El sacerdote jesuita analiza la jornada electoral del 21 de noviembre y señala que constituye el «calentamiento» ante los desafíos que vienen, «para ver las graves fallas de nuestro equipo y las grandes debilidades del adversario causante de tanta desgracia»
En la tarde del domingo electoral, tenía la impresión de que todo había transcurrido con apatía y sin sorpresas: jornada tranquila, con mucha abstención (casi 60% nacional y hasta 75 en lugares de mayoría opositora) y en plena dictadura con presos políticos y exiliados, con tarjetas robadas a sus partidos, líderes inhabilitados y con los medios de comunicación controlados y abusados por el régimen. Nada nuevo, era mi primera lectura: ni en Antímano-Montalbán, ni en La Vega, ni en La Castellana vi gente votando, fuera de los que llegaban goteaditos… Pero me engañé. Una segunda mirada revela hechos asombrosos.
Minoría definitiva del régimen
Al comienzo no podía creer que el régimen con control y traslado de gente obligada no había logrado 4 millones de votos (3.7 millones = 45% del total) y pensé que eran datos falsos. Pero resulta que es cierto y de gran importancia, el régimen no pudo contra el disgusto de “su” gente, ni con amenazas de hambre, ni con las dos primarias que hizo para aceitar la maquinaria y controlar. Esa es la principal novedad y dato clave para salir del régimen agotado y repudiado: minoría dictatorial frente a la suma de 4,4 millones de votantes =54% de la oposición.
Estas votaciones son una especie de entrenamiento para el próximo juego decisivo para el cambio del país: la elección libre y justa del Presidente y Parlamento. Las encuestas dicen que más del 80% quiere cambio, pero los voceros de la rutina fatalista predicaban que la gente no se iba a atrever a decirlo en las urnas, o que era inútil pues el CNE los manipularía al gusto de la dictadura, o que votar era venderse al régimen. Pero ahora se nos presenta un cuadro asombroso: La dictadura ganó más alcaldías y gobernaciones, pero con menos de 4 millones, escaso 20% de un total de 21 millones. El resto es deseo de cambio, 17 millones sumando los que se abstuvieron y los que votaron. Ahí está el grito silenciado de la inmensa mayoría de Venezuela. El informe de los observadores de la UE lo dejó claro: no se cumplieron las indispensables condiciones democráticas, a pesar de algunas mejoras.
El ejemplo que el Zulia dio
Donde hubo unión de demócratas de diversas tendencias, como en el Zulia, la derrota de la dictadura fue contundente. En otras la abstención y la falta de unión produjo la pérdida de la gobernación: como en Mérida que, sumando los votos opositores, se ganaba la gobernación y todas las alcaldías. Este hecho, que defraudó a casi todo el país, deja en muy mal lugar a la dirigencia opositora y eleva la indignación nacional contra ellos y contra el régimen. Otro hecho para mí asombroso es la hazaña de los demócratas en estados como Apure, Barinas, Táchira, Cojedes… donde han dado la cara y han defendido el triunfo con las uñas, pues encarnan la rebelde desesperación por salir. Seguramente en esos estados y en otros hay poco agradecimiento al liderazgo abstencionista que impidió un triunfo amplio.
Del calentamiento local al partido definitivo
Este entrenamiento, antes del juego más definitivo, sirve para ver las graves fallas de nuestro equipo y las grandes debilidades del adversario causante de tanta desgracia, hoy fracasado, y sin recursos. Sabemos que en alcaldías y gobernaciones ganadas no se puede hacer mucho mientras estén dentro de la cárcel del régimen, cercados por un modelo destructor. Por eso hablo de entrenamiento y de correcciones necesarias para los dos próximos juegos: el posible referéndum revocatorio del Presidente dentro de unos meses y las elecciones presidenciales y parlamentarias libres y justas. El objetivo es entrar de lleno, y lo antes posible, en la exigente reconstrucción nacional con el decidido apoyo internacional solidario de decenas de democracias con poder…
La dirigencia política estuvo indecisa, confusa y divisionista, y hay que sincerar unidades que no son. Es la hora de la humildad, del reconocimiento de errores propios, de la amplitud y renacer abiertos a otros, y a las negociaciones y acuerdos de salvación nacional. Abrir las puertas a la sociedad civil renovadora de la política para construir un frente amplio para el cambio, sin la hipocresía de llamar “unidad” a un pequeño grupo que últimamente está atacándose a cuchillo.
Liderazgo democrático unido y acuerdo nacional
Venezuela no tiene presidente legítimamente elegido. Juan Guaidó, que fue puesto al frente de la transición “mientras se elige y toma posesión el nuevo Presidente” (art.233 de la Constitución), despertó el increíble reconocimiento de 60 países; pero todavía no ha logrado el objetivo y recibe no pocas críticas que deberá tomar en serio. Guaidó, libre de disciplina partidista, debe permanecer y convocar a grandes consensos. No saldremos de la dictadura y su miseria sin acuerdo de salvación nacional, que incluye a la Fuerza Militar (sin ella no es posible) y su misión democrática. Acuerdo también con quienes todavía tienen el monopolio de la fuerza dictatorial, pero reconocen su fracaso. Las transiciones se acuerdan entre gente del gobierno de facto con poder y de la oposición democrática (Chile, España, Polonia, Checoslovaquia…) Por eso hay que activar la negociación de México, facilitada y asistida de lado y lado por países de peso mundial, para lograr la salida de la cárcel a la democracia y la reconstrucción.
El excelente documento de los obispos antes de las votaciones dice algo que nos debe llevar al renacer económico, social y político: “La simple abstención, sin toma de conciencia y voluntad transformadora no conduce a generar los cambios necesarios y mucho menos lo logrará un voto ciego que no tome en cuenta el análisis de cada realidad vivida enmarcada en la dramática situación estructural e institucional de la nación».
*Foto: El Nacional