Elías Pino Iturrieta

El significado de la toma de Caracas radica en el hecho de mostrar, sin posibilidad de duda, un crecimiento extraordinario de la oposición y una debilidad extrema del régimen. Parece una verdad de Perogrullo, vista la magnitud de la manifestación en la cual participamos el jueves, pero quizá no sea tanto después de la lectura de lo que sigue.

El resultado de las elecciones parlamentarias abrió un abanico de esperanzas que no se concretaron, o que esperan todavía por convertirse en realidad. Los líderes más entusiastas, pero también más irresponsables, aseguraron entonces que saldríamos del chavismo en seis meses. Cháchara sin fundamento. El régimen se llevó por los cachos a los diputados de Amazonas, sin recibir una respuesta contundente de la institución atropellada. Tal vez la inercia condujo después a un remiendo que no parece suficiente para mejorar la costura. La AN ha pedido sin resultados la comparecencia de funcionarios gubernamentales que no se dan por aludidos, como si no fuera con ellos. Ni el 5 de julio quiso Maduro hacer una visita al Capitolio, para dejar a la representación nacional con los crespos hechos. El TSJ sentencia a su antojo contra las decisiones de los parlamentarios, sin que los sentenciados se hayan mostrado con la capacidad de mandarlos al demonio de una buena vez. Hay otros pormenores que ahora olvido, pero que remiten a la alternativa de un descontento de los votantes por ocho meses de desaires que solo una indiferencia proverbial puede soportar, y frente a los cuales se puede reclamar, por lo menos, una conducta menos pasiva de sus representantes.

Se debe suponer que la vacilación de los señores de las curules ha debido salpicar a la MUD, pues en sus despachos los escogieron y les redactaron el manual de instrucciones. El desencanto amasado en el Capitolio conducía a un cortocircuito en el horno de los partidos coligados. Pero hoy la oposición, con los partidos en la vanguardia, después de concluida la Toma de Caracas puede cantar una victoria contundente, puede proclamar un éxito clamoroso. Mucho la ha ayudado el madurismo, desde luego, porque el mal gobierno, debido a la estatura de sus disparates y a la magnitud de su ceguera, ha provocado que la manifestación engordara hasta pesar 1 millón de kilos contantes y sonantes. Con “ayudaítas” de ese tipo, hasta María Bolívar. También debe considerarse especialmente el trabajo de Henrique Capriles, si me perdonan sus rivales la distinción, debido a que le puso carne apetitosa a un plato medio vacío cuando levantó la bandera del RR ante la tibieza de otros líderes opuestos al régimen. Capriles ofreció una solución creíble y a la mano, que obligó a sus congéneres a subirse de prisa en el tren para no perder la próxima estación. La locomotora se detuvo el jueves en el andén de Caracas, con los vagones repletos.

La fragilidad del régimen no solo se advirtió en las calles colmadas de adversarios, sino también en las burdas maneras que puso en práctica para evitar la llegada de ciudadanos a la capital (túneles clausurados a la vista de todos, cierre de vías en forma caprichosa, alcabalas sorpresivas que demoraban el tráfico…); pero especialmente en una apresurada persecución de dirigentes políticos que le permitiera sostener la peregrina hipótesis sobre la inminencia de un golpe de Estado. El hecho de que pusiera como anunciantes del golpe a dos de sus figuras menos dotadas de luces, a dos individuos rudimentarios que a duras pueden desarrollar tareas de colegiales (Cabello y Bernal), hace más ostentosa la precariedad de un establecimiento incapaz de asegurar que está establecido. Si esas son sus muletas, saquen ustedes la cuenta.

De todo lo cual se colige que el protagonismo esencial en  la Toma de Caracas correspondió a la sociedad civil, un “detalle” en torno a cuya importancia debe meditar la MUD ante los pasos reclamados por el futuro inmediato. Es cierto que la cúpula de los partidos hizo un trabajo digno de encomio en la organización de una actividad rodeada de espinas, pero el enigma que ahora deben desentrañar sus integrantes es peliagudo en toda su redondez. Deben desprenderse de las vacilaciones de los ocho meses anteriores, si quieren contar con la hasta ahora consecuente compañía de la sociedad.

Publicado en el diario El Nacional el 04 de septiembre de 2016