“Hay en cada pueblo una luz encendida, el maestro de escuela;
y detrás una boca que sopla, el cura” (Víctor Hugo)
Luis Ugalde
Esta frase del gran escritor francés expresaba el pensamiento de los “Ilustrados”; en Venezuela (como en otros países) lo convirtieron en bandera de liberación nacional con la lógica conclusión de que hay que acabar con los curas y su Iglesia oscurantista. En consecuencia, hace siglo y medio el “Ilustre Americano” expulsó a los obispos, cerró todos los seminarios de formación sacerdotal, prohibió todas las congregaciones y órdenes religiosas masculinas y femeninas y expropió los bienes de la Iglesia, convencido de que cuanto menos Iglesia, más luz y vida tendría la nación.
Los tiempos cambian. Vengo de una intensa reunión de tres días donde sacerdotes y religiosos analizaban la actual tragedia educativa y el modo de mantener a la escuela abierta, con calidad y llena de niños, jóvenes y maestros, a pesar de que decenas de miles de ellos han sido obligados a abandonar la escuela y el país y muchos más trabajan en la pobreza.
Los sabios de 1880 no se hubieran imaginado que un siglo después en Venezuela los servicios educativos de la Iglesia en todos los sectores y niveles, desde el maternal hasta el universitario, se hubieran multiplicado y gozaran del máximo aprecio y demanda. Menos hubieran pensado que la Conferencia Episcopal (CEV) año tras año con sus lúcidos documentos iluminara, con gran coherencia, ética y valentía frente al poder tiránico; o que en las encuestas nacionales la Iglesia apareciera como la institución más apreciada por los venezolanos. Quien vaya a los barrios más pobres, donde reina la penuria y el sufrimiento, allí se encontrará con una comunidad católica que vive la hermandad espiritual encarnada en ollas solidarias de comida, sencillos centros de salud, lugares de oración y modos de compartir que fortalecen la vida y activan la esperanza: Centros de movilización espiritual y social.
No se trata de enrostrar a nadie diciendo que la Iglesia tenía y tiene razón. Más bien es la hora de que cada persona y comunidad o agrupación saque lo mejor de sí y lo ponga al servicio de todos como quien comparte su salvavidas en medio del naufragio general. Lo que la Iglesia tiene de especialmente valioso es la memoria viva de Jesús y su Espíritu que renueva, inspira y fortalece, aun en los momentos más difíciles. La inspiración de Jesús de Nazaret no es una propiedad privada que excluye, sino un patrimonio de la humanidad cuyos rescoldos todos (creyentes y agnósticos) llevamos dentro (a veces sin reconocerlo); al primer soplo vuelven a tomar fuerza y salen a la plaza pública para que hambrientos, sedientos, desterrados, enfermos, presos e ignorantes, se levanten juntos y caminen en la construcción de un “nos-otros” venezolano e indetenible.
Las diversas profesiones y responsabilidades ciudadanas pueden tener los saberes instrumentales necesarios para mejorar, pero hay que prender la chispa. Las ganas de hacerlo y las fuerzas activadas para cambiar solidariamente este cerco de muerte por la liberación de vida vienen de la íntima convicción de que es verdad aquella sentencia misteriosa y aparentemente contradictoria de Jesús: Quien da la vida por otro, aunque parezca que la pierde la gana, como el grano de trigo que si cae en tierra muere para renacer multiplicado en espiga (Juan 12,24, Marcos 8,25 y 10, 44).
Poca importancia tendrían las palabras de Jesús si él mismo no hubiera dado su vida por los amigos y no hubiera resucitado como espiga multiplicada por el Espíritu en aquella frágil iglesia primitiva de Jerusalén.
Hoy en Venezuela valoramos la Iglesia pero no basta. El momento pide y exige mucho más, una movilización creativa para animar el renacer de toda la nación. El clericalismo en política es tan malo como el militarismo; no así el renacer espiritual necesario para cambiar la política: desde dentro de su Espíritu hacia la calle, desde las ruinas nacionales a la reconstrucción, desde la exclusión y el odio a la reconciliación y reencuentro y abrazo como venezolanos sin barreras. Un verdadero milagro que no solo es posible sino necesario. Que la vida de cambio sociopolítico que se está dando en documentos episcopales y en numerosos pequeños grupos eclesiales contagie y movilice a toda la Iglesia y a todas las dimensiones nacionales para que la vida vuelva a Venezuela con gran renacer político, social y económico.