Lissette González
El gobierno de Nicolás Maduro intenta estabilizarse pese a la crisis. Aunque mantiene los controles que asfixian la producción nacional y casi paralizan toda actividad económica, se permite la importación y venta de productos extranjeros que llegan al consumidor sin pagar ningún impuesto y con precios muy por encima de los regulados. Poco a poco se va mostrando una ilusión de abastecimiento, aunque esos productos son inaccesibles para las grandes mayorías.
Para los humildes, entonces, solo quedan infinitas colas y los CLAP. Ambos son las caras visibles del proyecto gubernamental: el sometimiento y la dependencia, una población que se vea imposibilitada de hacer cualquier reclamo. Y ello es tan obvio que se anuncia públicamente que serán suspendidos de los CLAP quienes critiquen al gobierno.
A la vez que el gobierno intenta invisibilizar la crisis y aumentar los mecanismos de control sobre la población, se postergan las elecciones regionales a la vez que se crean requisitos al margen de la Constitución para la convocatoria al Referéndum Revocatorio. Es decir, se intenta negar la expresión ciudadana a través del voto. Y, para completar este escenario, se ha roto el equilibrio de los poderes públicos al negarse toda posibilidad de diálogo y respeto al Poder Legislativo, no solo mediante la anulación de sus actos, incluso aprobando el presupuesto nacional sin seguir los procedimientos legales establecidos. Con los presos políticos ya ni se simula el debido proceso; no se otorgan medidas cautelares sino que son apresados y liberados sin orden judicial, solo bajo la obligación de salir al exilio.
La vocación autoritaria queda cada vez más al descubierto.
¿Qué puede hacer la ciudadanía democrática frente a esta pérdida del estado de derecho, frente a esta amenaza real para su calidad de vida? Pues no queda otro remedio que dar la pelea en defensa de nuestros derechos y nuestro futuro.
Aprovechar cada pequeño resquicio: firmar y votar tantas veces como se pueda, aunque sean injustas las reglas y aunque nuestra voluntad pretenda ser desconocida. Pero además, hace falta fortalecer nuestra capacidad de acción participando, organizándonos. La lucha no ocurrirá en la abstracción de la TV, sino que habrá que pelear en cada centro de votación que no cierre mientras haya electores en la cola o que no haya discriminación en el reparto de la escasa comida disponible. Es y será una lucha desigual, pero habrá chance mientras no estemos esperando que alguien más la dé por nosotros. Cada uno de nosotros cuenta.
Pero también hacen falta estrategias claras, pensar en frío e idear nuevas formas, más creativas, de expresar el descontento y de ofrecer al país un futuro mejor. Porque el gobierno ha demostrado que no le duelen nuestros muertos y que ya no tiene pudor para apresar sin motivo. Hace falta, por tanto, romper esquemas e idear formas de burlar la represión, porque necesitamos a los nuestros libres, los necesitamos vivos. Los necesitamos con nosotros para construir ese futuro que soñamos y hemos de hacer posible.
Frente al autoritarismo cada vez más desnudo hará falta mucha convicción. Y sobre todo, haremos falta todos los que no estamos dispuestos a la resignación. Nos toca construir esperanza, cada uno en su pequeño ámbito de influencia dando la pelea, resistiendo los grilletes que quieren imponernos. Y nos toca construir unidad, porque dividirnos es la forma más sencilla de ser derrotados por los autócratas.