Lissette González
Los dos últimos fines de semana hemos sido testigos de una intensa movilización de venezolanos, cruzando la frontera hacia Cúcuta en busca de alimentos y medicinas. La crisis de desabastecimiento que se ha intensificado desde 2015 se muestra ahora resumida en fotos asombrosas, en noticia que recorre el mundo como prueba de las dificultades que a diario enfrentan los venezolanos. Si bien la frontera abierta los fines de semana aliviará a ciertos grupos de población en el estado Táchira (y los de otros estados que emprendan el viaje hasta allí), esa procesión no será suficiente para resolver los problemas de alimentación que enfrenta la mayoría del país.
No sólo porque el viaje de un grupo de ciudadanos no puede sustituir el abastecimiento que usualmente se gestionaba a través de los canales regulares de nuestra red de industrias y comercios. Sobre todo, porque solo una porción de los venezolanos puede costear los alimentos básicos a su costo internacional. Para la mayoría de los asalariados, es inimaginable llenar la despensa comprando lo que necesitan en otro país.
Cada vez nuestra situación económica es más dual: por un lado, quienes pueden acceder a alimentos pese a los anaqueles vacíos comprando en el exterior, bien sea por estar muy cerca del gobierno, por tener ahorros en dólares, por vivir cerca de la frontera o por tener familiares en el exterior del país. En una situación muy distinta se encuentra la mayoría de los venezolanos que dependen en exclusiva de los productos que expenden en el mercado formal a precio regulado o que son distribuidos por los CLAP. Para ellos, no hay ya casi mecanismos para sortear la escasez y si el ingreso es bajo, tienen altísimas dificultades para mantener el consumo comprando a bachaqueros o sustituyendo por productos no regulados.
Así que en este momento coexisten dos miradas sobre la crisis. Para unos, esta no existe o les afecta poco, mientras para la mayoría el contexto presente es una carrera de fondo y resulta un esfuerzo mayúsculo solo alcanzar la meta de poner cada día algo de comer sobre la mesa.
La evaluación sobre la necesidad de un cambio político y sobre el tiempo requerido para ello es, por tanto, también dual. Para quienes están cómodos, por la razón que sea, el cambio no es urgente. Pero para una gran mayoría de los venezolanos, el cambio político y en la economía son un asunto de sobrevivencia. En el mediano plazo no estarán aquí los enfermos crónicos que necesitan medicinas y no las consiguen.
La urgencia, sin embargo, no debería convertirse en excusa para soluciones mágicas o impulsivas. La ruta es clara: referéndum revocatorio, elecciones regionales, renovación del resto de los poderes públicos. Para lograrlo es necesario movilizar a la población para romper la inercia de quienes están cómodos con el actual estado de cosas.