La profesora María Alejandra Corredor, especialista en psicología clínica comunitaria y jefa de la cátedra Evaluación Psicológica de la UCAB, señala que el malestar psicoemocional de los ciudadanos que sufren situaciones límite puede dejar secuelas a largo plazo. Considera que hay que trabajar en el reforzamiento de los lazos afectivos y colectivos en sectores afectados por hechos como los de la Cota 905
En un contexto de incertidumbre como el vivido mundialmente por la pandemia por Covid-19, la salud mental se ha convertido en una preocupación reconocida por la Organización Mundial de la Salud como un “problema masivo que afectará a las comunidades en los próximos años”. En el caso de Venezuela, además de lidiar con la implementación de una nueva realidad, ciudadanos de zonas vulnerables deben enfrentarse a situaciones de violencia social en sus comunidades.
A pesar de ser denominada “zona de paz” desde 2013, la Cota 905 -al suroeste de Caracas- fue epicentro de los más recientes enfrentamientos armados entre cuerpos policiales y bandas delictivas, que entre el 7 y el 9 de julio dejaron al menos 26 muertos según cifras del Ministerio de Interior y Justicia.
Para los habitantes del sector, la exposición a horas continuas de detonaciones y la posibilidad cierta de convertirse en víctimas de la violencia también supuso consecuencias individuales y colectivas, que van desde el miedo y la ansiedad hasta el abandono de hogares y el desplazamiento hacia otros sectores.
Durante la transmisión de Univérsate, espacio radial producido por la UCAB en alianza con Unión Radio, María Alejandra Corredor, especialista en psicología clínica comunitaria y jefa de la cátedra Evaluación Psicológica de la UCAB, habló sobre la incidencia psicológica de estos sucesos.
Angustia persistente, apoyo comunitario
Según Corredor, el síndrome de estrés postraumático, es decir, la imposibilidad mental de recuperarse después de experimentar o presenciar un evento atemorizante, suele estar en la lista de las secuelas más importantes de sucesos violentos como los ocurridos en la Cota 905.
Explicó que los principales síntomas registrados suelen ser pensamientos intrusivos, enojo, trastornos del sueño, cambios en el patrón de las relaciones interpersonales, marcado aislamiento, depresión y trastornos personalidad. “Incluso se han estudiado afecciones neuropsicológicas en el hipotálamo, la hipófisis, el sistema nervioso y en la función tiroidea”, mencionó la profesora.
La psicóloga advirtió que las consecuencias de este síndrome pueden extenderse por largo tiempo si no se tratan correctamente.
“Es usual que los síntomas se presenten durante los tres primeros días, inclusive durante el primer mes después del evento traumático, pero pueden presentarse por seis meses más cuando la persona no es tratada”, comentó.
Buscar apoyo en el entorno inmediato, familiar o vecinal, para encontrar calma es una de las recomendaciones. Sin embargo, la jefa de cátedra de la UCAB aclaró que, debido a que en muchas ocasiones los vecinos también sufren la misma situación, es oportuno acudir a un especialista.
“El grupo social es una de las fuentes de apoyo y alivio. Lo que pasa es que, en ocasiones, ese mismo grupo está también inmerso en la dinámica traumática y puede ser recomendable más bien contar con una ayuda especializada, sobre todo si hay sensación de extrañeza con lo cotidiano. Mi recomendación es contactar con algún especialista que pueda hacer una evaluación psicológica para tener claro el diagnóstico antes de que se perpetúe el malestar”, expuso durante la entrevista.
Psicólogos Sin Fronteras (PSF), la Federación de Psicólogos de Venezuela (FPV), la Sociedad Venezolana de Psiquiatría (SVP) y la Fundación Humana son algunas de las organizaciones que han manifestado su disposición a ayudar a los afectados.
¿Es posible reconstruir la normalidad?
La psicóloga explicó que tras situaciones violentas, las dinámicas colectivas de las comunidades afectadas también quedan marcadas. “Vivir en un estado permanente de angustia porque no se sabe cuándo, ni cómo se reactivará una situación de peligro provoca desajustes y distorsión en la forma en que se comportan naturalmente los individuos y toda la comunidad”, aseguró la profesora.
Corredor explicó que el embotamiento afectivo (conformado por un conjunto de emociones desagradables) “va dañando la capacidad de resistencia de las personas, que en muchos casos quieren evitar acercarse a la zona o contactar con nada que la recuerde”.
Por eso consideró “indispensable» fortalecer el tejido social, mediante una alianza Estado- comunidad capaz de “generar un mínimo de certidumbre y de establecer normas para organizar la vida social”.
“Hay que trabajar para retomar las tradiciones de la comunidad, que son las que asientan la identidad colectiva; recobrar los sentimientos de seguridad, de pertenencia y de solidaridad. Se deben unir esfuerzos para reconstruir el valor de la comunidad y la credibilidad de cada uno de sus referentes”, enfatizó Corredor.