Esta “revolución” fue una ilusión construida sobre mentiras atractivas: somos un país riquísimo con las mayores reservas mundiales de petróleo, y los millones de venezolanos empobrecidos saldrán de la cárcel de su indigencia si aclaman al mesías distribuidor de esa fabulosa riqueza y castigador con su brazo militar de los ladrones que los despojaron de su herencia minera. Para pasar de la pobreza a la riqueza no hace falta cambiar, ni aumentar la productividad, sino extender la mano para recibir.
Esta promesa llevó al ciego seguimiento ilusionado y al consiguiente inevitable fracaso. Promesa que llegó a los bolsillos, con los precios petroleros multiplicados por 10. Nada de ahorrar en fondos de inversión, ni de sembrar para producir futuras cosechas, ni mejorar la educación y el mantenimiento. Basta repartir, improvisando el corrupto programa de “Bolívar 2000”, decenas de misiones y corruptos negocios multimillonarios en dólares. Tenemos dólares ilimitados y haremos de la importación el negocio más lucrativo, dejando la producción nacional en quiebra. Para eso daremos a los amigos y socios millones de dólares a 10 bolívares de los que ellos destinarán una parte a importar y venderán la otra mitad a más de 100.000 bs/$; no hay negocio en el mundo que se le iguale.
Así convirtieron a Venezuela en el mayor monumento mundial de lo que no se debe hacer.
Los países caen en locuras porque hay propensión heredada a escuchar lo que se quiere oír. En la mal llamada “cuarta república” está la madre de la quinta: el cuento de país petrolero riquísimo con renta inagotable. Creencia que estaba ya en millones de venezolanos pobres y ricos. La gente baila la música que le gusta.
En esta hora venezolana de catástrofe nacional y miseria y con la industria petrolera hundida, la sorprendente “inteligencia militar” inventa de nuevo la genialidad de que somos el país más rico porque ahora, además del petróleo infinito, tenemos 111.843 kilómetros cuadrados (mayor que media docena de países europeos juntos) de “arco minero” con fabulosas reservas de oro, coltan, esmeraldas… Vienen con el cuento de que ya vienen los compradores de mineral a enriquecernos y esta vez todo irá bien, pues lo garantiza una reducida casta militar que, de espaldas a su juramento patrio, se enriquecerá para bien de todos.
Pero no toda Venezuela es ciega y encandilada. Entre estos sobresale José Antonio Abreu que en los días de Semana Santa se nos fue calladamente, luego de unos años de silencio. Genio de talla mundial a quien su fe cristiana vivida y su estudio le llevaron a descubrir que la riqueza y valía están dentro de uno. Excepcional estudiante y profesor de primera en su Universidad Católica, discípulo y amigo de los jesuitas Vélaz, guía espiritual, y Pernaut, inspirador económico.
La genialidad de Abreu no estuvo en su talento musical, sino en su método para estimular el talento de millones de niños y jóvenes venezolanos, sacar su riqueza interior y ponerla a valer de la mano de la música, construyendo un sistema. Rompiendo prejuicios (la música clásica no es para la salsa caribeña, sino para alemanes, centroeuropeos, salones palaciegos y minorías selectas).
Llevó a desarrollar políticas públicas con presupuestos nacionales que desarrollen en todos los rincones miles de “taladros” para extraer el talento a través de la música. Que los jóvenes se sorprendan y disfruten al descubrir el tesoro que pueden sacar de sí mismos, que descubran su dignidad y el secreto de pasar de indigente a talentoso productor.
En el año 2004, la UCAB le otorgó el Doctorado Honoris Causa en Educación, a su destacadísimo egresado economista J.A. Abreu. En ese momento resaltamos su condición de Maestro educador, guía para una política de Estado (no de partido, como lo han querido hacer, apropiándose de quien trabajó para todos) para enseñar a cualquier joven a descubrir la alegría de su talento puesto al servicio de la totalidad.
En el acto del doctorado como Rector de la UCAB decíamos: “Un maestro, un educador, necesita algunas cualidades que resaltan de manera excepcional en Abreu. Quiero mencionar solo tres:
“Una inquebrantable fe en la dignidad y en el talento humano, oculto y latente en los jóvenes y en los niños. Si nadie cree en ellos, jamás se desarrollarán esos talentos. Al maestro Abreu, su fe cristiana le lleva a una fe en la vocación y potencialidades ilimitadas de cada persona y a brindarle oportunidades para que las descubra y desarrolle. Justamente una de las causas del empobrecimiento de Venezuela, y de muchos males que de ahí se derivan, es que se ha puesto más confianza en el dólar adicional por barril de petróleo que en el talento oculto de millones de jóvenes y niños, hoy carentes de verdaderas oportunidades.
“La segunda gran virtud y secreto del éxito es su tenacidad, capaz de vencer todos los obstáculos. Solo así es posible mostrar una obra tan amplia y exitosa, en terrenos que no estaban previamente abonados.
La tercera cualidad que quisiéramos tomar de Abreu es su vocación de formador de formadores. Él es un inspirador que multiplica discípulos, porque sabe que a todos nos viene bien el don curativo de su movimiento musical y tiene el arte de contagiar su entusiasmo.
“Fe en el talento humano de jóvenes y niños con frecuencia carentes de recursos y en ambientes hostiles para la elevación humana; tenacidad y formación de formadores: son tres cualidades que la Universidad quisiera recalcar e imitar de este inspirador que arrastra y multiplica discípulos”.
“No hay buen maestro sin buenos discípulos. Hoy tenemos con nosotros a Abreu y a muchos de sus colaboradores a quienes extendemos nuestra cordial felicitación”.
Catorce años después es aún más clamorosa la enseñanza imperecedera del Maestro Abreu.