Luis Ugalde
La educación venezolana está derrotada. Es necesario reconocer cuanto antes esta realidad para resurgir; quien no reconoce una enfermedad de muerte no está dispuesto a aplicar remedios exigentes y dolorosos. Ahora no tenemos ni los educadores, ni las familias, ni los educandos, ni la comida escolar, ni los funcionarios y presupuestos, jugando en equipo con espíritu libre y creativo para reinventar la educación esencial para el país.
Lo más catastrófico es que las facultades de educación y los pedagógicos están vacíos, porque nuestra sociedad ha degradado la vocación de educador. Si no damos efectiva prioridad y atractivo a la vocación de maestro será triste el futuro del país.
Si partimos del reconocimiento de esta debacle educativa, podemos tratar de pensar desde cero y no desde la natural tendencia a salvar lo que queda de las ruinas.
Hace 80 años el sistema educativo formal venezolano era una pequeña isla en un mar de analfabetismo, ignorancia e incapacidad productiva. Se buscó ayuda exterior para crear el Pedagógico y formar educadores de vocación. Luego se crearon escuelas normalistas oficiales y privadas por todo el país, que formaron maestros de modo acelerado y breve.
La necesidad hizo que en la educación secundaria dieran clases destacados estudiantes de diversas carreras universitarias. Hubo respuestas audaces a necesidades extremas con gran libertad creativa, como la de Fe y Alegría hace 65 años. Este movimiento socioeducativo heterodoxo se convirtió en producto de exportación de primera a 24 países, y hoy, tiene millón y medio de alumnos en el mundo.
La necesidad nos obliga a lo esencial. ¿Hemos pensado qué de nuestro bachillerato fue realmente esencial, eso que en un naufragio no estamos dispuestos a tirarlo por la borda? En lectoescritura, en razonamiento numérico y en valores humanos centrales como la dignidad de toda persona, la solidaridad entre todos, la libertad, la justicia y la paz. De ahí saldrá todo lo demás.
Ahora ni siquiera podemos con lo esencial sin un nuevo reencuentro educativo y acuerdo entre todas las fuerzas formadoras: Familia, Educadores, Sociedad, Estado y Gobierno. Es indispensable que una nueva corriente espiritual y de solidaridad y mutua necesidad corra por todas ellas. Sumar y multiplicar, no restar y dividir. Dejar de lado el burocratismo y las ideologías trasnochadas y excluyentes. No quedarse en reclamos de presupuestos ideales que no se van a dar, simplemente porque no hay todo el dinero requerido, ni mucho menos. Un mínimo presupuesto educativo requerirá un promedio de 1.000 dólares al año por educando para cerca de 10 millones de niños y jóvenes entre 3 y 23 años.
Nuestra sociedad debe buscar como sea esos 10.000 millones por año. Más de 20% tendrá que venir de fuera del presupuesto oficial; la necesidad es de todos y deben colaborar de manera diferenciada: las familias, las empresas, los voluntarios, las solidaridades internacionales y la infinidad de nuevos recursos tecnológico-educativos mundiales a bajo costo, contribuirán a sacar el presupuesto de donde a primera vista no hay. No nos engañemos con la ilusión de que somos más progresistas y revolucionarios mientras más dinero pidamos a un país y a un gobierno en la ruina.
Educar para ser productores. Nuestra pobreza ha quedado en evidencia al hundirse la renta petrolera. O producimos, o morimos. Aprender a producir responsabilidad ciudadana, bienes y servicios de necesidad vital y el gusto por cultivar valores para obsequiarnos unos a otros. Convencernos de lo que está a la vista: los venezolanos somos pobres y nuestras capacidades productivas ahora están más empobrecidas.
Pero para salir de esa pobreza, hay una inmensa capacidad en el talento humano que se está perdiendo de manera más grave que el precioso gas que se quema día y noche en los mechurrios petroleros. En la casa, en el vecindario y en la escuela… esta convicción de pobreza real y rico talento potencial ha de desatar alianzas y acuerdos para sumar y multiplicar todo, a pesar del escaso presupuesto.
Hacer más con menos. La nueva conciencia de la necesidad y urgencia nos ayuda a valorar el arte de hacer más con menos, y dar la bienvenida a todo el que dentro o fuera del país tenga respuestas multiplicadoras y baratas a nuestro alcance por vía electrónica.
Lo primero de todo es una nueva valoración recíproca entre padres y educadores con efectos educativos prácticos en las casas.
Clima de entendimiento y nuevo gobierno nacional
Todo ese potencial existe y se puede expandir rápida y contagiosamente, como el virus de la esperanza que barre con la resignación estéril. Para arrancar es necesario que cada uno, cada agrupación, cada movimiento civil, religioso y espiritual saque de sí mismo lo mejor que tiene y lo ponga al servicio de todos. Una inmensa movilización de voluntariado solidario. Esto no es un sueño iluso, sino una posibilidad necesaria que nos lleve a crear un clima de entendimiento y de acuerdo nacional. Centrados en lo esencial, abiertos a la libertad y solidaridad y con inédita creatividad.
No lo podrá hacer un gobierno sectario que aún en esta desgracia ha continuado persiguiendo, excluyendo y censurando noticias y opiniones, incapaz de valorar a la empresa privada y a la gente que no controla, y empeñado en un modelo político y socioeconómico fracasado e imposible. Tampoco podrá hacerlo otro gobierno sectario, movido con rabia y atareado en perseguir a los adversarios y a los que cree culpables.
Esto no es un acuerdo educativo sino las bases espirituales para que a las primeras lluvias del pronto gobierno de transición reverdezca la educación plural y descentralizada en las familias, en las aulas, en los medios… y en la política. Así tendremos la capacidad para pronto avanzar juntos de la indigencia a la producción del país que queremos.
*Foto: El Nacional