Luis Ugalde
Cuanto más resiste el régimen más se hunde el país y cuanto más resisten los demócratas, más crece la esperanza de Venezuela. Ante un país tan maltrecho y dictatorialmente reprimido, mucha gente suspira por la reconciliación; sin duda imprescindible, pero tan equívoca como el “diálogo”, si no se aclara.
Cuando se pide que el torturador y el torturado se reconcilien, no es para que, “reconciliados”, aquel continúe torturando. La reconciliación es fin de la tortura, reencuentro y abrazo de ambos en su renovada condición humana.
¿Dónde está Dios en este infierno? se preguntan muchos. Para esta noche oscura, pocas veces he visto un texto de la Escritura tan luminoso como la primera carta de Juan: “Quien no ama no ha conocido a Dios, ya que Dios es amor” (1 Juan 4,8). “A Dios nunca lo ha visto nadie, pero si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y el amor de Dios ha llegado a su plenitud con nosotros” (4,12).
Reconciliación en Venezuela no como un slogan engañoso, ni una táctica hipócrita para excluir al adversario y prolongar este estado de muerte y de miseria. Reconciliación sí para pasar de la muerte a la vida. “Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos. Quien no ama permanece en la muerte. Quien odia a su hermano es homicida y saben que ningún homicida posee la vida eterna” (3,14).
Es criminal invocar el nombre de Dios o la “reconciliación” para desde el poder seguir matando, con las armas y con las políticas económicas y sociales que quitan el alimento, la salud y la libertad.
Nacemos de nuevo (creyentes religiosos y no creyentes) cuando en nuestro interior reconocemos al otro como a nosotros mismos y abrimos la puerta a la reconstrucción de la vida compartida por “nos-otros”, por el otro y por mí. Jesús nos dice que nadie tiene más amor que quien da la vida por otro y que dar la vida no es perderla sino ganarla. “Hemos conocido lo que es el amor, en aquel que dio la vida por nosotros. Por eso, también nosotros debemos dar la vida por los hermanos” (3, 16).
La vida nace en estos jóvenes que la están dando para que otros la tengan; en su interior se prendió esa luz misteriosa que aclara sin palabras que su vida se multiplica cuando viven para otros, para Venezuela, incluso para sus asesinos de hoy.
Es criminal hablar de “reconciliación” para disfrazar y legitimar la opresión y el régimen de muerte. Reconciliación sí, para juntos rescatar la vida. Esa luz interior -contraria al espiritualismo evasivo-, da sentido a la acción que transforma instituciones de muerte, cuarteles represores, bancos centrales de miseria, inflaciones y ruinas empresariales agonizantes, para convertirlos en caminos de vida. Caminos idealmente formulados en la Constitución, pero violados en la práctica.
Reconciliación para la reconstrucción. Basta de falsas palabras, dice la carta de Juan. “Si uno vive en la abundancia y viendo a su hermano necesitado le cierra el corazón y no se compadece de él, ¿cómo puede conservar el amor de Dios? Hijitos, no amemos de palabra y con la boca, sino con obras y de verdad” (3, 17-18).
Hora de la verdad para enfrentar este régimen corrupto que, en la mayor abundancia de nuestra historia, ha implementado políticas e instituciones que condenan al 80% a la pobreza, disparan la deuda interna y externa, elevan el déficit fiscal a más de 15%, reducen brutalmente el PIB y llevan la inflación al primer lugar mundial… Algo inaudito.
La encrucijada entre el amor y el odio en la conciencia y el corazón de los venezolanos tiene que ver con la política, la banca, la producción, la educación… Que no nos venga algún clérigo vendido al régimen-poder a exigir obispos ciegos y mudos, que “no se meten en política”. “Si uno dice que ama a Dios mientras odia a su hermano, miente, porque si no ama al hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1 Juan 4,20-21).
Amar es reconstruir el país para que haya vida donde reina la muerte. No nos reconciliamos con el pasado, ni con el presente de muerte, sino en y para la construcción del futuro. Sólo en la reconstrucción de las políticas e instituciones de vida se nos llamará “benditos de mi Padre” porque tuve hambre y me dieron de comer, estuve en la cárcel y me visitaron, enfermo y me curaron… (Mateo 25,35).
Quienes se consideran agnósticos se extrañan de esa bendición, pues piensan que ellos nunca se encontraron con Dios, pero Jesús nos dice en nuestra conciencia: “les aseguro que lo que han hecho a uno solo de estos, mis hermanos menores. Me lo hicieron a mi” (Mateo 25,40) Por eso son “benditos de mi Padre”.
No es hora de disfraces, ni de mistificaciones religiosas para evadir la realidad y bendecir el crimen, la exclusión y la inhumanidad. Hambre, sed, cárcel, asesinato, exilio, exigen respuesta política en este encrucijada entre la vida y la muerte nacional. La falsa Constituyente es una trampa para evadir y perpetuar la muerte.
La reconciliación sólo es verdadera si afirma la vida del otro y lucha por ella en un “nos-otros” ciudadano, proclamado en la Constitución de 1999, pero negado en la práctica.
Reconciliación verdadera en la construcción de la nueva educación y valores, las nuevas relaciones sociales, nueva empresa productiva y la nueva política. Reconciliación para la Reconstrucción y la Reconstitucionalización de Venezuela.