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CAPÍTULO FINAL | POR LUIS UGALDE

El sacerdote jesuita reflexiona sobre el fracaso del proyecto político de Hugo Chávez, a 23 años de su llegada al poder, y reitera la necesidad de presionar por el cambio «imprescindible e inevitable». «El régimen autocrático puede ganar elecciones, pero de ninguna manera eliminar la pobreza y la miseria y el deseo de un país democrático de libertad y prosperidad para todos«

En 1998, tres meses antes del triunfo electoral de Chávez, tuve la oportunidad de observar el desbordamiento fervoroso de la gente en un mitin del militar mesiánico en la plaza Glorias Patrias de Mérida. Hablé con la gente que respiraba fervor y escuché a Chávez, tras su triunfal entrada en la plaza. Quince días después salió mi artículo titulado “El gobierno de Chávez”, donde expresaba que “hay alta pro­babilidad de que Chávez gane las elecciones y poca de que pueda hacer un buen gobierno; lo que significa una espe­cie de suicidio colectivo”.

Luego de 23 años de su dominio, es indudable el total fracaso de aquel deseo chavista y el cadáver del régimen en descomposición arrastra al país atado. Nunca voté por Chávez, ni creí en sus «soluciones» tomadas de los lugares comunes de la «izquierda» de los sesenta, buenos para denunciar y nulos para producir soluciones.

Unos seis meses después tuvimos un encuentro razonable en Miraflores con el presidente Chávez, democráticamente elegido. Un pequeño grupo de la UCAB (yo llevaba dos períodos de rector), responsable de un ambicioso estudio sobre las causas y soluciones de la pobreza en Venezuela, fuimos a presentarle la investigación y el resultado de una ambiciosa  encuesta nacional con entrevistas familiares en profundidad. La mayoría de nosotros (5) no habíamos votado por él, pero creíamos nuestro deber ofrecerle nuestro estudio y reflexiones.

El presidente en esas horas nocturnas escuchó sin prisa e hizo preguntas inteligentes durante un par de horas. Luego, ya de pie y más informalmente, me dijo: “Yo no creo en los partidos, ni siquiera en el mío; yo creo en los militares, que es donde me formé”. Y seguramente, en referencia a la superación de la pobreza agregó: “tenemos que inventar una nueva economía”. En ninguna de las dos afirmaciones mintió: implantó el militarismo con todas sus consecuencias y empezó a inventar una «nueva economía» y a difundir sus claves: “hay que eliminar la ganancia”, causa de la explotación y de la perversa riqueza y acabar (“exprópiese”) con la perversa empresa privada estatizando la economía.

Su falsa idea de que Venezuela es riquísima por la infinita renta petrolera, cayó en terreno abonado. Según ella nuestro problema no era producir la riqueza que no teníamos, sino repartir la que existía en abundancia desbordante. Esa oferta salvadora y populista fue aclamada por una Venezuela, ricos y pobres, deseosa de fortalecer el estado repartidor. Al poco tiempo los precios petroleros mundiales subieron multiplicados por 10 y el gobierno repartidor tuvo el viento a favor. Las promesas mesiánicas con una economía improductiva, y con la Constitución violada por el poder dictatorial del partido único, llevaron a la inocultable miseria y descomposición actual. Con reparto y saqueo, el país y sus instituciones, han sido arruinados y corrompidos, como nunca antes.

Hoy, aunque no lo quieran reconocer hacia fuera, todo militar y civil inteligente en el poder sabe que con este modelo no hay futuro; que el trabajo continuará con salario de hambre y seguiremos como campeones mundiales de la inflación saqueadora de ingresos. El descontento generalizado será ahogado por la represión y el miedo y el vacío de las despensas familiares alimentará el terrible éxodo de millones de víctimas del «socialismo del siglo XXI» y su milagro de país «rico» convertido en miserable.

El cambio imprescindible e inevitable

Con el poder concentrado en el Ejecutivo y los otros poderes sumisos a sus pies, el régimen autocrático puede ganar elecciones, pero de ninguna manera eliminar la pobreza y la miseria y el deseo de un país democrático de libertad y prosperidad para todos. Los militares son para defender la democracia, no para eliminarla; y la economía crece sin la revolución permanentemente de las fuerzas productivas, propia del capitalismo (Marx). La búsqueda de ganancia con economía de mercado es la base del esfuerzo creativo. Esta no deber ser eliminada sino encauzada y complementada en un marco democrático con pacto social firme para producir y organizar instituciones que lleven a que todos sean productores y beneficiarios del bienestar.

Los sometidos al Bloque Soviético así lo entendieron con sufrimiento; todo él se derrumbó por dentro hacia una economía capitalista con un marco político autoritario. Así lo vio también el poder en China, que hoy es una vigorosa economía capitalista, controlado por el partido dictatorial comunista y antidemocrático. En Cuba pudo más la vanidad de Castro que no quiso reconocer su fracaso, se negó al cambio y está en un callejón sin salida con miedo, represión y miseria creciente.

Hoy los «revolucionarios» venezolanos -más inteligentes e informados-, saben que con este modelo no hay futuro e intentan mantenerse con un financiamiento delincuencial y atraer inversiones, permitiendo el “capitalismo salvaje” sin instituciones y despreciando el inmenso sufrimiento de millones de venezolanos. Quieren logros evitando la corrección del sistema y del modelo imposible, y consiguen que algunos empresarios lo acepten o se adapten; pero con este régimen es imposible la inversión multimillonaria de capitales y la productividad necesarias para que el trabajo en Venezuela sea vida y dignidad.

Cuanto antes las inteligencias y poderes del régimen acepten el cambio económico, el rescate de la Constitución, las elecciones presidenciales libres y justas e instituciones democráticas con apertura el mundo democrático, será menor la tragedia nacional y más eficaz y pronta la reconstrucción. Esta Venezuela necesita presión activa de los venezolanos y su reconciliación, para que juntos la hagamos resurgir de las cenizas. Eso no es posible sin las «negociaciones de México» (con ese nombre y lugar u otro) con decidido apoyo internacional. Esta «revolución» se acabó, aunque traté de continuar. Cuanto antes demos estos pasos menor será la tragedia y el sufrimiento.

Lamentablemente no vemos unidad, claridad y acciones decididas en los todavía aturdidos partidos de oposición y menos en el poder militarizado. Su propia historia los atrapa para no abrirse al grito de la sociedad y renacer democráticamente desde la sociedad civil y su dolor creativo. Esperar hasta 2024 significa agravarlo todo y hacer más difícil el renacer de una Venezuela libre, productiva, democrática y justa donde quepamos todos. Pero estamos en el capítulo final de esta aventura; capítulo que puede prolongarse, pero debemos hacer lo posible de un lado y otro, para abreviarlo y crear condiciones para renacer juntos como venezolanos reconciliados.

*Foto: AP

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