La frustración y la agonía del dominante régimen dictatorial son irreversibles. Cuanto más se prolongue, más doloroso será el final para todos, incluso para el propio partido de gobierno. Lo mejor que puede hacer Maduro es renunciar y abrir la puerta a la reconstrucción democrática con una transición pacífica y negociada.
Pero no solo el régimen está en agonía terminal, sino que una forma de hacer política durante décadas requiere de inmediata sepultura. No nos referimos al chavismo, sino al país entero que desde el siglo XIX ha hecho y tolerado (con honrosas excepciones) una “cultura política” muy negativa.
Por ejemplo, en las recientes primarias de los demócratas podemos decir que 90% del comportamiento fue excelente, pero hubo un 10% que indignó al país y nos recordó lo peor del pasado pre-chavista. Hace falta un nuevo comportamiento político en los partidos, en la sociedad civil, en sus empresarios, organizaciones, universidades…
Erradicar la tolerancia con el cáncer de la corrupción. El desastre es tal que hay que arrancar de raíz la monstruosa corrupción de la cúpula chavista (la mitad del millón de millones de dólares se lo robaron entre la corrupción e ineptitud, con beneplácito de sus seguidores.
Desde hace siglos prevalece la idea de que al llegar al poder es de inteligentes y vivos repartirse el botín, sin escrúpulos morales. Corrupción aceptada por los simpatizantes con tal de que repartan y dejen robar. El poder es para disfrutarlo; lo del poder como servicio queda para los mítines y los discursos patrios. Es absurdo – piensan- que el poder se deba someter a la Constitución y a la voluntad de los ciudadanos. Si además se tiene la fuerza de las armas, se rechaza toda forma de control institucional.
Combatir la ilusión de la riqueza rentista. Ha hecho un inmenso daño la falsa idea de que somos un país riquísimo y que nuestro problema no es producir más, sino que el gobierno reparta la abundancia existente.
Ese fue el éxito inicial y la ruina del chavismo. Solo hay riqueza consistente cuando sale de la producción y talento de los venezolanos porque se dan la mano la educación formadora y la empresa productiva.
Eliminar el clientelismo que coloca en cargos a sus seguidores sin exigir capacidad; como lo vemos en incompetentes fracasados que en dos años han ocupado cuatro ministerios.
Los nuevos (y renovados) líderes políticos no se pueden quedar en protestar como opositores y repartir el botín al llegar al poder, poniendo los intereses del partido por encima del bien del conjunto del país.
Diálogo, negociación y democracia. Venezuela no puede rescatar la democracia sin diálogo entre todos los ciudadanos y sin negociar los puntos estratégicos imprescindibles para salir de la actual dictadura. Por eso los demócratas no pueden ir a la negociación como vergonzantes, de noche y a escondidas.
El problema no está en participar sino en saber qué exigir y qué defender como absolutamente irrenunciable. Sería una verdadera vergüenza que el diálogo para restablecer la democracia y la Constitución empezara reconociendo la Constituyente creada por esta dictadura para matar la democracia y la Constitución vigente.
Evidentes y previas a toda negociación son algunas exigencias constitucionales:
Pleno reconocimiento de la AN electa y de sus responsabilidades constitucionales, la separación de los poderes públicos y su renovación constitucional.
Libertad de presos y exiliados políticos.
Estricto cumplimiento de la agenda electoral conforme a la Constitución.
Apertura a la ayuda humanitaria internacional en medicinas y alimentos por la grave emergencia nacional.
En estos puntos básicos tenemos pleno apoyo de medio centenar de países democráticos del mundo; y, si los difundimos y defendemos con claridad y coraje público, los convertiremos en la bandera movilizadora de todos los venezolanos demócratas.
Formación humana, dinámica empresarial y producción económica. Para que Venezuela sea reconstruida hay que cambiar el modelo económico y promover la iniciativa emprendedora, libre y ciudadana con cuantiosas inversiones nacionales e internacionales, con todas las garantías jurídicas.
Pero el comportamiento empresarial no ha de ser lo que fue (y es) en muchos casos de pseudo-empresarios recostados en el rentismo estatal incompetente.
Necesitamos un empresariado convencido de su responsabilidad e importancia estratégica en el combate de la pobreza, que es imposible sin generar oportunidades de buen trabajo productivo para 14 millones de venezolanos.
Ello exige por otro lado una profunda transformación de todo el sistema educativo orientándolo hacia la creación de la riqueza con el talento y la formación humana honesta.
La empresa no puede seguir entendiéndose como el campo de batalla que enfrenta como enemigos al capital y al trabajo, sino donde ambos se complementan y benefician en la lucha contra la pobreza, el atraso y la improductividad parasitaria.
¿Y los militares? Deben sacar las consecuencias de algo que está a la vista y repudiar esa política de reparto del botín que ha hundido a Venezuela y en la que algunos de ellos han sido los principales actores y beneficiarios. Eso sin mencionar el narcotráfico que ha envilecido todo.
La masiva votación del 15 de octubre será un paso adelante para obligar a la salida democrática del gobierno dictatorial.