En este artículo, María Gabriela Vieira, cursante de Comunicación Social,  ofrece un acercamiento al significado del trabajo del físico alemán, uno de los científicos más importantes del siglo XX

Albert Einstein fue un físico alemán nacido el 14 de marzo de 1879. Conocido principalmente por el desarrollo de la teoría de la relatividad, está considerado como uno de los científicos más importantes y populares del siglo XX.

Más allá de sus sobresalientes y admirables descubrimientos, Einstein también se interesó por exponer la importancia de la paz entre las naciones.  Fue durante la Primera Guerra Mundial que Einstein se comprometió políticamente debido a los acontecimientos que se suscitaron en su país natal. Desde joven, desarrolló un gran desprecio por la violencia, la bravuconería, la agresión y la injusticia. Fue un pacifista completamente convencido y entregado a su causa.

El científico vivió, además, el auge del nazismo antes y durante la Segunda Guerra Mundial, y al ser de origen judío se vio obligado a abandonar su patria, en 1932, para preservar su vida y sus ideales.

En medio de este contexto, podemos entender qué lo inspiró a recitar una de sus más recordadas y vigentes máximas:

“Cuando me preguntaron sobre algún arma capaz de contrarrestar el poder de la bomba atómica yo sugerí la mejor de todas: la paz”

 

Como él, muchos judíos debieron marcharse de sus países natales huyendo del terror impuesto por Hitler y sus ideas antisemitistas. Otros, que no pudieron hacerlo, sufrieron destinos tétricos y siniestros en aquellos lugares que el mundo conocería después como campos de concentración y de exterminio.

Por ello tiene mucho poder y alcance que este reconocido hombre de ciencia haya señalado a la paz como la verdadera fuerza capaz de contrarrestar el arma más letal creada por el hombre, cuyo uso militar, por cierto, tuvo una importancia decisiva en el fin de la Segunda Guerra Mundial y las pretensiones del nazimo.

Ahora viene la pregunta: ¿Por qué la paz sigue siendo tan difícil de alcanzar? Muchas personas creen tener la respuesta definitiva a esto, mas la dirección de la realidad puede estar en cualquier sentido.

Se puede asentar el concepto de que entendiendo el fondo de cada conflicto, comprendiendo bien sus causas y habiendo una intencionalidad sincera de reconciliación, la solución puede llegar de manera más factible.

Sin embargo, día a día observamos la proliferación de conflictos y tensiones internacionales, amenazas latentes que afectan la estabilidad y tranquilidad de diversas regiones del planeta. Basta con poner atención en el panorama nacional e internacional para darse cuenta de que la hostilidad toma una gran parte del presente.

Ante esto, muchos se derrumbarán y no sentirán más que desesperanza, pensando que no hay manera de que la concordia pueda alcanzarse y que las fuerzas de la atrocidad y el mal ya dominaron el alma de la humanidad.

Pero hoy más que nunca resulta imperativo no desfallecer y recordar el heroísmo de quedarse a construir en donde otros han aniquilado.

Vale la pena apostar por la paz, vale la pena creer en ella y, por encima de todas las cosas, vale la pena buscarla en todos los ámbitos, comenzando por el ciudadano.  Sembrar valores fundamentales como la tolerancia, el respeto y la gratitud es el primer paso para lograrlo.

Porque cuando se logra comprender a los demás, valorar sus virtudes y aciertos, entender las equivocaciones, alegrarnos con sus alegrías y ser capaces de compartir las propias, hemos conquistado algo con muchísima trascendencia para el ser humano, algo que es capaz de perdurar y darnos un mejor mañana.

Un ambiente sano y tolerante es fuente de felicidad, bienestar y seguridad; y allí no hay espacio para sentimientos perniciosos o dañinos. Allí solo hay lugar para la paz. Y no hay arma que pueda contra ella.

♦ Texto: María Gabriela Vieira/Estudiante de Comunicación Social

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