Luis Ugalde
El hombre es creador de ídolos. Entre lo que ya es y lo que desea ser va haciendo caminos de búsqueda sembrados de ilusiones y de ídolos. Todos los ídolos religiosos o laicos- exigen sacrificios humanos y esclavos. Solo el Dios-amor (no cualquier dios) es absoluto que no mata, pues su reino no manda ni oprime desde fuera, sino que mueve desde dentro hacia la plenitud…
En los días de la Revolución Francesa la Ilustración prometió un mundo de felicidad, el Reino de la libertad, la igualdad y la fraternidad, laicas… Siglo y medio después entre las dos guerras mundiales, chocan tres ídolos, tres poderosos reinos de este mundo levantados con ilusión. El capitalismo absolutizado y los nacientes comunismo y nazismo entrechocan al comienzo de la década de los treinta. Un siglo antes el capitalismo naciente había prometido que, si se le dejaba libre (sin estado) y sin trabas (éticas) produciría la abundancia bien distribuida y la felicidad.
La estrepitosa caída de la bolsa de Wall Street desató la gran depresión capitalista de 1929 y la crisis mundial con 40 millones de desempleados; terrible miseria en EE.UU con salarios de hambre, mendicidad y juventud sin trabajo ni esperanza. En Alemania en 1932, 44% de los trabajadores quedaron desempleados; crisis que, unida al castigo y la humillación de postguerra, llevaría al nazismo al poder. En esa realidad terrible se basan las durísimas palabras de Pio XI en 1931 frente a ese capitalismo con pretensión de supremo reino de este mundo “La libre concurrencia se ha destruido a sí misma; la dictadura económica se ha adueñado del mercado libre; por consiguiente, al deseo de lucro ha sucedido la desenfrenada ambición de poderío; la economía toda se ha hecho horrendamente dura, cruel, atroz” (Cuadragésimo anno n.109).
En reacción a ese capitalismo brota la esperanza socialista-estatista atea: los comunistas han tomado el poder en la Unión Soviética (1917) con la promesa del hombre nuevo sin opresión y paraíso en la tierra sin mal. Muchos en la década de los treinta lo miran con ilusión y contraponen la muy acelerada industrialización y crecimiento soviético sin desempleo a la ruina capitalista. En Italia y Alemania, el fascismo y el nazismo, nacidos del matrimonio entre “socialismo” y “nacionalismo” avanzan con promesas de míticos reinos en la tierra. Se instalaron el Reino comunista y el Reino Nazi, para luego derrumbarse, no sin antes dejar decenas de millones de muertos y estelas de miseria y opresión. La humanidad en medio mundo se tuvo que levantar de las cenizas de esos reinos. Los hombres y mujeres corrieron tras esos ídolos porque respondían a una necesidad y búsqueda que provoca el capitalismo cuando rechaza toda ética y control. Los pueblos quieren economías de bienestar frente a la pobreza y miseria, pero con justicia social, libre de explotación y con oportunidades para todos. Como advertía Pio XI en 1931, es necesaria una economía “sometida de nuevo a un verdadero y eficaz principio rector” y no “la dictadura económica que hace poco ha sustituido a la libre concurrencia, pues tratándose de una fuerza impetuosa y de una enorme potencia, para ser provechosa a los hombres tiene que ser frenada poderosamente y regirse con gran sabiduría, y no puede ni frenarse ni regirse por sí misma” (n. 88). Válido también para el mundo de hoy.
A 100 años del terremoto de la Revolución Rusa (1917) y sus réplicas en otros países con más de 2.000 millones de seguidores y súbditos, es claro que esa ilusión liberadora se convirtió en opresión, como lo denunció el Papa en el mismo documento de 1931. Pero la humanidad que vio derrumbarse los tres grandes ídolos, vuelve a la tentación de volver a levantarlos. Europa con decenas de millones de muertos parecía haber aprendido de las guerras y divisiones insensatas, pero regresa otra vez a liquidar el bienestar compartido, negando trabajo y esperanza a millones de jóvenes y levantando barreras de nacionalismos xenofóbicos. Los reinos de este mundo parecen inevitables ilusiones y engaños, con dioses que prometen en este las imposibles felicidades plenas y definitivas.
La vieja Iglesia en Cuaresma viene a recordarnos que esos reinos poderosos son polvo y ceniza. Resuena en ella la sabiduría de Jesús eterna en hechos y palabras cuando dice que Dios no es dominio y opresión sino Amor que libera, que lo otro son falsos dioses y que dar la vida por los demás, aunque parezca pérdida es la única manera de encontrarla, como el Hijo del Hombre que no vino a que le sirvan sino a servir y dar la vida. La primera Iglesia, renace en Jerusalén con la evidencia interior de que Jesús el Justo, condenado a muerte y asesinado, ha sido puesto por Dios, como Camino, Verdad, Vida y Resurrección. La Iglesia nos recuerda que los reinos de este mundo (como las vanidades personales) son costosas ilusiones y nos invita a convertir la riqueza y el poder endiosados en instrumentos de vida humana para todos y cada uno. Quien tiene a Dios-amor como su absoluto es capaz de afirmar y querer al que parece más insignificante y ordenar la economía capitalista y el poder del estado al servicio de la vida humana. Es el reto del mundo y muy especialmente el nuestro en esta Venezuela de amargas cenizas.
Publicado en el diario El Nacional el 16 de marzo de 2017