Vamos colocando los productos en la cinta del mercado mientras el empleado poco a poco los presenta ante el lector de barras… Así se va configurando poco a poco una lista que termina siendo tema de discusión interminable entre todos los responsables de hacer o pagar la compra que, periódicamente, realizamos en nuestros hogares. Ese trozo de papel térmico, cuya impresión se desvanece con el tiempo sugiriéndonos quizás que es preferible olvidar lo que pagamos en el pasado por los productos que compramos, o más aún, que no tiene sentido recordar la cantidad de artículos que éramos capaces de adquirir, resume gran parte de los hechos económicos y sociales que nos han afectado en las últimas décadas.

De marcar precios a leer códigos

En la Venezuela de finales de Siglo XX, una de las primeras señales de globalización en el comercio fue la aparición de los códigos de barras en los productos. El prefijo 759 pasó a ser señal de modernidad y una evidencia clara de todo producto elaborado en el país; notoriamente los anaqueles estaban llenos de productos venezolanos. Atrás quedó la época donde se marcaban los precios de los artículos uno por uno, requiriendo enormes cantidades de tiempo para poder lograr esa identificación y con múltiples posibilidades de errores, de marcaje, de omisiones o de cambios. Esa simple sustitución en la caja registradora, imperceptible para muchos, donde se dejaban de marcar los precios y se comenzaba a leer la información, era quizás una señal del mercado: No más marcaje de precios, en todo su significado.

Muchas personas piensan aún que son las barras las que permiten leer el precio, pero en el fondo no es así. Las barras indican el número que aparece debajo de ellas y que es un número de identificación único de cada producto, una cédula de identidad del producto, pero es una cédula de identidad mundial. Ningún producto en el mundo, perteneciente a empresas formal y legalmente registradas, puede tener un código igual a otro artículo. Esa simple premisa de individualidad permite a cada establecimiento codificar toda la información que se desee sobre un producto, entre ellas el precio, el tamaño, la marca, la categoría, por citar las más utilizadas.

Por consiguiente, cuando el lector de la caja registradora lee el código, simplemente trae a la lista de compra, que posteriormente será la factura o ticket de la caja, la información que el supermercado o retail decide colocar allí, en la mayoría de los casos para cumplir con disposiciones legales. ¿Quién entonces fija el precio de venta? Pues el mismo comerciante que carga la información vinculada a ese código, en función de sus costos y sus márgenes de ganancia.

Ese cambio de ticket de compra y de caja registradora significó en la familia dejar de chequear si la cajera había marcado bien el precio de cada producto y acabar con la tarea de hacer el match entre el precio que aparecía en el ticket y lo que marcaba cada artículo. Bastaba ahora con estar pendiente con cada sonido que emitía la lectura del código y ver la pantalla de la caja registradora para validar cada compra. El ticket del mercado sería fiel testigo de los productos y precios registrados.

Los ahorros ya no están en la libreta

Apenas concluida la primera década de este siglo, los venezolanos comenzamos a ser víctimas de una inflación cada vez alta. El poder adquisitivo del bolívar se hacía añicos y nuevamente la sabiduría familiar y popular identificaron la anticipación del consumo como medio de protección natural ante el desastre económico en ciernes. Si en ese momento hubiésemos evaluado la diferencia entre los períodos de compra y consumo, si hubiésemos establecido el valor del ticket promedio de compra por familia, quizás podríamos haber determinado cuánto de lo que cada familia compraba realmente era para su consumo y cuánto representaba su “ahorro” convertido en paquetes de harina de maíz, bultos de pasta o cajas de aceite.

Si luce complicado mantener niveles de ahorro en épocas de inflación, pareciera que hacerlo en forma de alimentos es doblemente difícil. La cuantía de la hiperinflación, la aparición de las cajas CLAP y el interludio de los “bachaqueros” golpearon severamente los mercados formales. Los ticket de compra hubieran podido decirnos en esos días todo lo que ya no se facturaba, todo lo que se vendía a clientes que nunca compraron en esos mercados, también podrían habernos dicho quiénes no compraron más. Se redujeron notablemente. Son muchos los establecimientos que no han podido soportar lo cruento de la crisis y, con ello, muchos los datos generados por tickets de compra que no podremos revisar.

Los nuevos bodegones podrían reflejar datos mediante sus tickets de compra, pero el manejo de operaciones en divisas y sus correspondientes implicaciones tributarias han causado una gran opacidad en relación a la información de registro y ventas en estos establecimientos. Los organismos oficiales aprobaron mecanismos que permiten la facturación en divisas, sin embargo son pocos los establecimientos que emiten tickets de compra en moneda extranjera, pero son muchos los que reciben pagos en divisas. Nuevamente los tickets del mercado podrían hablarnos y decirnos la cuantía de lo que se negocia en establecimientos formales en moneda extranjera, sin embargo prevalece el sigilo.

La cuarentena y la nueva normalidad

La primera reacción mundial de las familias cuando se comenzó a hablar de pandemia, confinamiento y cuarentena fue incrementar los niveles de abastecimiento. Aun sin saber claramente cuánto tiempo duraría el “estado de alerta”, son notorias las colas en Australia, Estados Unidos, España o Francia por tratar de acceder a papel higiénico, agua potable, alimentos enlatados y todo aquel producto que familiarmente se considerara imprescindible, entiéndase chocolates, cereales, galletas, etc. Una revisión de los tickets de compra nos diría qué productos atienden entonces a compras de emergencia.

En la medida que se recomendaba “quedarse en casa” entonces se reducía también la frecuencia de visitas a los mercados, con lo cual deberíamos haber encontrado entonces menos tickets de compras. Pero el hecho de quedarnos todos en casa ha tenido que incrementar el consumo de cada uno de los hogares, porque no visitamos la cafetería, ni hacemos ese almuerzo o cena que ocasionalmente teníamos fuera de casa, obviamente guardando las distancias relacionadas a niveles socio-económicos. Uno de los primeros “memes” que surgió en la cuarentena estuvo relacionado a los kilos de sobrepeso que la mayoría de la población manifestaba haber adquirido, admitiendo que lo único que hacía en casa era comer.

Según publican algunos medios de comunicación de España, los creativos de la agencia creativa “La Despensa”, Esther Casas y Javier García, han ideado un índice llamado “Índice del Ticket de Compra” que según ellos manifiestan, podrá indicar el momento en que se alcance la plena normalidad post-pandemia. Su teoría está basada justamente en que la cuarentena ha hecho que la gente consuma más productos en casa y compre menos veces en el supermercado, por tanto los tickets de compra se han hecho más largos. La normalidad, según estos creativos, llegará en el momento en que se restablezcan los patrones de consumo y, en consecuencia, los tickets de compra recuperen su tamaño habitual.

En un mercado que está generando nuevos mecanismos de comercialización, donde opciones como Delivery y Pick Up pasan a ser opciones que hace tres meses no imaginábamos, deberíamos revisar nuestro presupuesto familiar y atender a nuestros tickets del mercado, por lo general tan olvidados. Seguramente después de esta lectura los miraremos con otros ojos.

♦Texto: Miguel Goncalves. Director de Negocios UCAB/Fotos: TIC Beat (apertura) , La Séptima Jornada y El Tiempo (internas)