Con el propósito de desmitificar la idea que los venezolanos se han hecho de un hombre que veneran en estampitas y figuras de yeso, y para restituirle en su dimensión real las virtudes y capacidades profesionales, científicas, docentes, intelectuales y humanas que tuvo en vida, la Academia Nacional de Medicina y la Universidad Católica Andrés Bello realizaron, este miércoles 5 de junio, el coloquio “Dr. José Gregorio Hernández. Una mirada, en el centenario de su muerte, desde la academia”.
El evento tuvo el apoyo del Instituto de Investigaciones Históricas (IIH), que dirige el padre Carlos Rodríguez Souquet, y ofreció la tribuna a tres especialistas que ocupan sendos sillones en la Academia Nacional de Medicina.
Los oradores develaron a un “médico de los pobres” visionario, adelantado a su época, que pudo conciliar su profunda fe religiosa –y su apego a la teoría bíblica de la creación– con el conocimiento más avanzado que esa área de la ciencia había alcanzado para finales del siglo XIX.
El presidente de la Academia de Medicina, Leopoldo Briceño-Iragorry (cirujano pediatra) y el vicepresidente de esa corporación, Enrique López-Loyo (anatomopatólogo), abordaron en sus exposiciones la vida académica de Hernández. Por su parte, Rafael Muci-Mendoza (internista-oftalmólogo), expresidente de la academia, habló sobre José Gregorio Hernández Cisneros como “ciudadano preclaro, médico, científico, maestro y siervo de Dios”.
Hernández fue uno de los 35 miembros que instalaron, en 1904, la Academia Nacional de Medicina. Fue fundador en Venezuela de tres especialidades: histología normal y patológica, bacteriología y fisiología experimental y estudió los males endémicos, como el paludismo, la fiebre amarilla, la tuberculosis y la lepra. Aprendió, en París, Berlín y Madrid, técnicas científicas de Louis Pasteur y dos ganadores del premio Nobel, Charles Richet y Santiago Ramón y Cajal, entre otros.
Con la ayuda de sus alumnos, Hernández publicaba sus descubrimientos en la Gaceta Médica de Caracas. Instaló el primer laboratorio de investigación médica, donde funcionaba la UCV. Hoy, el local que está entre las esquinas de Pajaritos y Mercaderes se halla en estado ruinoso, en poder del Ejecutivo nacional confiado a un grupo “colectivo”, denunció López-Loyo, quien mostró su aspiración de que ese espacio pueda ser rescatado.
El rector de la UCAB, reverendo padre Francisco José Virtuoso, s.j., en las palabras de clausura destacó que en la modernidad y, especialmente en las circunstancias que vive Venezuela, el ejemplo de José Gregorio Hernández es muy pertinente porque su comportamiento fue el de un ciudadano republicano que moldeó con el ejemplo.
“Recuperar la figura José Gregorio es recuperar el papel de la ciencia, es recuperar el papel de la docencia universitaria, es recuperar esa capacidad de hacer escuela, ese empeño por poner el conocimiento al servicio del país. Desde el ámbito cristiano nosotros estamos empeñadísimos en que se reconozca esa figura de José Gregorio Hernández, que goza de una gran valoración del pueblo como santo; pero esa santidad tiene que ver con ese compromiso espiritual tan profundo con los demás, movido por esa fe, pero explotando sus talentos. José Gregorio fue santo porque fue un médico ejemplar, fue santo porque fue un hombre entregado. José Gregorio fue santo porque puso toda su gran riqueza humana al servicio de los demás. Ahí radica esa profunda santidad”, reflexionó el rector Virtuoso.
«José Gregorio vive en los médicos y enfermeras»
La presentación la hizo el doctor en historia, Manuel Donís Ríos, miembro del equipo de investigadores del IIH; y la introducción a las conferencias estuvo a cargo de monseñor Tulio Ramírez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de Caracas y vicepostulador del doctor ante la Congregación para la causa de los santos.
José Gregorio Hernández (1864-1919) fue declarado “venerable” en 1986 por el papa Juan Pablo II. Murió, el 29 de junio, por una hemorragia causada por la fractura del cráneo tras un arrollamiento. En el encuentro se citó una descripción hecha por Rómulo Gallegos de su funeral por haber sido multitudinario y profundamente conmovedor.
Monseñor Ramírez mencionó los registros de la época según los cuales en la Universidad Central de Venezuela alumnos ajenos a sus cátedras asistían para escuchar a Hernández atraídos por su capacidad didáctica. Él les ofrecía de viva voz conocimientos frescos, traídos de su especialización en Europa entre 1889 y 1891, que no eran accesibles en Caracas sino en contados libros.
Afirmó que “José Gregorio está vivo” en los médicos y en las enfermeras que prestan sus servicios en los hospitales nacionales en medio de tantas dificultades y aprovechó la ocasión para que los congregados en el auditorio oraran “por el pacto de paz que necesita Venezuela”.
Leopoldo Briceño-Iragorry comentó las distorsiones que en el último siglo se han hecho sobre José Gregorio Hernández, una mezcla de anécdotas falsas e historietas escritas por apologistas y hagiógrafos. Describió a una persona de carácter taciturno, con conocimientos enciclopédicos y una formación científica sólida, facilitada por su conocimiento de varios idiomas.
Por su parte, Enrique López-Loyo presentó una síntesis de su libro José Gregorio Hernández, la epopeya de su laboratorio, que alude a la sede que se inaugura en 1891 y que luego muda al hospital Vargas. Explicó que entonces el “venerable” tenía apenas 27 años de edad.
El vicepresidente de la Academia de Medicina indicó que como parte de su trabajo de investigación logró recrear el contenido de los estantes, reactivos y métodos de investigación usados por José Gregorio Hernández, que resultaban de los más adelantados en la época. Lo calificó como “un científico integral” y precisó que en toda su obra escrita solo encontró una mención a su creencia religiosa, lo que le indica que su formación académica fue transmitida a sus discípulos sin sesgo, con la instrucción de que masificaran ese conocimiento.
López-Loyo afirmó que Hernández aplicó, con un siglo de anticipación, directrices actuales de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en lo referente a la atención primaria. “Fue un apóstol del principio básico médico: ser compasivo y acompañar el sufrimiento”.
Rafael Muci-Mendoza abundó en detalles de su desarrollo académico y de la impresión positiva que dejó en sus profesores europeos. Destacó que Hernández introdujo en Venezuela avances tecnológicos como el uso de la endoscopia ocular (fondo de ojo) y un tensiómetro muy moderno para la época. Dijo que era “un clínico de alto vuelo y buen fisonomista” que detectaba los males con la observación.
Asimismo, comentó anécdotas vividas en primera persona sobre el vínculo de los pacientes del hospital Vargas con milagros atribuidos a José Gregorio Hernández, cuya iconografía plena los cubículos de los enfermos más graves, por lo que releyó uno de sus artículos dedicado al “venerable”, el médico residente más antiguo de ese centro.