Rajihv Morillo Dáger*
Dicen que una generación aparece cada 20 años, y que cada una debe superar a la anterior. Una notable, que marcó la historia de Venezuela, fue la que luchó y logró la independencia entre 1810 y 1830. Otra, fue la denominada “Generación del 28”, que se enfrentó a la dictadura gomecista con el ideal de sacar al país del caudillismo, el atraso y la pobreza, para llevarla por la senda de la libertad, la democracia y la modernidad.
Es por eso que dedico estas líneas a todos los venezolanos que tienen actualmente entre 17 y 37 años, es decir mi generación (tengo 27 años). La nuestra está marcada por el chavismo como fenómeno político, económico y social. Buena parte, o toda nuestra vida – y por ende gran porción o los únicos recuerdos que tenemos – hemos tenido como telón de fondo al difunto Hugo Chávez y a Nicolás Maduro y su grupo de gobierno, que en pocos meses cumplirán 18 años en el poder. Sobre esto debemos recordar que insurgimos por primera vez con voz propia en 2007, el año del cierre de RCTV, del nacimiento movimiento estudiantil, y de la reforma constitucional que finalmente fue rechazada.
Nacimos y crecimos en un país en crisis; en 1983 ocurrió el “viernes negro” que significó el colapso del sistema económico venezolano que todavía no hemos podido superar; en 1989, y como consecuencia de lo anterior, el “Caracazo”, que implicó la fragmentación de la sociedad para que finalmente, entre 1992 y 1993, las intentonas golpistas y la destitución de Carlos Andrés Pérez vinieran a determinar el fin del proyecto político iniciado en 1958. Estos sucesos fueron causantes inmediatos y directos del surgimiento de Hugo Chávez como líder, quien con su triunfo electoral el 6 de diciembre de 1998 llegó a la presidencia de la República para mantenerse en ella hasta su muerte, anunciada el 5 de marzo de 2013.
A pesar de sus promesas, del inmenso poder que acumuló, de la gran cantidad de dinero que tuvo a su disposición y del tiempo del que disfrutó para sacar al país de la crisis, Chávez fue incapaz de hacer las cosas bien. Incluso, surgieron nuevos problemas, como escasez de alimentos y medicinas, y crisis del sector eléctrico; otras situaciones indeseables se incrementaron. La delincuencia, por ejemplo. Así, a la crisis iniciada en 1983 vinieron a agregarse progresivamente ingredientes que fueron empeorando la situación general de Venezuela, especialmente a partir del 2011. En 2016 el país atraviesa una tragedia humanitaria que no toca fondo. Todo esto demuestra que ningún sistema de gobierno es bueno cuando es incapaz de satisfacer las necesidades básicas de la población.
El desastroso estado actual de las cosas afecta en mayor o menor grado, y de una u otra forma, a todos quienes no estamos “enchufados”, porque la división de la nación venezolana (otra “obra” de la revolución) ya no es entre chavistas y opositores, sino entre enchufados y no enchufados: algo así como 1% de la población contra el otro 99%.
Ante esta desoladora realidad, alrededor de dos millones de personas (buena parte de ellos son de nuestra generación) decidieron emigrar, borrando la frase “el venezolano no emigra” que se decía con cierto orgullo. Hoy, prácticamente no hay lugar en el mundo donde no viva un hijo de Venezuela; o dicho de otra manera, es difícil conseguir a alguien que no haya tenido que despedir a seres queridos en un aeropuerto.
Las consecuencias para nuestra república son terribles: la pérdida de recursos humanos, la sensación de soledad y tristeza en nuestras vidas. En lo personal, no puedo criticar a quienes se han ido, porque también lo he pensado y porque tengo familiares y amigos que han emigrado. Esos venezolanos que ahora viven en el exterior están globalizados mientras su país natal está cada vez más aislado y desperdiciando la ventajosa ubicación geográfica que posee esta “Tierra de Gracia”. Quienes regresen en un futuro mejor (ojalá fueran todos) lo harán seguramente con valores, ideas y experiencias nuevas, contactos o incluso capitales que serán muy valiosos para reinsertar a Venezuela en el mundo.
El país se está quedando sin futuro porque el gobierno de Chávez y ahora el de Maduro nos lo están robando, y mientras siga el actual sistema político dictatorial – comunista con pretensiones totalitarias no lo tendremos, porque tener un carro o vivienda propia son sueños inalcanzables; incluso comprar ropa, libros, estudiar o divertirnos son lujos que se vuelven más inaccesible todos los días. Trabajar para solo comer o esperar una bolsa de comida no es vivir sino sobrevivir, y una humillación típica de los regímenes comunistas aplicada en Rusia, Cuba o Corea del Norte, cuyas listas de crímenes no tienen fin. Tampoco hay futuro cuando el hambre y la inseguridad crecen arrastrando a los jóvenes como víctimas. La pésima situación económica hace que nuestras opciones laborales sean casi o totalmente nulas.
Estamos metidos en un ambiente de degeneración y desesperación social que aumenta diariamente. No existe un venezolano vivo que pueda afirmar que ha pasado antes por este oscuro momento en Venezuela, considerando que el país no estaba en tan malas condiciones desde los días de Cipriano Castro, hace más de un siglo.
Por todo lo anterior se deduce que somos la primera generación en mucho tiempo con menores posibilidades a la anterior. Entonces, ¿qué perspectivas tiene la juventud venezolana cuando una nación está condenada a desaparecer?
Veo dos respuestas: emigrar, cediendo definitivamente el país a un grupito corrupto, o quedarnos y resistir el hambre y la tiranía para recuperar nuestro futuro, retomar los sueños de un brillante porvenir para todos los venezolanos, y asegurar la existencia de Venezuela.
La sociedad venezolana a lo largo de sus 200 años de vida independiente ha tenido una serie de atavismos no detectados por la mayoría de la población, pero que en estos últimos 17 años se convirtieron en maldiciones históricas, tales como el continuismo (lo que ahora se conoce como reelección continua o indefinida), el populismo, la corrupción y el personalismo político que han obstaculizado la existencia de un Estado realmente moderno, democrático y con una ciudadanía libre. Eso nos ha hundido al punto de ser un Estado fallido – forajido que llevó a nuestro país a ser un problema de política internacional.
Nosotros tenemos que estar conscientes de los errores cometidos por nuestros antepasados para no repetirlos, y darle soluciones a los problemas estructurales del país para avanzar como sociedad.
En definitiva, si el gran reto hace 200 años fue liberar a Venezuela, de lo que estamos conmemorando actualmente las hazañas heroicas de la generación independentista, el gran reto para nosotros será levantarla; nos toca salvarla porque de lo contrario no habrá país que darle a la próxima generación (esa que está entre recién nacida y el bachillerato).
Tengamos la convicción de asumir el reto, preguntémonos qué podemos hacer nosotros por nuestro país; cada uno en lo suyo, pero queriendo, defendiendo y trabajando por lo de todos: VENEZUELA.
- Investigador en el Instituto de Investigaciones Históricas de la UCAB.