Lissette González
Tal como era de esperarse, hubo obstáculos de toda índole durante la semana que el Consejo Nacional Electoral dispuso para la validación de las firmas del 1 % del padrón electoral, el paso inicial para convocar un Referéndum Revocatorio. Se utilizaron pocas máquinas captahuellas y fueron ubicadas en zonas lejanas para gran proporción de los electores que firmó, los centros no trabajaban en horario corrido y cerraban aun habiendo electores en cola. Además de eso, alcabalas policiales o de la Guardia Nacional impedían o retrasaban el paso de quienes se desplazaban a validar, problemas con el suministro eléctrico afectaron el proceso y hubo incluso denuncias de ataques por parte del hampa a los ciudadanos en las colas o trasladándose. En resumidas cuentas, el proceso ocurrió de forma hostil para quienes deseaban expresar su voluntad de convocar un referéndum.
Sin embargo, se logró el objetivo de cubrir el 1 % del padrón electoral en todos los estados del país. Este éxito es obra de la logística desplegada por la Mesa de la Unidad Democrática pero, sobre todo, de la determinación de la ciudadanía dispuesta a sobrellevar largas horas de espera, traslados, cambios de ruta para evadir las alcabalas e, incluso, resistir el miedo por parte de quienes se acercaron hasta zonas de mayoría oficialista a validar su firma. Frente a estas escenas, caricaturistas y articulistas por igual han usado las palabras épica, epopeya, heroísmo, gesta… Como si sobre las bases de este esfuerzo estuviéramos construyendo el mito fundacional que los venezolanos del futuro puedan recordar con orgullo, como la contribución ciudadana a la creación de un nuevo camino democrático para nuestro país.
Sin embargo, estos días incluyen también un sabor amargo. En primer lugar, por la represión que también ocurrió: más periodistas perseguidos por realizar su trabajo y dos jóvenes activistas de Voluntad Popular apresados ilegalmente cuando se trasladaban al estado Portuguesa para apoyar la logística de validación de las firmas. Pero, adicionalmente, por el ingente esfuerzo que supone que las instituciones (que deberían ser de todos) escuchen la voz de estos ciudadanos. La dificultad del proceso supone, entonces, que fue un logro haber alcanzado el 1 %, pero también es muestra de nuestra indefensión: una alta proporción de los firmantes no pudo ratificar su voluntad y los venezolanos tenemos poco margen de maniobra para impedir las arbitrariedades de quienes detentan el poder.
Frente a ese doble escenario se abre el resto de la ruta al referéndum. Está en boca de todos la pregunta de cuáles nuevos obstáculos surgirán a lo largo de los meses que se avecinan, que no solo podrán venir de los kafkianos procedimientos que puedan imaginar las rectoras del CNE. Adicionalmente, cualquier absurdo es esperable de parte del Tribunal Supremo de Justicia.
Ante la conflictividad creciente y las posibles maniobras del gobierno para evitar o postergar una salida política a la crisis, la presión internacional puede ser un apoyo para lograr mantener en funcionamiento los canales institucionales, pero ello no será suficiente. Será necesaria la movilización ciudadana, mantener una presión constante de todos los sectores nacionales en apoyo a una consulta popular. Esa tarea no es solo de la dirigencia política, sus gestiones son necesarias pero quizás no suficientes. La determinación de los venezolanos durante la última semana podría ser solo el primer paso en una larga carrera de resistencia para recuperar una convivencia democrática, apegada al estado de derecho.