El sacerdote jesuita aborda la reciente exhortación pastoral de la Conferencia Episcopal Venezolana, emitida en ocasión de su CXV Asamblea Ordinaria Plenaria, y reitera la urgencia de un cambio de rumbo en el país.

 

Con el 90% de la población en pobreza de ingresos, con un PIB que en seis años ha perdido el 80%, con una hiperinflación que roza 4.000 % y destruye todo salario y valor económico, con todos los servicios públicos en ruinas y con el derrumbe de las exportaciones petroleras de más de 50.000 millones de dólares anuales a menos de $ 3.000 millones, la tragedia venezolana es una hecatombe inocultable e incomprensible con triquiñuelas y malabarismos del psiquiatra. Tampoco se arregla echando la culpa al imperio y sus sanciones, ni dejando correr los problemas que se agravan cada día. Salir de esto y recuperar la vida en el país exige el esfuerzo de todos los venezolanos y toda la colaboración internacional.

Recientemente (11-1-21) los obispos católicos, reunidos en Asamblea, nos dan algunos consejos que más vale sean escuchados, porque contienen sabiduría  y expresan el sentir de la inmensa mayoría de venezolanos.

La hora de la sociedad civil. Una sociedad políticamente constituida no es una multitud amorfa de individuos sobre un territorio, ni un rebaño de ovejas  siguiendo ciegamente  a su pastor. Un habitante se  transforma en ciudadano cuando se reconoce parte de un pacto social  y sujeto responsable de derechos y de deberes de la polis o civitas (ciudad), que han creado. Avanzar en esta dirección es politizar a los venezolanos como responsables de su bien común. Por el contrario una dictadura totalitaria exige renunciar a esa responsabilidad y arrodillarse con sumisión y servilismo. Es lo que nos lleva a la catástrofe.

Los obispos, “acompañando e interpretando el sentimiento de la mayoría de los venezolanos, volvemos a insistir que el país necesita un cambio radical en la conducción política, lo cual requiere  por parte del gobierno, la suficiente entereza, racionalidad y sentimiento de amor al país para detener el sufrimiento del pueblo venezolano; y la urgente disposición a fin de encontrar el camino legal y pacífico  más expedito, que facilite una transición democrática y nos lleve cuanto antes a unas elecciones Presidenciales y Parlamentarias en condición de libertad e igualdad para todos los participantes y con acompañamiento de Organismos Plurales (n.9).

Bien común y cuerpos intermedios fortalecidos. En la enseñanza social de la Iglesia católica la sociedad no es un rebaño pero tampoco una suma de individuos donde cada uno se encierra en sus intereses, ni tampoco es la usurpación del poder por un grupo. El bien común necesita de una sociedad articulada, con cuerpos intermedios  responsables en sus áreas e instancias  y movidos por tres principios: la igual dignidad de toda persona, la solidaridad  de unos con otros y el principio de subsidiariedad  por la que las instancias superiores y el Estado central y su gobierno no aplastan al resto de la sociedad.

Insistimos- dicen los obispos- en la necesidad de garantizar la libertad de acción de las instancias sociales intermedias y de permitir que las organizaciones no gubernamentales puedan ayudar a aportar soluciones a problemas de las comunidades en materia de alimentación, salud, educación y en general, en la promoción de los derechos humanos. El gobierno no puede solucionar todos los muchos problemas que sufrimos, mientras que las comunidades organizadas, con el apoyo de distintas instituciones sociales, pueden aportar pequeños, pero valiosos granitos de arena. No se puede politizar la ayuda humanitaria, pues todo el país sufre la terrible crisis que padecemos” (n.19).

Ahora que el Estado está  en manos de una dictadura en quiebra (salvo para reprimir) hay que abrir y fortalecer la sociedad civil en sus múltiples formas,  promoviendo también la economía no estatizada. Con una sociedad civil donde avancen la reconciliación de los que se creyeron enemigos, la reconstrucción del tejido social, el perdón y la curación de heridas. Mucho hacen Cáritas  y las organizaciones  parroquiales y educativas, pero todo es poco para la inmensa tarea. Por eso, inspirados por el Evangelio y con el ejemplo de José Gregorio Hernández,  “estamos comprometidos en nuestras diócesis, parroquias, movimientos de apostolado etc. en construir espacios que nos lleven al diálogo y reconciliación nacional para hacer realidad la verdad, la justicia, la libertad y la fraternidad que vienen del amor de Dios” (n.11). No es una llamada a una actividad confesional, sino la invitación a todos los venezolanos  a escuchar de Jesús -«vengan benditos de mi Padre”- porque tuve hambre y me dieron de comer, estuve enfermo y me visitaron y curaron, preso y rompieron las cadenas y me abrieron la puerta, en el exilio y me trajeron a casa.

Es importante lo que se hace pero está muy por debajo del inmenso potencial. Si algo parecido a lo que hacen las 13 vicarías de religiosas en sus barrios se hiciera en un millar de parroquias, centros y agrupaciones, cambiaría Venezuela.

Negociación sin falsedad. De nada sirven las pequeñas maniobras dictatoriales que tratan de aprovechar la debilidad y necesidad de grupos a cambio de que abandonen e incluso traicionen a los demás. Dictadura dedicada a dividir y engañar.

No, la solución si no es integral no va a resolver nada. Como dicen los obispos: “sufrimos en nuestro país las nefastas consecuencias de un modelo económico, impuesto por un régimen y una ideología de corte comunista que nos ha empobrecido a todos, especialmente a los más débiles. Y, por otro lado, vemos a un grupo minoritario de venezolanos que se va enriqueciendo en detrimento de la mayoría de la población. Padecemos los desaciertos de un mal llamado “Plan de la Patria que pretende imponer leyes para ir creando el estado comunal” (n.4).

 

♦Foto: archivo