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DE LA FIEBRE DEL ORO A LA FIEBRE DE LA EDUCACIÓN | POR LUIS UGALDE

A partir de los resultados de la ENJUVE 2021, el sacerdote jesuita urge a emprender acciones que contribuyan a mejorar las condiciones de vida de los jóvenes. «La llave de la cárcel que nos encierra en la pobreza es la pérdida millonaria diaria del talento juvenil que ni trabaja, ni estudia, ni tiene oportunidades para ello»

Nota previa: La negociación por un fin superior

Un hecho político trascendental me mueve a escribir esta nota. A última hora, en el estado Miranda, los demócratas han dado un paso trascendental. Gracias a la visión de Carlos Ocariz y su partido Primero Justicia (PJ) en diálogo con sus rivales de Fuerza Vecinal, la oposición mayoritaria apoyará al candidato David Uzcátegui, con gran oportunidad de juntos rescatar la Gobernación de Miranda.

Este ejemplo de negociación con un fin superior va acompañado de la unificación de una veintena de alcaldías con candidatos de PJ. Es un paso y un ejemplo que enciende un potente faro de luz en el oscuro y deprimente túnel de la política en Venezuela, para cambiar de raíz la actual política de miseria y de agonía nacional.

No hay negociación política sin sacrificios y estos no se aceptan sino para lograr un fin superior. Luego de que la dictadura proclame el 22-11 su “triunfo” para perpetuarse, será necesaria una radical renovación de la política que solo será posible con negociaciones de cambio para recuperar la esperanza, rescatar la democracia y reconstruir el país.

La fiebre del oro

A mediados del siglo XIX, “la fiebre del oro” se apoderó de buena parte de EE.UU. y movilizó una muchedumbre desordenada e incontenible hacia el Oeste, atraídos por la ilusión-esperanza de una rápida riqueza. De esa avalancha nació California como estado y surgieron otros cambios importantes en el Oeste y en el país entero.

También en lugares como Australia, Sudáfrica, América Latina, la fiebre del oro movilizó sueños y muchos desórdenes de multitudes cautivadas por el imán de posibles minas fabulosas. Ya en la Conquista española, la fiebre del oro fue motor y espada movilizando sueños y desórdenes de multitudes maravilladas por la fiebre de posibles riquezas mineras.

Venezuela, hace siglo y medio, no fue excepción y la zona del Yuruari, Guasipati y El Dorado fue la meca de la peregrinación afiebrada. Pero nuestro oro desde hace un siglo fue el petróleo y su renta transformó el país y su gente, con logros y deformaciones. Ahora, se apagaron los pozos petroleros y la ruina del Estado rentista pone en evidencia lo que ayer no queríamos ver: la riqueza de las naciones no está en el oro (dorado o negro), ni en la plata, sino en el ilimitado talento de los venezolanos.

La mayor tragedia nacional actual no es que los taladros estén parados y los pozos abandonados, sino los talentos apagados; que haya más de tres millones de jóvenes fuera del sistema educativo y otro millón haya salido del país. 37% de los jóvenes (entre 15 y 29 años) ni estudia ni trabaja, según la encuesta ENJUVE de la UCAB, y la mitad de la juventud no está motivada para estudiar porque no le ve el queso a la tostada.

Más grave todavía es la pérdida de maestros y profesores que necesitan vivir y el régimen les insulta con una decena de dólares al mes, que solo vale para entrar al club de la miseria nacional. Universidades estrellas como la UCV y la Simón Bolívar están abandonadas, igual que el Pedagógico y otras decenas de instituciones con financiamiento público, y miles de escuelas y liceos.

Es hora de descubrir y aceptar que la tragedia nuestra y la llave de la cárcel que nos encierra en la pobreza es la pérdida millonaria diaria del talento juvenil que ni trabaja, ni estudia, ni tiene oportunidades para ello. La respuesta a esta tragedia no está en pequeñas mejoras, sino en un cambio radical de visión de la riqueza nacional y de la dignidad y trascendencia de un oficio y trabajo cualificado. Es urgente un nuevo amanecer de todo el país dominado por la fiebre de la educación: jóvenes y familias con fiebre, igual que los educadores, los empresarios, los políticos y el Estado. Todos enloquecidos con una fiebre contagiosa incontenible.

Así como se improvisaron instrumentos para sacar el oro y se crearon campamentos mineros y petroleros, ahora tenemos igual que levantar muchos miles de campamentos donde la gente se aferre dejando todo para apostar por el talento humano que se está perdiendo. Que cada factor y actor educativo corra para tomar la delantera en la urgente tarea de sacar y potenciar el talento, clave de la Venezuela esperanzada.

Los primeros ensayos no importarán, lo vital es que en cada casa se tiene que prender la fiebre salvadora… Dar a los educadores económica y moralmente lo que valen; pero aun así nos faltarán muchos miles más. Que quienes saben y pueden enseñar que instruyan con título o sin él y los que necesitan aprender para ganarse la vida y reinventar el país, se abracen con las familias y las empresas que necesitan formación en oficios del siglo XXI.

Los recursos públicos hoy tan disminuidos deben priorizar la educación, adelgazar la burocracia y estimular la participación de toda la sociedad.

Que corra la voz de éxitos tempranos y todo conspire para difundir y contagiar la fiebre. Formar rápidamente en oficios para que el joven empiece pronto a producir, ganar y motivarse para seguir formándose por el resto de su vida, combinando producción y estudio. Que el esfuerzo privado se haga público y lo público se siembre y fructifique en lo privado, con la sana obsesión de ayudar a extraer el talento creativo e innovador de cada uno. Abiertos al mundo y conectados con la revolución informática que llegue por cauces de instituciones solidarias.

No podemos esperar el cambio de régimen (por urgente que este sea) para empezar a contagiar la fiebre. Empecemos ya con respuestas rápidas, innovadoras, audaces y cortas (pero prolongadas y permanentes) antes de que perdamos la juventud que ni trabaja ni estudia, ni está motivada con el panorama que le ofrecemos con la actual ruina nacional para impedir de raíz que la niñez crezca en la actual desoladora desesperanza.

*Foto: Manuel Sardá

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