Marielba Núñez
La palabra niña muchas veces es utilizada como sinónimo de debilidad y fragilidad, pero lo cierto es que nada está más lejos de la realidad. Los enormes obstáculos para sobrevivir que millones de mujeres deben afrontar desde muy temprano en la vida deberían servir para que se desterrara para siempre esa idea. La equidad de género sigue siendo un asunto pendiente para la gran mayoría de los países y no hay duda de que para corregir las desigualdades es necesario comenzar por cambiar las condiciones que hacen mucho más hostil el mundo para las más jóvenes.
Eso queda muy claro en el informe Hasta la última niña, que está semana presentó la organización no gubernamental Save the Children, donde se enumeran los principales problemas que afectan específicamente a esta población. Las cifras son suficientes para demostrar hasta qué punto pueden considerarse monstruosas las barreras que deben derribarse: 700 millones de mujeres en el mundo fueron obligadas a casarse antes de cumplir 18 años, y un tercio de esa cifra antes de llegar siquiera a los quince años; la mortalidad materna es la segunda causa de muerte entre las muchachas entre los 15 los 19 años de edad y se calcula que cerca de 70 mil adolescentes mueren cada año por complicaciones en el embarazo y el parto; una de cada tres jóvenes en los países en desarrollo están excluidas tanto de la educación como del trabajo formal y en total 62 millones de niñas están fuera de la escuela. La abominable práctica de la mutilación genital amenaza a más de 30 millones de adolescentes. Las niñas son más vulnerables a ser víctimas del tráfico de personas, de la esclavitud laboral y sexual y de la violencia en conflictos armados.
Pese al abrumador panorama, la ONG insiste en que el cambio es factible y no requiere más que voluntad. Propone una serie de acciones que no sólo beneficiarían a la población en general sino que se traducirían en una inmediata mejora para las niñas. Entre esas medidas están el incremento de inversión pública en el área social, la eliminación de barreras para el acceso a los servicios, la garantía de seguridad social mínima durante la infancia, leyes y políticas contra la discriminación, campañas para cambiar normas y actitudes, y un manejo más transparente de datos y de presupuestos.
A propósito de la celebración, esta semana, del Día Internacional de la Niña, la organización también presentó un índice global de oportunidades, basado en los números que los países exhiben en asuntos como el matrimonio infantil, el embarazo en adolescentes, la mortalidad materna, la participación femenina en los parlamentos y la tasa de culminación de la educación secundaria. Venezuela no aparece en la lista de 144 naciones que encabezan Suecia, Finlandia y Noruega como los mejores lugares para ser una niña, pero es fácil suponer que, con los altos índices que se registran de maternidad en adolescentes y las graves deficiencias en el acceso a la salud y a la alimentación que sufrimos, el lugar que ocuparíamos no sería honroso. Aunque estamos agobiados por muchas urgencias, es importante que no demos la espalda a la situación de nuestras niñas, no sólo por justicia sino también porque en cada una de ellas está la clave para superar la pobreza y muchos de los males sociales que padecemos.