Manuel Llorens
Con los días van sedimentándose algunas impresiones sobre el 1S. Es una de decenas de marchas contra el gobierno a las que he asistido. Las escasas convocatorias de marchas recientes me hacían dudar de si la estrategia se había agotado. El gobierno ha hecho todo lo posible para intimidar y desalentar.
Además de la gran masa que asistió hubo detalles llamativos. Se le pidió a la gente que no llevara reguetón ni guaracha, no estábamos convocados a un cita alegre. Las amenazas del gobierno han hecho bastante claro con qué tipo de barbarie nos enfrentamos. Durante años han insultado, menospreciado, amenazado, perseguido, encarcelado. Ya sabemos, como dicen, que no es un juego de carritos. La que salió fue de una masa homógeneamente vestida de blanco, seria, mucho más inclinada a la gravedad que a la ligereza.
Una joven, que participó muy activamente en protestas anteriores me había contado que tenía miedo. Que no sabía si estaba dispuesta a arriesgarse esta vez. Eso le generaba ambivalencia, inquietud. La entendí. Creo que todos salimos ese día con algo de miedo. Las precauciones son nuestro estilo de vida. Pero la sorprendente masa de personas que vi ese día fue en sí una mínima victoria sobre la imposición.
No tengo una respuesta definitiva sobre qué estrategia servirá ante tanta ceguera destructiva, tanto hubris. Lo que sí sé es que valoro la rebeldía de una masa ordenada. No me entiendan mal: la estrategia es vital, no se debe enfrentar al monstruo de manera romántica. Pero la valentía también tiene su lugar, y una masa disciplinada, pacífica pero terca en sus principios dispuesta a decir presente para mostrar nuestro absoluto rechazo a este horror que nos pretenden edulcorar, se parece a esa versión de país al que me siento orgulloso de pertenecer.
Hay muchas cosas que no me convencen de Venezuela y de los políticos del país. Pero también es justo decir, que me quito el sombrero ante tantos tercos que han insistido en enfrentar la estupidez con estudio, el fanatismo con argumentación, la fuerza bruta con ciudadanía. No serán los más fuertes y no sé si ganarán la batalla, pero sé que ganan mi más absoluto respeto.
Una amiga posteó ese día:
“Jamás fuimos tan libres como bajo la ocupación alemana… Habíamos perdido todos nuestros derechos y, ante todo, el de hablar… Como el veneno nazi se deslizaba hasta nuestros pensamientos, cada pensamiento justo era una conquista; como una policía todopoderosa procuraba constreñirnos al silencio, cada palabra se volvía preciosa como una declaración de principios; como nos perseguían, cada uno de nuestros ademanes tenía el peso de un compromiso.
La elección que cada uno hacía de sí mismo era auténtica puesto que la realizaba en presencia de la muerte… Y no me refiero a ese grupo escogido que formaron los verdaderos soldados de la Resistencia sino a todos los franceses que, a todas horas del día y de la noche y durante cuatro años, dijeron no…»
Me sorprendió enterarme que la cita era de Sartre, no precisamente el filósofo de la esperanza. Más bien un terco que insistió en examinar la realidad de la manera más cruda posible, con la salvedad, de que quizás allí podríamos ubicar lo más significativo de nuestras triviales existencias.
Fuera de las discusiones de si marchar es o no una estrategia efectiva, pido permiso para compartir mi respesto a tantos tercos ciudadanos, tantos callados rebeldes, que por suerte siguen.