La Feria del Libro del Oeste es una digna celebración del cumpleaños de Don Andrés Bello, epónimo de esta casa, quien concebía a la universidad como cuerpo expansivo y propagador del conocimiento.
No hay mejor ni más eficaz propagador del saber que la lectura porque enseña, distrae y hace pensar. La imprenta arrebató el saber al privilegio y el libro lo sacó de los salones distinguidos, para ponerlo en manos de cualquiera. La llave para el acceso consiste en poder leer. Por eso, la democratización de la lectura y escritura son cimiento de la esperanza de la democratización de la sociedad y de sus instituciones.
La biblioteca, el templo de los libros, acerca la lectura a todos porque abre la página a quien no la tiene y la muestra a quien no puede comprarla. Allí está, otra vez, la democracia en una versión silenciosa, y en eso también se nos parecen las bibliotecas y los templos. Silencio y recogimiento, respeto.
En Venezuela, nuestro país, los libros se han vuelto caros y escasos los títulos nuevos. Eso puede hacer que la lectura se nos convierta en lejana. Así que aumenta la utilidad de las ferias como ésta. Qué buena idea, para acercar a todos la posibilidad y el placer de leer.
El diccionario, ese libro de libros, nos dice que feria es “Fiesta”, “Mercado de mayor importancia que el común, en paraje público y en días señalados”. También “paraje público en que están expuestos los animales, géneros o cosas para su venta”. Sus trece acepciones nos hablan de un acontecimiento extraordinario, festivo, abierto, que sirve de lugar de encuentro. Y, en este caso, una oportunidad para adquirir la oferta de nuestros editores y libreros, verdaderos héroes, como otros que en este tiempo, se esfuerzan cada día en mantener abiertas sus puertas.
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