Las heridas de una larga guerra saturan el ambiente de muerte y desolación. Federación, Guerra Federal, “Revolución Azul” suenan como simples términos que en nada han hecho cambiar la realidad de un país sediento de normalidad y “Paz”.
Una Venezuela rural, desatendida y analfabeta, aislada de todo progreso y desarrollo, ve nacer en 1864 a José Gregorio Hernández Cisneros. Isnotú, pequeño pueblo de los andes trujillanos, le sirve de cuna.
La espesa bruma y las montañas son la compañía inseparable de un joven que, sorteando la precariedad propia de su tiempo, emprende el largo viaje de tres meses desde los Andes hasta Caracas. Mulas, carretas y vapores lo transportan, a través de una inhóspita geografía, a la ciudad capital, donde materializa su aspiración de recibirse de médico.
Tras varios años de estudio, obtiene el título de Doctor en Medicina en 1888, como primer estudiante de su curso. Ese mismo año decide regresar a su pueblo natal, donde permanece hasta 1889 cuando viaja a París, becado por el Estado venezolano, bajo la presidencia de Juan Pablo Rojas Paúl.
Al culminar sus estudios en París, continúa su especialización en las ciudades de Berlín y Madrid, de la mano de prestigiosos científicos de la época. Presenta los resultados de sus investigaciones en el Primer Congreso Panamericano en la ciudad de Washington.
Pero no solo la Academia es su pasión. Como cualquier hombre de su tiempo gustaba del baile y las retretas, así como del buen vestir y el cuidado de su apariencia personal.
A su regreso a Venezuela, en 1892, comparte su tiempo de investigación con su labor docente en la Universidad y con las humanitarias consultas privadas.
En 1893, en la revista cultural El Cojo Ilustrado, el escritor costumbrista y Académico de la Lengua, Francisco de Sales Pérez, publica una entrevista realizada al joven José Gregorio Hernández, quien a pesar de su corta edad goza de mucho prestigio entre sus colegas y discípulos. Así lo describe: “Sabe todo lo que puede saber un hombre que ha empleado sus 26 años en aprender, pero sabe además una ciencia que no se aprende en ninguna academia. Sabe hacerse amar. Como médico llegará a ser una celebridad, su reputación está formada: le falta el agente tiempo para extenderse”[1]
En 1904 es escogido por el Dr. Luis Razetti para normar la salud en Venezuela[2]. Se incorpora como miembro fundador de la Academia Nacional de Medicina, ocupando el sillón XXVIII; sillón que es hoy ocupado por un insigne y entregado médico cirujano, especialista en quemados, quien dedica su vida profesional al Hospital J.M. de los Ríos, Luis Ceballos García, quien con orgullo comenta: “Cada jueves, cuando ocupo el sillón del Dr. Hernández, siento algo muy difícil de describir con palabras, es una emoción enorme la que me embarga”[3]
En 1908, llamado por su vocación religiosa y por un sueño acariciado durante largo tiempo, viaja a Roma para incorporarse a la Cartuja de Farnetta, sin embargo su precaria salud y delgadez se lo impiden. En 1913 realiza un nuevo intento en el Colegio Pío Latino Americano, y una afección pulmonar lo obliga a regresar a casa.
Su obra escrita es diversa, predomina la ciencia médica pero además explora el mundo de las humanidades con su especial trabajo, Elementos de Filosofía. Muchas de sus investigaciones se encuentran publicadas en la Gaceta Médica de Caracas, fundada en 1893.
A partir de 1918, la gripe española arriba a nuestras costas y desde allí se extiende al resto del país. Caracas va a ser una de las tantas ciudades en que el número de contagiados aumenta vertiginosamente. El Dr. Luis Razetti y el Dr. José Gregorio Hernández, en conjunto con numerosos médicos, integran las Juntas de Socorro, para enfrentar el terrible flagelo en un país ahorcado por una férrea dictadura, que ha sumido a la población en la miseria y la enfermedad, y que al decir de los galenos “lo que estaba matando a la gente no era la gripe sino la pobreza y la miseria, el paludismo y la tuberculosis”.
(Ver también: La gripe española. Esa otra pandemia que diezmó Venezuela)
Así como un 29 de junio de 1888, José Gregorio Hernández se recibe como Doctor en Medicina, un 29 de junio pero del año 1919, muere de manera trágica, atropellado por uno de los pocos vehículos que circulaban por la ciudad de Caracas, en la esquina de Amadores, en La Pastora.
A raíz de su muerte, su santidad fue proclamada por el pueblo de Venezuela y las autoridades eclesiásticas lo consideraron ejemplo de virtudes. La causa de Beatificación y Canonización se inicia en 1949, a cargo del episcopado venezolano y en 1972 la Congregación para las Causas de los Santos lo declara Siervo de Dios. En octubre de 1975 sus restos son exhumados en el Cementerio General del Sur y llevados a la Iglesia parroquial de Nuestra Señora de Candelaria, donde aún reposan.
En 1986, el Papa Juan Pablo II lo declaró Venerable, auténtico modelo de virtudes cristianas. El 27 de abril de 2020, el Administrador Apostólico de Caracas, su eminencia Cardenal Baltazar Porras Cardozo informó al país que el milagro realizado por mediación del Dr. José Gregorio Hernández, había sido aprobado por la Comisión Teológica de la Congregación para las Causa de los Santos.
El camino ha sido largo y sinuoso como el de las montañas andinas; sin embargo, en medio de la peste y la cuarentena que hoy nos agobian, la imagen del Dr. José Gregorio Hernández y la emoción que hoy nos embarga por su cercana beatificación, emergen como una mano sanadora, aquella que en vida reconfortó el cuerpo de los más desprotegidos y el alma de los desventurados, y que hoy nos devuelve al camino de la renovación y de la fe.
♦Texto: María Soledad Hernández. Directora (e) Instituto de Investigaciones Históricas de la UCAB/Foto: Diario de Los Andes
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