Francisco José Virtuoso

El oficialismo rompió los límites de la democracia y entró en el camino de la dictadura, cuando decidió postergar las elecciones regionales y suspender el derecho que tienen los venezolanos a evaluar mediante la figura del referéndum la gestión presidencial. Ese día la elite en el poder decidió que las elecciones no eran el camino cuando conducen al relevo del régimen.

El tablero político se movió para el gobierno y la oposición. El primero está muy consciente de su impopularidad, a lo que ahora se agrega una creciente indignación. Según las cifras de la encuestadora Delphos: “hoy en día el 80% está seriamente molesto con la gestión de Nicolás Maduro, el 65% está dispuesto a salir a las calles a expresar su inconformidad, y la mitad de éstos, no solo está dispuesta, sino que lo desea fervientemente”.

Al mismo tiempo el gobierno sabe que la MUD tiene capacidad para convocar a manifestar en las calles ese descontento (durante este año lo ha probado) y la visibilización de ese malestar puede traerle problemas graves de opinión pública internacional y nacional.

Para apaciguar el incendio, el gobierno se mueve muy rápidamente y logra en tiempo record que el Vaticano tome parte en la Mesa de Diálogo que desde hacía meses intentaba instalar y en ésta se produce el acuerdo de iniciar el proceso de diálogo entre las partes en conflicto.

La MUD por su parte, no ha acertado en su estrategia para la defensa de sus banderas: le toma de improviso la aceptación del Vaticano para participar en la mesa de diálogo, hay mucha incapacidad para plantearse una agenda de negociación consensuada entre todos sus factores, falla gravemente en la construcción de su mensaje ante la desconcertada opinión pública, deja de lado sus propias amenazas sin recibir proporcionalmente resultados a cambio.

Se movieron las piezas y ahora el juego es otro. Los desafíos de la MUD se han agigantado. El principal reto es mantenerse como vehículo político, alejado de la tentación de la violencia, para servir de expresión al descontento nacional y a las exigencias de reivindicación de los derechos económicos, sociales y políticos de la población venezolana. Ello supone estrategias claras y articuladas frente a tres escenarios: el proceso de diálogo, la manifestación pública y la reivindicación de la vuelta al orden constitucional en el escenario internacional.

Es ahora cuando la unidad política es más necesaria e imprescindible que nunca. Unidad en todos los ámbitos de exigencia del bien común. Unidad de objetivos desde la deliberación en la diversidad. Unidad en la movilización, en la perseverancia y en la estrategia. A ello hay que sumar la trasparencia en las decisiones.

Todavía hay tiempo de corregir errores. Es necesario dejar de lado el inmediatismo y el pensamiento mágico. Esta lucha es larga y compleja y supone cambiar actitudes y hábitos que perturban la sensatez. Quizás en medio de esta crisis se entienda la necesidad de una organización política y social robusta, de dejar de lado el personalismo y la agenda pequeña para mirar trascendentemente.

La MUD no puede darle largas al proceso diálogo si, como podemos sospechar, no va a conducir a nada concreto, particularmente en el tema electoral. Debía sentarse, y lo hizo. Pero el  tiempo para presionar por resultados que definan si permanece o no en ella es muy limitado, ya que puede ponerse en peligro su unidad y su capacidad de convocatoria. Para ello requiere de mucha coordinación interna para plantear sus exigencias.

La representación del Vaticano puede jugar un papel clave, porque más que un Estado es parte de una Iglesia que busca una solución efectiva al sufrimiento de las mayorías.

Publicado en el diario El Universal el 13 de noviembre de 2016