En El Tukuko, poblado ubicado al pie de la Sierra de Perijá en el estado Zulia, el fraile capuchino Nelson Sandoval es conocido por su inquebrantable vocación sacerdotal y su carácter fuerte para enfrentar las injusticias. Así lo relata Ricardo Chacón, estudiante de 9no. semestre de Ingeniería Industrial de la UCAB

En una carretera sinuosa después del pueblo de Machiques, llena de oscuridad y penumbras, nos detiene una inmensa columna de fuego. Vehículos estacionados, personas corriendo de un lugar a otro a la espera de la acción de unos hombres. De no ser por las sombras de los carros, uno apostaría que viajamos en el tiempo y estamos de pie en un sendero medieval, en un paisaje iluminado por la luz de grandes llamaradas. Un instante después del paso de una pequeña nube de cenizas, arde otra columna de fuego a nuestra derecha y sin previo aviso, otra más adelante, mientras la rápida y fugaz acción de unos bomberos, que corren de columna en columna en un trabajo sin fin, logra extinguir las llamas a nuestro alrededor.

Pero no es sino hasta unos eternos 30 minutos después, luego de continuar nuestra marcha por ese camino de curvas serpenteantes, iluminado por la luz de bellos y altos faros de fuego, cuando por fin nos sorprende la monumental presencia de una iglesia de estilo neocolonial, justo al frente de nuestro camino, indicándonos que hemos llegado a la Misión de Los Ángeles del Tukuko. Ahí, en esa carretera devorada por la oscuridad, solo iluminada por la luz de un gran árbol en llamas, es donde nos encontramos con el fraile Nelson Sandoval, imponente con su túnica marrón ajustada por un cordón, cabellera de risos blanca y coronilla pelada. Acompañado de las monjas y los muchachos que hacen vida en la misión, el fray Nelson se presenta con su tono de voz particular y ese ligero acento clásico de los zulianos. Al darnos la bienvenida, nos conduce al interior del complejo, para así acomodarnos y preparar enseguida las labores que nos esperaban al día siguiente.

Desde las primeras horas del día y sin indagar mucho, en las inmediaciones de la Misión es posible apreciar las condiciones precarias de la Sierra de Perijá, donde todos los servicios son casi inexistentes y la gente padece numerosas enfermedades y afecciones sin control, entre ellas la malaria, además de problemas respiratorios a consecuencia de las exorbitantes cantidades de humo que dejan los incendios forestales. La Misión, que está establecida en la comunidad indígena de El Tukuko, al pie de las mágicas montañas de la Sierra de Perijá, fue fundada en 1945 por los frailes españoles Cesáreo y Primitivo. Pero no es hasta 1951 cuando se construyen los edificios que la componen y, más tarde, con la llegada de las hermanas misioneras, se da inicio a la ardua labor educativa en pro los niños del sector, en su mayoría de las etnias yukpa y bari, aunque también hay muchachos wayú e incluso una joven pemón. Todos conforman el grupo de unos 30 niños y niñas que viven en el internado, entre ellos muchachos huérfanos y jóvenes de comunidades remotas.

A la fecha, la escuela de la Misión atiende a poco más de 700 niños indígenas, desde el preescolar hasta el bachillerato. A su vez cuenta con una reserva de medicinas obtenidas por parte del fray Nelson, en colaboración con varias organizaciones como Naciones Unidas y Cáritas. Sin embargo, todo el afán de ayudar a la comunidad del sacerdote Sandoval comenzó desde muy temprano.

El fray Nelson nació en San José de Perijá, un pueblo a 25 kilómetros de Machiques, en el estado Zulia. Con estudios en Filosofía y Teología como preparación para el misterio sacerdotal, estuvo residenciado en Caracas, primero para culminar sus compromisos académicos y, más tarde, para cumplir el rol que le tocó como rector y guardián de la fraternidad capuchina del templo Nuestra Señora de las Mercedes, en el centro de la capital.

Sin embargo, el sacerdote nos relata con mucha determinación que su deseo de trabajar siempre ha estado con las comunidades indígenas, tanto en El Tukuko como en Kavanayén, en la Gran Sabana, donde tuvo la oportunidad de convivir con un grupo de pemones. De hecho, regresa a Machiques como párroco de la parroquia Sagrada Familia y para el 2008 retorna a la misión de El Tukuko, como párroco y director de la casa hogar.

Es posible apreciar el cariño y el respeto que sienten los habitantes de las comunidades de la Sierra por el fray Nelson. Su lenguaje abierto, a veces desmesurado, resulta cercano para la gente y resalta plenamente su herencia zuliana. Su carácter fuerte también planta a todo aquel que llega, lo conoce y comparte con él en ese sempiterno ir y venir de personas.

Pero más allá de esto, para evaluar el impacto de este sacerdote y de la Misión en toda la comunidad, es preciso afinar la vista y comprender sus repercusiones individuales. Un ejemplo de esto es la historia de una mujer de 44 años, llamada Lina Maquichi, a quien tuvimos la oportunidad de conocer y visitar, gracias a la gestión del fray. Es encargada de la comunidad de Terakibu, ubicada aproximadamente a hora y media de la Misión, cruzando a pie y con ayuda de mulas el rocoso río Tukuko (principal fuente de agua y vía de transporte de la zona). Es quizás una de las pocas personas del sector que habla español, gracias a que cursó la primaria en la Misión y luego continuó sus estudios académicos de licenciatura en Educación. Actualmente ostenta el rango de cacique, después de que su esposo sufriera un accidente que lo dejó incapacitado, y desde su posición de liderazgo ha generado cambios significativos en la cultura y costumbres de su pueblo, entre ellos retrasar y reducir el ofrecimiento en matrimonio, por parte de los padres, de las niñas que alcanzaban su desarrollo. Esta mujer de semblante fuerte trabaja por mejorar las condiciones de su gente. Su paso por la Misión ha sido determinante en ello.

Fray Nelson se enfrenta sin titubeos a las exigencias de los guerrilleros, quienes mantienen el control a lo largo y ancho de la Sierra con el uso del miedo y la violencia. Aun así, es capaz de oponérseles gracias a que cuenta con el respaldo de los indígenas que hacen vida en las distintas comunidades. Su carácter frontal también le ha valido roces con un grupo de líderes conocidos como los caciques mayores, que tienen la reputación de ser personas poco pacientes e inflexibles. No pocas veces el fray los ha encarado con su vigorosa actitud y su grotesca forma de hablar. “En discusiones recientes los he encontrado hablando de mí, cuando ninguno de ellos ha hecho lo que yo hago por esta gente. Y después vienen a decir que yo soy el diablo. ¡Gran cosa! Una vez les dije que no me hagan molestar que me vuelvo más diablo”, nos relata para luego decirnos que, a pesar de los comentarios, siempre recibe a todos, con su humor característico, sin prejuicios ni condiciones, cuando de cumplir su misión como hombre de Dios se trata. “Me llaman diablo, pero llegan a pedirme ayuda”. 

♦Texto: Ricardo Chacón. Estudiante de 9no. semestre de Ingeniería Industrial y participante de PAZando 2020/ Foto: Paola Proietti (apertura), Revista SIC (Misión) y Vida Nueva Digital (retrato fraile Nelson)


PAZando es un programa de inserción social estudiantil, promovido por la Dirección de Identidad y Misión de la UCAB, a través del cual los participantes viajan a distintas comunidades rurales del país, con el fin de conocer la realidad que viven sus habitantes, intercambiar experiencias y ofrecer apoyo y atención desde su área de competencia, todo como parte de la misión de la universidad de formar profesionales solidarios y comprometidos con los sectores vulnerables.

Esta crónica forma parte de una serie que busca dejar testimonio de cómo la experiencia de PAZando cambia la vida de los estudiantes que se involucran en este proyecto.

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