la construcción de una narrativa de marca (brand statement) hasta llegar a una marca-gobierno en donde los elementos claves son la revolución y, por ende, lo revolucionario, lo nacional, lo popular, lo cívico-militar y el pueblo.

El colombiano Plinio Apuleyo Mendoza –escritor y periodista– nos dice, refiriéndose a Juan Domingo Perón, pero podríamos aplicarlo a nuestra realidad, que “los caudillos latinoamericanos parecen todos cortados por las mismas tijeras. Son verbo, carisma, fuego de artificio, creadores de una realidad que solo vive en palabras, ardientes vendedores de ilusión”. ¿Chávez Frías fue un dictador? De lo que sí estamos seguros es que fue un vendedor de ilusiones que llevó al país a la ruina con la aplicación de políticas populistas y de fuerte intervención estatal. ¿Resultado? Nos lo sintetiza muy bien Simón Alberto Consalvi al decirnos que “habría que hacer una especie de gran informe de lo que significa este caballo de Atila sobre el mapa del país. Tiene efectos devastadores. Habría que hacer una especie de carta de naufragio, mejor que una carta de navegación. El naufragio de Chávez es el naufragio de Venezuela”.

 

III

En agosto de este año se cumplirán 40 años de la publicación del libro Del buen salvaje al buen revolucionario del ensayista Carlos Rangel (1929-1986). Hoy es un buen momento para volver a leer. Aunque el libro se orienta hacia el análisis y la interpretación de lo que fue, ha sido y es América Latina y el ser latinoamericano, en sus páginas vamos a encontrar pistas para entender esta realidad que estamos viviendo en el país.

Lo que ha ocurrido en Venezuela, lo que sigue ocurriendo con la presencia de un marcado autoritarismo militarista que raya en lo que llamaremos una tiranía posmoderna, ocurrió antes en muchos países de la región. Fue el sueño revolucionario personificado en el buen revolucionario heredero del buen salvaje.

En Venezuela se implantó, hace ya diecisiete años, la alegoría del buen salvaje con el intento de construir un socialismo convertido en un mito que daría a luz al hombre nuevo, siguiendo el análisis de Carlos Rangel. La realidad, ya antes vista en muchos países de América Latina, nos la describe Del Buen salvaje al buen revolucionario, en Venezuela ha sido el más estrepitoso fracaso que nuestra historia republicana haya podido ver.

Para los revolucionarios bolivarianos y sus intelectuales, el reloj de la historia no ha existido. Se han aferrado a la convicción de que con ellos sí se dará a luz el socialismo, pero de este nuevo siglo. Aquellos errores  que se cometieron en esas experiencias latinoamericanas, en el intento de construir el socialismo, han sido los mismos en los que incurrió el anterior gobierno (el de Chávez Frías) y en los que está incidiendo el de ahora (el de Nicolás Maduro): expropiaciones masivas, congelación de precios, aumento considerable del gasto público, fuerte intervención estatal en todos los ámbitos de la vida pública, asfixia a la actividad económica privada, populismo desenfrenado… El experimento fracasó, como fracasaron en toda la región y en el mundo, a pesar del caudal de dólares que ingresaron: entre 1999 y 2015 los gobiernos de Hugo Chávez antes y el de Nicolás Maduro ahora han administrado y dilapidado 2 billones de dólares (2 mil millones de dólares en dieciséis años). El socialismo petrolero no pudo con la creciente y masiva corrupción de los dineros públicos provenientes de la renta petrolera.

 

IV

La situación política y social venezolana es de incertidumbre. Lo que hoy estamos viviendo es el resultado de la herencia del pasado reciente, es decir de las políticas desacertadas de Hugo Chávez  Frías y de la barbarie que se fue imponiendo poco a poco en nuestros imaginarios, en nuestra cultura y en nuestro sistema comunicativo. El sociólogo chileno José Joaquín Brunner nos plantea “que existe una conexión profunda entre el sistema político prevaleciente en una sociedad determinada y el régimen comunicativo que aquél en parte condiciona y al cual necesita para subsistir”. Desde aquellos días en que se iniciaba un nuevo gobierno (1999), el orden cultural y comunicativo que nos era conocido se empieza a hacer trizas y se descompone aceleradamente hasta los actuales momentos. El mismo Brunner, aunque se refiere al caso chileno durante la dictadura pinochetista, lo caracteriza de tal forma que puede ayudarnos para visualizar nuestra realidad presente:

“Es decir, las propias bases del régimen comunicativo anterior han sido profundamente alteradas (…) Genera ruidos, cortocircuitos, desorden normativo, inseguridad  de todas las jerarquías consagradas, pérdida de lealtades democráticas, erosión del espacio público, tendencias agresivas, deslegitimación de las instituciones. De un año para el siguiente la sociedad ya no puede reconocerse como un todo, por encima de sus divisiones, exclusiones y desigualdades. Los tabúes más ampliamente compartidos, como el del apoliticismo de las fuerzas armadas, se hicieron trizas y dieron lugar a una psicología del todo o nada”.

Ante el des-orden del gesto autoritario del poder, ante el des-orden que se ha impuesto debido al anacronismo de muchas de las ideas y pensamientos de quienes gobiernan hoy, es necesario –como nos plantea Luis Pérez Oramas­– desmarginalizar nuestro propio anacronismo para empezar a formar una verdadera república y una recomposición de la política y de lo comunicativo. ¿Será todavía posible?

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