Fe y Alegría (FyA), con millón y medio de alumnos en más de veinte países, es un increíble éxito de una iniciativa educativa venezolana, basada en la necesidad y las carencias. Por eso tiene tanta importancia su comprensión para reconstruir nuestro país desde la extrema carencia multifactorial.
La necesidad manda
Este es un principio fundamental para la existencia y éxito de FyA: no nace donde están dadas las condiciones para hacer una buena escuela, sino precisamente donde no las hay y resalta la desnuda necesidad. Eso significa que nace “donde termina el asfalto”.
José María Vélaz, su inspirador fundacional, tenía la convicción de que no había que dar muchas instrucciones pedagógicas a las primeras monjas que. dejando su buen colegio. se lanzaban a la aventura de responder a una necesidad humana: donde no hay agua corriente se termina perforando un pozo propio.
En el origen de FyA participan las familias de la comunidad necesitada y las solidaridades externas, pero me atrevo a decir que en los primeros veinte años (1953-1973) la clave fueron monjas, que dejaban voluntariamente los vergeles de sus oasis educativos que eran sus colegios, para lanzarse al desierto a pie y sin camello. Su fuerza era espiritual: dar la vida por esos niños sin escuela y sin futuro.
Vélaz no les daba instrucciones para el aula, ni para la administración, sino libertad y alas. Vayan, déjense interpelar por la dramática necesidad e inventen respuestas con espíritu libre y creativo. Sabía que ellas tejerían soluciones entrelazando la experiencia de su anterior colegio, la necesidad del barrio y la “chispa” de la gente. Vélaz confiaba plenamente en la ilimitada capacidad de entrega de cada monja, con su incondicional entrega de vida consagrada a Dios en el prójimo más necesitado.
Con ese espíritu se fue desarrollando también la vocación de miles de maestros laicos, realmente enamorados no solo de su vocación docente, sino específicamente de esos niños y familias en necesidad. Por eso muchas escuelas al comienzo eran muy precarias, verdadera provocación para que un burócrata escrupuloso y atildado las desdeñara o mandase a cerrar, por no reunir las condiciones requeridas.
Desde una mala escuela rural
Personalmente conocí y acompañé a la escuela granja de La Guanota, en Apure, cuando era una pobre escuela rural, sin presupuesto, con comida precaria, galpones por dormitorios con chinchorros con pisos de tierra, y con graves carencias en los maestros. Sin embargo, era una escuela que atraía a los niños carentes de escuela y de esperanza, provenientes de lugares como Laguna Hermosa, a cientos de kilómetros.
A La Guanota llegaban los muchachos de diversos rincones del inmenso estado Apure usando ríos, canoas, picas y terraplenes. La necesidad era el uniforme que los unía y, por tomarla en serio, FyA de La Guanota se convirtió pronto en una de las mejores escuelas-granjas de todo el país, con su pedagogía aplicada que incluía áreas de trabajo grupal, ordeño y siembras.
Obligando al Estado
Otro gran secreto es que Fe y Alegría no cayó en el error de eximir al Estado de su responsabilidad educativa con esos necesitados, porque ellos la iban a suplir privadamente. Al contrario, donde llega FyA exige y obliga al Estado a llegar. Toda educación es pública, y como tal la asume esa iniciativa de la sociedad que se adelanta al Estado y le va abriendo camino. Anima a la gente de la escuela, padres y maestros a exigir al Estado el pago de su educación, la mejora de los ingresos de los educadores y el apoyo a la calidad. La comunidad asume el cuido de la escuela que es suya, para juntos (familias, educadores, sociedad y estado) subir la ardua cuesta de la calidad.
Crecer sin límites
Lo viví en La Pradera con el nacimiento y crecimiento de la escuela Luis María Olaso, en lo más alto de La Vega. No había escuela en kilómetros a la redonda y la comunidad cristiana se movió por necesidad: consiguió un terreno y algunos centavos y logró convencer a FyA para que construyera la edificación.
Desde su apertura, hace una veintena de años, la directora, los padres y las maestras la han mejorado cada año. Al comienzo, el presupuesto no alcanzó para comprar pupitres, ni para poner vidrios a las ventanas, ni había cantina, ni biblioteca, ni cancha deportiva, ni huerto, ni pisos pulidos, ni aula de informática…, todo eso que hoy admiramos. Cada año sin descanso, padres y educadores aliados, buscando convenios y apoyos en la Universidad Católica Andrés Bello y en otras instituciones, avanzaron hacia la maravilla que es hoy.
FyA tiene hoy Dirección nacional e internacional con mucha creatividad, pero están convencidos de que esa creatividad no se debe centrar en su oficina, sino que hay que sembrarla y cultivarla, de manera descentralizadas en cientos de escuelas y miles de corazones.
Movimiento social de cambio
No me queda espacio para explicar, pero sí para decir: Vélaz era reacio a la efervescencia ideológica en los jesuitas y en los educadores, temía que si prendía en los maestros podía incendiar la pradera, dejando solo conflictos y cenizas.
El tiempo le ha dado la razón. El mejor camino para los necesarios cambios estructurales es avanzar en el fortalecimiento de la gente en la base, creando poder educativo y organizativo en los carentes de poder. Por eso Fe y Alegría es mucho más que una escuela, es un movimiento social educativo, y un aporte más valioso para el cambio de estructuras que el atajo iluso de una pronta «revolución» que promete cambiar todo desde arriba.
Hay más secretos del éxito de FyA, pero falta espacio para contarlos. Continúa la necesidad de seguir inventando con nueva e irreverente creatividad en medio de la ruina actual.