elucabista.com

Esta equivocación de la historia #opinión

La obra transcurre en abril de 1935, cuando Carlos Gardel cantó en Caracas y Venezuela llegaba a las postrimerías de la dictadura de Juan Vicente Gómez, quien fallecería en diciembre de ese mismo año. Me refiero a “El día que me quieras”, obra teatral del siempre vigente José Ignacio Cabrujas, magistralmente puesta de nuevo en escena por Juan Carlos Gené como director, con un elenco de primera línea encabezado por Héctor Manrique y María Cristina Lozada.

Él en el papel de Pío Miranda, un fracasado con ínfulas colectivistas, comunista de salón, que dice querer ejercer su ideología algún día, en un futuro siempre pospuesto, en la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS); ella en el rol de Elvira Ancízar, con los pies sobre la tierra, tratando de convencer a su soñadora hermana María Luisa de lo estéril de ese largo noviazgo virginal con Pío, ese “hipócrita que ahora es comunista… como si supiera de pobres, como si hubiera trabajado alguna vez”.

Para el momento de su estreno en 1979, “El día que me quieras” se ubicaba en el contexto de una URSS todavía activa en el mapa geopolítico mundial, a la cual Pío, como tantos otros, reverencia con ímpetus de quien solo sabe repetir consignas vacías de contenido, ajenas a la realidad de la vida detrás de la cortina de hierro, en ánimo de justificar un destino de vividor sin oficio y sin más propósito que sumar 10 años de parasitarios almuerzos diarios en la casa de la novia eterna.

Aquella martingala del primer tiempo teatral, cuando Pío ofrece a María Luisa la posibilidad de marchar a la URSS “porque, entre otras cosas, quiero que mis hijos nazcan en la verdad proletaria y no en este basurero del imperialismo”, queda reducida en el segundo tiempo a un bochorno: “Mentí… no hay URSS… no hay Trotsky, no hay Stalin… me importa un coño la paz y la amistad de los pueblos… se terminó”. Así se resume en Pío la traición, el fracaso, una vida arrimada a frases simplistas, el vacío de la retórica revolucionaria y el final de un sueño que María Luisa quiere prolongar aunque sea por un día más, desplegando la bandera de la URSS sobre el sofá.

Para los espectadores de hoy, una vez disuelta la URSS y documentado el infinito infortunio que la ideología comunista trajo al pueblo soviético, el drama de Cabrujas robustece su vigencia, inmersos como estamos los venezolanos en “esta equivocación de la historia” (así define Pío a nuestro país) tras 18 años de aplicación de ese brutal arcaísmo estalinista, probadamente fracasado donde quiera que se ha intentado. Ya no caben sueños absurdos ni teorías vetustas para justificar la ruina económica, educativa, cultural, científica y moral en la que estamos sumergidos.

Equivocados de la historia, a nosotros nos toca asumir un cambio de rumbo, desenmascarando a los desvergonzados Pío Miranda de ahora que multiplicados en mala fe y codiciosos hasta el paroxismo, solo buscan el beneficio personal a costa de la devastación nacional, bajo la máscara de una engañifa ideológica que se hace dolorosa realidad en las carencias de todo orden, en los abusos, las muertes, las torturas y las prisiones, en constante molienda por quienes se saben carentes de virtud ciudadana.

Más temprano que tarde la máscara caerá, a pesar de los esfuerzos de la camarilla por perpetuarse en el poder. No hará falta un Gardel que como en la obra de Cabrujas, se convierta en instrumento para acabar con el disimulo y la mentira. Por el contrario, se requerirá de la fuerza ciudadana del convencimiento y de una decidida reacción al hartazgo ante tanta miseria, para impulsar cambios tales que como en la URSS, desmoronen el régimen sin disparar un tiro. Y que además nos conduzcan a un destino de progreso para beneficio de todos, en justicia y paz.

Asistir a eventos como éste del “día que me quieras”, surgidos de esa Venezuela laboriosa, estudiosa, civil y civilizada, nos hacen pensar en la posibilidad cierta de recuperar la nación, apenas consigamos enderezar los retorcidos caminos de la historia que nos han traído hasta acá, por causa de equivocadas decisiones colectivas que nos obligan a un severo acto de contrición como pueblo, para nunca más volvernos a equivocar con antiguallas engañabobos.

Salir de la versión móvil