El veterano profesor e investigador reflexiona sobre el ejercicio de esta profesión, fundamental para la democracia, en un contexto de censura y restricciones impuestas desde el poder
Desde el 27 de junio de 1965 se celebra en nuestro país el Día Nacional del Periodista. De esto hace ya 56 años. Esta fecha surge como un homenaje a la primera edición del Correo del Orinoco que el 27 de junio de 1818 salía al público de la época con su primera edición. En 1994 la Ley del Ejercicio del Periodismo ratifica a el 27 de junio como el Día Nacional del Periodismo.
¿Qué podemos celebrar en este 2021 cuando el acoso a la comunicaciones, a través de instrumentos legales bajo la figura de ley, sin enumerar los decretos y las resoluciones que se van formulando al paso de los acontecimientos, hacen del ejercicio del periodismo, de la libre expresión y del trabajo de los medios, una tarea casi imposible de cumplir? Es cierto, estos tiempos son oscuros, pero así y todo reivindicamos la función del periodista: expresar la realidad de los hechos desde la responsabilidad pública que él tiene con la verdad y el país.
I
Llevamos ya en el terreno de las comunicaciones veintidós años repitiendo la misma idea, el mismo leitmotiv. El planteamiento central ante la libertad de expresión y el derecho a la comunicación/información tiene que ver con la consideración de la democracia como sistema político que implica pluralidad, diversidad ideológica y amplio espacio de libertades, siempre que se respeten las leyes y normas emanadas desde el Estado como ente que representa a la sociedad en su conjunto, sin distingos de raza, religión y creencias ideológicas.
Desde esa formulacion hemos venido repitiendo ante la opinión pública y el poder –sea este de la naturaleza que sea– que la libertad de comunicación, la libertad de expresión y, por consiguiente, el derecho a la comunicación e información, son connaturales a la propia democracia. Es decir, la democracia no puede ser una realidad tangible sin la existencia de medios de comunicación libres e independientes de cualquier forma de poder y especialmente de la autoridad gubernamental.
Esos planteamientos los hemos venido esgrimiendo no solo desde nuestras cátedras universitarias, también a través de nuestros escritos y cada vez que el Gobierno o los gobiernos que nos hemos dado en el tiempo arremeten contra los medios y sus profesionales, limitando el derecho de los ciudadanos a recibir información precisa y veraz.
Lo que hemos vivido en estos últimos años del actual proceso político es lo que el historiador Germán Carrera Damas ha llamado “la demolición de la república”. Es decir, el objetivo político ha sido, sigue siendo, acabar por todos los medios posibles –ya sean jurídicos o de fuerza– con la idea del Ágora griega. Porque la república es una forma de gobierno y Ágora es el foro para dirimir e intercambiar ideas de manera libre y abierta. Aquí nace la democracia como forma de gobierno y de organización social que se visibiliza, entre otros elementos, por la mediación que establece la libertad de expresión y asociación. Especialistas en el tema de política-poder-democracia nos apuntan que “la democracia se ha convertido en la idea, y aparentemente la única idea, capaz de garantizar el legítimo ejercicio del poder político de finales del siglo XX”. (John B. Thompson).
De ahí se desprende que las instituciones mediáticas tienen un rol clave, fundamental, en el desarrollo de la democracia. Son los medios y sus profesionales los que hacen visibles las decisiones de gobierno para el beneficio de la ciudadanía y de la sociedad en general. O, por el contrario, también pueden transparentar aquellas políticas que atentan contra la misma idea y realidad de democracia, contra la sociedad, el pluralismo y la diversidad. La única forma de hacer realidad esa argumentación es dándole al ciudadano información, distintos puntos de vista y, por ende, lo que se concibe como interacción mediática pues, en nuestros días, el escenario privilegiado para el debate público es el de la comunicación mediática. Con razón hoy se habla de una “ciudadanía mediática”.
II
A lo largo de todos estos años la libertad de expresión, la información, comunicación, medios y periodismo/periodistas, se han convertido en palabras claves para el discurso del régimen. Esas palabras, esos conceptos, como nos plantea el francés Edgar Morin, son más que ideas claves. Llegan a ser, por tanto, poseedoras de la realidad y se convierten en hiperreales. Así se puede comprender cómo el proceso político que gobierna y somete al país se ha dado a la tarea de desmontar, de asaltar al sistema comunicativo que nos era conocido hasta 1999 e implantar un nuevo paisaje comunicacional y un nuevo orden comunicacional, como ha pregonado el régimen.
El sector comunicacional del presente se caracteriza por: fuerte intervencióm estatal; hegemonía en el discurso; exclusión de actores políticos y sociales en los medios gubernamentales porque piensan distinto; legislación que limita gravemente la libertad de expresión, la libertad de comunicación y el derecho a la comuniación/información; eliminación de la disidencia comunicacional; cierre de fuentes informativas; límites al acceso de la información pública; generación de mecanismos de censura y autocensura; intimidación y agresión a medios críticos y periodistas; trabas administrativas para la obtención de las divisas requeridas para la compra de insumos como el papel periódico y equipos; convertir a Conatel en un apéndice político del Gobierno; cierre y expropiación de medios y de portales digitales de información; judicialización de la censura; y un largo etcétera.
Lo que hemos vivido en este tramo de la historia comunicacional venezolana es una resignificación no solo del periodismo, sino de las comunicaciones en general. Pero esta resignificación también es similar a la que ha ocurrido en los otros sectores de la vida del país: la economía, la educación, los gremios, lo militar, la política en general, la cultura y el deporte… En ese sentido recuerdo lo que expresaba el historiador Elías Pino Iturrieta en un ensayo, La revolución bolivariana, ¿principio o fin de una época?:
«Ahora el gobierno está más presente y es más avasallante, en la medida que influye en la vida privada y en las actitudes colectivas como pocas veces antes. La ciudadanía está pendiente de las decisiones de la cúpula porque siente que le puede torcer el rumbo, que la puede meter en enredos o que le deparará sorpresas ingratas y desagradables. Tal expectativa no fue común antes, o contaba con el alivio de sentir que, si los jefes se pasaban de la raya, bastaba con esperar la terminación de un período constitucional para que se volviera a la tranquilidad de vivir sin la presencia de los fiscales ajenos que se habían vuelto próximos».
III
A raíz de la elección inconstitucional de la Asamblea Nacional, en diciembre del pasado año, el contexto político del país que se nos dibuja es de más concentración de poder y mayores controles sobre la vida de los venezolanos. En conclusión, es –ni más ni menos– la asfixia de la sociedad. El momento presente tiene visos de coincidencia con lo que ocurrió en diciembre de 2010. Ese año se impuso desde la Asamblea Nacional, sin contrapeso de la oposición, un conjunto de más de veinte leyes que representaban una ruptura del Estado de derecho y que, desde ese entonces hasta el día de hoy, han cambiado la vida social y democrática del país.
Las comunicaciones no escaparon a lo que se llamó la agenda hegemón. Así, se reformó la Ley de Responsabilidad Social en Radio y Televisión, extendida desde ese momento al ámbito electrónico, y la reforma a la Ley Orgánica de Telecomunicaciones, en donde se declara a las telecom de servicio e interés público; de esta forma el presidente de la República tiene la potestad de limitar y establecer restricciones a las transmisiones. Esos cambios cerraron aún más el círculo a una verdadera libertad de comunicación. Igualmente, muchas de las leyes aprobadas en apenas dos semanas de discusión –y sin consulta– tuvieron, con el correr del tiempo, un efecto sobre las comunicaciones libres y plurales y dibujaron, como dijimos antes, un nuevo mapa comunicativo en el país.
La Asamblea Nacional actual, repetimos, inconstitucional, anunció el 3 de marzo una agenda legislativa que contempla la aprobación de 35 leyes. En esas propuestas de ley se habla de una nueva reforma a la Ley de Responsabilidad Social en Radio, Televisión y Medios Electrónicos; de una Ley del Ciberespacio (¿?); de una Ley de Regulación de las Redes Sociales y una propuesta de volver a modificar el Código Penal que considere a las comunicaciones.
En lo concreto, tenemos la Providencia Administrativa Nº 001-2021 para el Registro Unificado de Sujetos Obligados ante la Oficina Nacional contra la Delincuencia Organizada y el Funcionamiento del Terrorismo, que afecta a un buen número de portales digitales que reciben recursos del exterior con el objeto de promover, por medios pacíficos, los derechos humanos y las libertades.
Está también el fallo del Tribunal Supremo de Justicia contra el diario El Nacional por replicar un reportaje del diario español ABC, en enero de 2015. Ese reportaje expresaba que Diosdado Cabello –para el momento presidente de la Asamblea Nacional– estaba vinculado en negocios del narcotráfico. La demanda fue interpuesta por Cabello conjuntamente al diario Tal Cual y al portal digital La Patilla. La sentencia obliga a El Nacional a indemnizar al demandante con la cifra de 13.2 millones de dólares. Esto significa, de no pagar, la expropiación de un medio de comunicación tan importante como el diario El Nacional. Luego vendrán, con toda seguridad, los fallos contra Tal Cual y La Patilla.
IV
Sirvan estas líneas para recordar este nuevo 27 de junio…a pesar de todo lo que hemos vivido en el campo de la libertad de expresión y la libertad de comunicación. Recordemos, una vez más, que en una sociedad democrática hay pocos derechos tan importantes como el de la libre expresión. En tal sentido, el actual régimen que nos gobierna ha demostrado, a lo largo del tiempo, que le tiene miedo a los medios. Es, como dice el escritor Arturo Pérez Reverte:
«[…] miedo del poderoso a perder influencia, el privilegio. Miedo a perder la impunidad. A verse enfrentado públicamente a sus contradicciones, a sus manejos, a sus ambiciones, a sus incumplimientos, a sus mentiras, a sus delitos. Sin ese miedo, todo poder se vuelve tiranía. Y el único medio que el mundo actual posee para mantener a los poderosos a raya, para conservarlos en los márgenes de ese saludable miedo, es una prensa libre, lúcida, culta, eficaz, independiente. Sin ese contrapoder, la libertad, la democracia, la decencia, son imposibles».
Así, hoy queremos decirles a nuestros colegas -muchos han sido mis discípulos- que no renuncien a lo que Juan Luis Cebrián apuntaba, en el 2011, en la entrega de los premios Ortega y Gasset de España: valentía de perseguir la verdad sin temor a las presiones; fidelidad a los mejores valores del oficio e independencia y libertad de pensamiento.
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