En 2018, representantes de las obras de la Compañía de Jesús participaron en un taller –dictado por el padre Elías López, proveniente de la provincia de España– sobre las redes de reconciliación. Allí se acordó impulsar una experiencia piloto en la parroquia San Alberto Hurtado (La Vega), que se concretó a partir de febrero de 2019, cuando se inauguró la red para capacitar a agentes de transformación para la reconciliación, la cultura de paz y la reconstrucción del tejido social afectado por la violencia.
El proyecto de reconciliación consiste en tres módulos de talleres con dos horas de duración cada uno: mi relación conmigo mismo, mi relación con la comunidad y una acción para la comunidad. Sin embargo, el problema de los servicios públicos ha afectado la disponibilidad del tiempo en las escuelas donde se imparten. En algunos casos los ejercicios han tenido que dictarse en la mitad del tiempo.
“En el horno” está el proyecto de reconciliación para niños, que pretende abordar el problema de forma preventiva, desde “el manejo de las emociones hasta soñar un mundo mejor”. Para esto, los promotores echarán mano de lo más elemental, como son los juegos, para inducirlos al respeto de las normas.
En la red participan el Servicio Jesuita a Refugiados, el Centro Gumilla, el movimiento juvenil Huellas, Fe y Alegría y la parroquia San Alberto Hurtado.
Por la UCAB, las responsables de esta tarea son la psicóloga clínica, Kledys Chavarri, coordinadora de la Línea de Desarrollo Integral, y la licenciada Eduvigis Sánchez, coordinadora de la Línea de Organización Comunitaria de la Dirección de Proyección y Relaciones Comunitarias de la Extensión Social de la UCAB. La primera se enfoca en el aspecto socioemocional y la segunda se ocupa del aspecto relativo a la ciudadanía y el tejido social del proyecto de reconciliación.
Dejan claro que el propósito no es hacer terapia, porque no hay tiempo para eso. En los casos que detectan que lo requieren con urgencia, se remiten al servicio de Psicología del Parque Social.
“En esto llevamos un año, pero este trabajo de reconciliación tiene una matriz desde 2017 con el tema de la resiliencia comunitaria, que forma parte del Plan Estratégico de la UCAB. Desde la Dirección de Proyección y Relaciones Comunitarias hicimos toda la formación del tejido social. Creo que ya vamos a la planificación participativa. Todo ha sido un proceso”, explica Kledys Chavarri.
Han detectado que la iniciativa tiene acogida porque se ha corrido la voz en la comunidad y hay más personas que solicitan ser incluidas. Los talleres de reconciliación se realizan en las sedes de las escuelas, tanto las afiliadas a la AVEC como algunas públicas donde se estime que se cuente con seguridad para los docentes y padres. Hasta ahora, han participado adultos, niños y adolescentes, en sesiones separadas según las edades.
Los programas se han puesto en marcha en comunidades de La Vega, Antímano y Caricuao, donde la Extensión Social de la UCAB concentra sus esfuerzos.
Espacios verdes para salir del caos
Kledys Chavarri y Eduvigis Sánchez coinciden en que no hay literatura especializada que les indique cuál es el punto de reconciliación y menos que esté adaptada a la realidad venezolana, así que les toca aprender poco a poco.
“Hemos visto que frente a la adversidad, nosotros nos vamos adaptando y no podemos ser rígidos. Tenemos que ser flexibles pero con los objetivos claros. Nos fuimos de vacaciones en agosto y cuando volvimos en septiembre nos encontramos con unos docentes desbastados. Ellos piden acompañamiento a la UCAB y a Proyección porque confían en nosotros. Pero no podemos decir que las comunidades se reconciliación, todavía no. Ese asunto es muy necesario, porque hemos visto cómo las comunidades se han fragmentado. Veníamos de una polarización donde cada vecino está pendiente de sí mismo o de su sector, pero no del bien común. Cada uno defendiendo su parte, en relaciones cada vez más deterioraradas”, comenta Chavarri.
Eduvigis Sánchez se incorporó al equipo de Proyección y Relaciones Comunitarias con posterioridad. Comenta que más que avances, nota en las comunidades una “mutación”.
“Mutan las relaciones. Lo que estamos viendo en la parroquia San Alberto Hurtado, donde los padres colaboraron con el comedor de una escuela, es que sí hay focos de tejido social, pero ya esa dinámica no se está dando de la misma manera. En la actualidad, hay padres involucrándose un poco más en las escuelas porque se dan cuenta de que el maestro no está y es necesaria la presencia de ellos. Hemos estado viendo rayitos de esperanza o lucecitas que indican que el trabajo vale la pena y tiene que seguir fortaleciéndose. No es una visión perdida de la realidad comunitaria. Tenemos ejercicios donde la comunidad educativa reflexiona sobre cómo sueña a la comunidad”.
Sánchez describe el trabajo que coordina como la creación de “espacios verdes” para pensarse a sí mismos.
“Nuestros talleres son prácticos, no se trata de poner en un video beam la lámina de qué es reconciliación, sino de ir construyendo con la persona el tema de la reconciliación. Los talleres no son para pensar en lo cotidiano, en la supervivencia, sino un espacio para pensarnos como individuos, para pensarnos desde nuestra historia y poder empezar a pensarnos como comunidad, como oportunidad para hacer redes. El año 2018 fue particularmente duro y las comunidades solo pudieron llegar hasta el trabajo personal de la reconciliación. Las narrativas comunes de todas las comunidades es que cada quien está en lo suyo. Cuando empezamos a ver el tema de familia, personal, de mi tiempo para mí, vemos que también está fragmentado por esta misma dinámica”.
Chavarri precisa que los talleres de reconciliación están diseñados para ser una especie de cortafuegos.
“Necesitamos ciudadanos bien fortalecidos que puedan reconocer que hay otro y que la solución puede depender de nosotros dos, trabajando en red, para poder ver mejoras en la situación. Hemos encontrado que la persona está tan inmersa en resolver su día a día que no está ni siquiera tomándose el tiempo para saber cómo siente ante esta situación. Necesitamos que el ciudadano realmente entienda qué está pasando con él, qué emociones tiene conectadas y cómo esas emociones interfieren en el establecimiento de ese vínculo con el otro. Todos los grupos, desde los niñitos hasta adultos, aunque reconocen el valor de tener una familia, el día a día no les permite discernir cuán importante es. Pero cuando trabajamos más cercanamente, identifican entre sus fortalezas a su familia, como un valor en el que pueden apoyarse para afrontar esta adversidad”.
Para el futuro vislumbran alcanzar pequeños logros o “microacciones”, como una escuela de padres o una escuela de madres voluntarias, comenta Sánchez.“No son espacios para negar la realidad, sino para agarrar aire o energía vital, para no dejarse absorber por lo caótico. Necesitan un espacio verde para compartir con un amigo, hacer algo distinto, para poder volver a la realidad”, aclara.
♦Texto: Elvia Gómez/Fotos: Manuel Sardá (apertura) y Mguelángel Paiva (internas)