El trabajo en red ha sido promovido en la Compañía de Jesús desde hace décadas, porque se entiende que “las transformaciones que la promoción de la justicia requiere se juegan en un ámbito global” y se ha visto esto como una “nueva manera de proceder,…[un] nuevo estilo apostólico”[i] para el que se generaron recomendaciones generales y directrices, más bien descriptivas, sobre rasgos a considerar para discernir sobre esto. Se trata de “una nueva forma apostólica de proceder… al servicio de la misión universal”[ii], que tiene beneficios globales. Sin embargo, esta propuesta ha permeado también a nivel local, manteniendo muchos de los elementos descritos en estos documentos y representando, de igual forma, importantes beneficios para comunidades que están sometidas a escenarios de gran adversidad.
A finales del año 2014, la parte alta de la parroquia La Vega, en Caracas, experimentó una situación de violencia, generada por la penetración de una banda armada, caracterizada por gran poder organizativo, de fuego y económico, con un número importante de participantes.
La situación de violencia en ese momento fue tan grande que afectó el desarrollo de la vida cotidiana local y obligó a cambiar rutinas en sus habitantes; incluso, algunas instituciones y organizaciones del sector tuvieron que suspender temporalmente sus actividades, debido al riesgo que significaba movilizarse hasta las escuelas o los centros de salud o hacer la vida cotidiana.
La red como respuesta a la fragmentación del tejido social, producto de la violencia armada
A raíz de esa situación, que afectó el día a día y las rutinas del sector, se comenzaron a realizar unas reuniones en las que un grupo de actores clave empezó a encontrarse fuera del territorio tomado, para comprender mejor y escuchar de primera mano la descripción de los acontecimientos, dimensionar los riesgos y desarrollar estrategias para, entre todos, generar formas de autoprotección.
En la comunidad se sentía miedo y especialmente desconfianza; el silencio algunas veces era abrumador. El silencio en estos casos significa la ruptura del intercambio natural entre las personas; no era un silencio reflexivo sino obligado, el caldo de cultivo para la fragmentación del tejido social, para limitar el encuentro e impedir la construcción colectiva de iniciativas comunitarias, para el abandono de las organizaciones externas y ahuyentar alianzas que traían cosas buenas a la comunidad.
Esos encuentros empezaron a darse entre un párroco nuevo y un pequeño grupo de mujeres, cada una de ellas cabeza de una institución educativa del sector y una representante de una organización externa con años de trabajo allí. Mientras las condiciones reales obligaban a la separación, nació sin saberlo aún, una “red” en la que todas las partes tácitamente se comprometieron a trabajar en conjunto para apoyarse, cuidarse y fortalecerse en la adversidad.
Ante la violencia armada, la consecuencia podría haber sido la fractura completa del tejido social; sin embargo, la respuesta fue una retirada segura y el encuentro entre las instituciones para reorganizarse y responder estratégicamente al desafío: ¿sobrevivencia o vivencia?
Afortunadamente la situación de la banda cesó. Para ese momento, el espacio de encuentro entre las directoras de las escuelas Andy Aparicio, Canaima, L.M. Olaso, de Proyección y Relaciones Comunitarias de la UCAB y el sacerdote de la parroquia San Alberto Hurtado, Alfredo Infante s.j., ya se había constituido en un espacio para compartir problemáticas, formas de resolución, recursos (no precisamente económicos) y especialmente para ofrecer un acompañamiento humano y espiritual: “ahora la red ya se podía reunir en la parroquia”.
La red como soporte para afrontar la violencia estructural
Las narrativas ahora se centraban en situaciones de las instituciones presentes, como por ejemplo promover convivencias para disminuir rivalidades entre jóvenes, alinear el trabajo pastoral o cómo insertar de manera más efectiva las acciones de la UCAB en este marco de trabajo conjunto. Era la oportunidad para planificar, entre todos, y alinear los esfuerzos hacia objetivos comunes, compartir experiencias, aprendizajes y hasta establecer elementos logísticos, como por ejemplo los mejores proveedores de alimentos para los programas de alimentación.
Los encuentros permitían tener una visión global de las diversas necesidades de los sectores, lo común a todos, pero también entender la particularidad de cada uno, la comprensión de las dinámicas comunitarias, así como identificar más rápidamente las mejores posibilidades de trabajo e identificar prioridades comunes; los encuentros permitían un pensamiento estratégico.
En la medida que la red continuó, las reuniones empezaron a estar centradas en dificultades más profundas. El hambre había llegado a los encuentros, reflejando una situación cada vez más crítica: el hambre de estudiantes, representantes y maestros empezó a ocupar los esfuerzos. Así, las directoras tuvieron que liderar con ánimo equipos de trabajo cada vez más afectados, todas se encontraban ya no gerenciando un colegio, sino haciendo sus mejores esfuerzos para llevar a cabo aquello que se les había sido confiado, pero en un contexto de hambre, falta de transporte, angustia de los padres ante la situación de sus niños, aflicción de sus maestros ante las condiciones económicas; la pobreza –como nunca antes se había visto– formaba parte de la vida de las escuelas.
Las directoras tenían que acompañar la mejor calidad educativa posible en un contexto de desesperación y afectación humana. Cuando las condiciones de la vida cotidiana son tan adversas, el rol gerencial va más allá de lo que está contemplado en la descripción del cargo, el acompañamiento a la persona es un elemento central. El acompañamiento espiritual para el fortalecimiento de las personas fue un punto clave, el acompañamiento mutuo fue fundamental para contener el quiebre y para elaborar, analizar y discernir en conjunto qué era posible hacer, ante un escenario tan desolador, para serenar y focalizarse estratégicamente en la misión. Ante la violencia estructural, el agotamiento de los equipos, el dolor, la desesperación y la ola migratoria, la red funcionó como fortaleza para mantener el horizonte de las acciones, para compartir angustias y discernir en qué centrar los esfuerzos para el bien colectivo. Fue el espacio de aquietar las urgencias, respirar y focalizarse en la misión.
El compartir experiencias tan duras y difíciles generó cercanía y confianza entre los miembros de la red, en una dimensión diferente a la necesaria para generar el proceso gerencial, operativo o logístico. La red actuó como espacio de elaboración y construcción colectiva, y como fuente de fortalecimiento conjunto, consolidando el sentido de cuerpo de la red.
La red como marco para el desarrollo de capacidades que permitan responder a la pandemia
El tiempo de trabajo de la red y las dificultades que ha tenido que afrontar han consolidado una forma de trabajo que ha sido asimilada por los equipos de las diferentes instituciones y la comunidad; ante cualquier evento que ocurra, la red se activa, se comunica, evalúa y toma decisiones en equipo. La llegada de la pandemia por el coronavirus COVID-19 activó a la red para mantener un seguimiento de los eventos en comunidad, evaluar consecuencias en las familias sobre las cuales tiene impacto y para desarrollar las mejores estrategias de respuesta; a causa del aislamiento social, la red tiene que estar más alineada y conectada. Ante la amenaza de un evento como la pandemia, la red es el espacio de reorganización y adaptación de las buenas prácticas, con miras a responder y mantener las iniciativas de apoyo y las acciones prioritarias para los más vulnerables, para organizar las mejores prácticas logísticas y de transparencia de las acciones, acordando medios de verificación que usualmente exigen los financiadores, y para diseñar los protocolos que nos permitan mantener acciones de apoyo y, a la vez, respetar las medidas de bioseguridad adaptadas a la realidad del barrio.
Algo muy satisfactorio es que el trabajo se distribuye naturalmente: cada miembro sabe qué hacer y comunica esas tareas y modos a sus equipos; así la acción está alineada y las tareas logísticas se definen y planifican con rapidez, aprovechando al máximo cada oportunidad que se presenta. La red, en estos años, ha permitido que se desarrollen capacidades para seguir respondiendo a la comunidad, aún en tiempos de pandemia, y para involucrarla dentro de un clima cívico y respetuoso de las normas que no exponga a las personas en un contexto de riesgo.
La red analizada por sus miembros
Dentro de la Compañía de Jesús, una red hace referencia a “una serie de individuos o instituciones independientes, distantes, que se asocian y cooperan a través de un tejido de relaciones complejo, con un objetivo…y una coordinación identificable”[iii].
La Red Educativa San Alberto Hurtado reúne cinco instituciones, dos de ellas escuelas Fe y Alegría, una escuela cristiana católica, la Parroquia y las Relaciones Comunitarias de la Universidad Católica Andrés Bello. Su objetivo es alinear los esfuerzos, intercambiar saberes, dialogar, analizar y reflexionar para responder a los desafíos de la realidad con el horizonte de la misión, teniendo como elemento orientador el cuidado de la persona y el acompañamiento espiritual.
Cada una de las instituciones vinculadas a la red cumple un rol y aporta algo, la parroquia proporciona la visión y el horizonte que reúne y cohesiona a todos, así como el acompañamiento espiritual de las directoras. Cada uno aporta su lectura de la realidad, su compromiso, su tiempo, sus saberes y experiencias previas: “las escuelas son el alma de la red”[iv] dice el P. Alfredo Infante, porque ellas ponen el sustrato del trabajo, la Universidad apoya desde sus iniciativas de extensión articulándolas a las necesidades detectadas y priorizadas; las líneas de acción y estrategias diseñadas en conjunto son socializadas a los equipos de cada una de las escuelas.
La visión clara, la confianza y el respeto mutuo han sido claves para que se haya consolidado este trabajo, así como también la valoración de lo que cada uno aporta. Igualmente han sido clave la comunicación asertiva y el sentirse identificados para trabajar en función de la calidad educativa y la calidad de vida de las personas en condiciones de mayor vulnerabilidad[v].
La red proporciona a los participantes un espacio para sentirse acompañados e interconectados[vi], compartir cargas, estrechar lazos fraternos; es un espacio para el crecimiento espiritual, personal y profesional. Así, la adversidad que podría haber llevado a la disminución de las acciones se transformó, por el contrario, en el terreno para que fecunden múltiples iniciativas que han fortalecido a las instituciones y multiplicado su impacto; como dice el párroco: “trabajar en corresponsabilidad y en equipo hace más llevadero el trabajo y así tiene mayor alcance la misión…[Trabajar] en red nos salva, nos sostiene, nos llena de esperanza”[vii].
“No hay red sin pastor”[viii]
El elemento coordinador y aglutinante de la red es el párroco, a quien la red, en sus palabras, le ha permitido “articular dos polaridades de la misión del jesuita, el cuidado de la persona (cura personalis) y el cuidado de la misión (cura apostólica); el jesuita tiene que pensar en el magis –el bien cuanto más universal mejor– dice san Ignacio, y, en ese sentido, debe tener pensamiento estratégico, pero, ese bien universal, pierde densidad, consistencia, si arrolla a las personas y el equipo, y, por tanto, no debe contradecir el cuidado de las personas. De nada vale hacer grandes obras, si las personas quedan atropelladas. Gracias al trabajo en red esta polaridad propia del modo de proceder ignaciano ocurre en buenos términos”[ix].
Según sus propias palabras, trabajar en red también le ha permitido sentirse apoyado y eso lo fortalece espiritualmente. Es una experiencia consoladora, pero además le permite descubrir la calidad humana y cristiana de las personas, identificar capacidades organizativas y descubrir la energía social de la gente como fuente de esperanza. Poder leer y vivir su fe, en este contexto, le humaniza y le llena de paz en medio de la adversidad y, aún, en la dureza de la situación, puede vivir lleno de alegría y agradecido a Dios; la red es un regalo.[x]
Se ha insistido, dentro de la Compañía, que el trabajo en red permite responder mejor a las nuevas condiciones de la misión[xi]; en este caso, además de todos los beneficios señalados, ha permitido incorporar a los colaboradores laicos y jesuitas en un proceso de fortalecimiento mutuo ante la adversidad, proceso que ha transformado el camino desde la sobrevivencia a la vivencia consoladora.
Para las mujeres que conforman este equipo junto al párroco y para todos aquellos que participan de los frutos de la red, ésta se ha constituido en la oportunidad para multiplicar acciones y, como la levadura en la masa, ha permitido generar espacios para celebrar la vida en medio de una realidad muy dura.
♦Texto: Adle Hernández. Directora de Proyección y Relaciones Comunitarias UCAB/Fotos: Manuel Sardá (apertura) y revista Aurora (retrato)