En su último articulo del año 2021, el sacerdote jesuita reflexiona sobre el significado de las fiestas decembrinas e invita a luchar por el renacimiento de Venezuela, con espíritu de renovación interior, reconciliación y abrazo
Navidad en Venezuela es, a primera vista: renovación, estreno de vestido y despedida del año viejo cantando las esperanzas del amanecer en un abrazo familiar emocionado. Nadie renuncia a celebrarla, incluso en estas trágicas circunstancias, con millones de familias separadas por el exilio y derrotadas por el hambre.
¿Navidad sin esperanza?
Para los católicos, la esperanza cristiana de la Navidad es “Dios con nosotros”, a prueba de catástrofes y de guerras. Los humanos somos animales descentrados en búsqueda de nuestra identidad, tratando de llegar a “ser como dioses”. En esa búsqueda, la humanidad, con sus éxitos y aspiraciones ilimitadas, construye “torres de Babel” para alcanzar el cielo. Algunas son torres antiguas y otras modernas, como la tierra feliz de “libertad, igualdad y fraternidad” anunciada por la Revolución Francesa.
¿Qué más paraíso que ese? Pero pronto, en lugar del prometido cielo, la industrialización implantó el nuevo poder y dominación: con la transformación y acumulación económica sin ética, la vanguardia de la humanidad amanecía dividida y destruida, con la mayoría con trabajo alienado y vida infrahumana en la miseria.
Frente al frustrado paraíso capitalista de “individualismo posesivo”, la racionalidad de leyes instrumentales prometió la revolución definitiva con nuestra plenitud soñada, gracias a un “socialismo científico” que abre la puerta al paraíso en la tierra, con abundancia sin límites y fraternidad sin mío ni tuyo que divide. Torre de ilusión de dios absoluto opresor con poder y dominio y cientos de millones en miseria y con libertad ahogada.
Este grandioso sistema se derrumbó desde dentro por la falta de humanidad y por la libertad asfixiada. Sin ataque armado externo, implosionaron el Muro de Berlín y las alambradas de la “Cortina de Hierro”. Frente a los dioses prepotentes (religiosos o no), la Navidad nos hace humanos, porque es “Dios con nosotros” en la debilidad y la ternura de un Niño que activa en nosotros lo más divino que es el amor; adorarlo significa liberarnos del poder y del dominio, y dar la vida en lugar de quitarla.
Ese Niño nos revela que no hay paraíso en la tierra, ni reino sin mal, pero que caminar en fraternidad hacia el horizonte de plenitud, no es una ilusión condenada al cementerio de la nada, tras unas décadas de vida y sueños. Porque el Amor es más fuerte que la muerte y la vence.
El Niño de Belén nos abre los ojos del corazón y nos invita a recibirlo con el corazón abierto. Así, experimentamos que de verdad Dios-Amor está dentro de nosotros y actúa con una poderosa fuerza desarmada, más fuerte que los medios de la racionalidad instrumental.
La primera carta del apóstol Juan define el milagro de la Navidad siempre recreado en nuestra vida: “A Dios nunca lo ha visto nadie; si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros”, (1 Juan 4,12). “Dios es amor: quien conserva el amor permanece con Dios y Dios con él”, (1 Juan 4,16). Jesús nos muestra que verlo a él, es ver al Padre y que amar de veras es dar la vida para que el amigo viva. Esa humanidad que ama sin fronteras, es la creadora de vida y de civilización humanizadora, dominando y convirtiendo en instrumentos a los dioses del poder y del “individualismo posesivo”.
“De las espadas forjarán arados” (Isaías. 2,4)
La Iglesia católica nos invita a realizar un camino de esperanza en los cuatro domingos de Adviento que preceden a la Navidad. Los cristianos recibimos del pueblo de Israel, esa permanente esperanza que camina hacia “Dios con nosotros”, siempre presente y siempre más allá. Los profetas de Israel anuncian, y Jesús ratifica siglos después los signos de la presencia de Dios y esperanza en nuestro caminar con Él: “abrir las prisiones injustas, dejar libres a los oprimidos, compartir con el hambriento, hospedar al pobre sin techo, vestir al desnudo y no despreocuparte de tu hermano (…) Entonces llamarás al Señor y te responderá; pedirás auxilio y te dirá: aquí estoy”, (Is. 58,6-10).
Venezuela tiene que nacer de nuevo: desde el pobre, desde la esperanza de la Navidad, desde el “Dios con nosotros”, desde ese Niño que nace en la orilla de la ciudad en un refugio para animales. En esta terrible tragedia nacional -con el pueblo en la indigencia y el Estado saqueado e instituciones desmanteladas-, también la Fuerza Armada está llamada a renacer en sí y en el corazón del pueblo: forjando arados de las espadas, escuelas de los tanques y transformando las bombas en computadoras y los cuarteles en centros de digitalización y de oficios, para que centenares de miles de jóvenes regresen a sus casas listos para defender a su país como sembradores y productores.
Para eso, es necesario cambiar a ambos lados de la frontera, de manera que entre Colombia y Venezuela cesen los insultos y amenazas mutuas, y fluyan la vida, la hermandad y el intercambio productivo. Los cuarteles han de ser la mejor escuela de paz, de reconciliación y de aprendizaje de oficios, porque es la mejor defensa del país. Forjadores de jóvenes convertidos en ciudadanos potenciados para ser productores. Es el mejor equipamiento para el ejército libertador de hoy y para la dignidad de los pobres de Venezuela. “No alzarán la espada pueblo contra pueblo, ya no se adiestrarán para la guerra”, (Isaías 2, 4).
Navidad 2021 es renovación interior, reconciliación y abrazo. El Niño que nace en Belén, “Dios con nosotros”, nos lleva a construir el “nos-otros”, reconociendo al otro, afirmando su dignidad y deseando su regreso del destierro y su salida de la cárcel. Pasar de la muerte a la vida, de la democracia solidaria y pacífica, desterrando el odio.
Esperanza navideña no es espera inactiva atrincherados en la lamentación y exigiendo que el otro cambie. En ese Niño que nace, descubrimos el camino, la verdad y la vida, y nos reconocemos y abrazamos unos con otros.
¡Feliz y bendecida Navidad!
*Foto: Manuel Sardá