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Militarismo y militares

Elías Pino Iturrieta

El ministro de la Defensa dijo por televisión que no le gustaba el militarismo. “Fuchi el militarismo”, puso alguien en el Twitter para burlarse del comentario. La  verdad es que la afirmación del general Padrino da para cualquier tipo de rochelas, pero también para detenerse en ella con la debida seriedad. En especial si nos preguntamos por el motivo de sus palabras. Algo obligó a esa declaración sobre un fenómeno que le incomoda, detalle digno de atención debido a que, mientras lo acompañaba un alicaído vicepresidente que se mostraba como una esfinge sin ánimo, hizo la afirmación metido en el  uniforme que portan las vanguardias de las fuerzas armadas.

El militarismo forma parte de nuestro paisaje desde los tiempos de Chávez, literalmente hablando. No solo porque Chávez llegó al poder por su celebridad de teniente coronel golpista, sino también porque llenó los ministerios y otras plazas altas de los poderes públicos con sus colegas de academia y cuartel. Nada semejante se había visto desde los tiempos del general Pérez Jiménez. Pero no solo fue aquello una pintura verde oliva sobre los elementos del contorno. La oficialidad proclamada por la “revolución” se dedicó a dirigir proyectos de toda especie, que hasta incluían la distribución de caraotas y cabillas “bolivarianas”. Además, una reiteración de ademanes marciales, de órdenes como las que se dan en los patios de los resguardos armados, de consignas relacionadas con la guerra y con las evoluciones de los desfiles de la soldadesca, de dianas que indican a la gente común la obligación de madrugar, pretendió colonizar los hábitos de los venezolanos. Un teniente coronel aclamado por el pueblo quiso que todos fuéramos sus troperos, y así funcionó el régimen a través de una década larga que debió influir en la rutina. Se debe agregar a semejante extralimitación el hecho de que no solo se pedía a los insólitos administradores un trabajo tradicionalmente encargado a los civiles, sino que, por si fuera poco, lo hicieran en el nombre de un proceso rojo-rojito del cual formaban parte principal y por el cual juraban en sus ceremonias.

Pero hoy no gobierna un hombre formado en las inmediaciones de la avenida Los Próceres, sino en las aulas de algún liceo, según se tiene entendido. Aparte de que proviene de una tradición distinta, tampoco se distingue por la marcialidad. Es lo menos parecido al modelo apolíneo que quieren imitar, generalmente sin suerte, los milicianos de sus cercanías. Sin embargo, ha multiplicado la presencia de ese tipo de contingentes y los ha puesto en funciones de mando mayores en trascendencia y en cantidad, si se comparan con las encargadas por su antecesor. La orden que ha dispuesto de que el general Padrino aparezca como el gerente supremo de la república, alrededor de cuya batuta deben girar los civiles del gabinete y de los más importantes órganos de dirección, da cuenta de un predominio excesivo, aún si se compara con la militarada de la víspera. En consecuencia, madurismo y militarismo se han convertido en una sinonimia precisa, que invita a las reflexiones más aventuradas sobre el destino de la sociedad y de quienes ahora se exhiben en la cumbre de la supremacía. ¿Las encarnaciones de una ineptitud probada nos sacarán del agujero? ¿No se han metido ahora, con mayor grado de responsabilidad, en las once varas de una camisa ajena? La contestación de estas dos preguntas refiere a lo que nos pasará si no se produce una rectificación, y a la culpa de quienes no son capaces de cambiar el rumbo.

Pero una respuesta  serena también obliga a no meter en el mismo saco a todos los militares, del presente y del ayer. Este tipo de generalizaciones es incorrecto y perjudicial. Existen uniformados inconformes con el papel que ahora ejercen sus colegas, de acuerdo con lo que barrunta un escribidor que lleva dieciocho años sin hablar con un oficial activo; pero también como producto de lo que el escribidor sabe sobre la conducta de muchos militares a través de la historia. La distinción es necesaria para que los lugares comunes no nublen el entendimiento de la actualidad. Espero que no se vean estas letras como la premonición de un golpe. Quizá en sintonía con la presente conclusión el general Padrino confesó que no le gustaba el militarismo, pese a que lo vemos a gusto protagonizándolo.

Publicado en el diario El Nacional el 17 de julio de 2016

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