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Liberal y social | Por Luis Ugalde

Tourists go up the hill in the sunrise to shake hands The male traveler shakes the hand of the male traveler who is climbing to the top of the hill

El jesuita recalca la importancia de equilibrar las necesidades de desarrollo individual con los objetivos comunitarios. «En el bien común está el bien de cada persona. Somos libres para la sociedad y somos sociales para que florezca la libertad personal de cada uno»

Viví como estudiante en Alemania de 1966 a 1970. Una Alemania próspera y exitosa donde apenas quedaban visibles algunas cicatrices de la terrible guerra y destrucción, que veinte años antes hubiera parecido irrecuperable. Ahora se hablaba del “milagro alemán” -gracias a la “economía social de mercado”- dirigido por el gobierno socialcristiano. La Alemania Occidental recuperada hacía de locomotora de toda Europa que renacía como social y liberal, donde el trabajador vivía mucho mejor que en el “paraíso comunista” de dictadura de partido único y de dominio soviético.

Cuando a lo social se le engancha el “ismo” del social-ismo de la felicidad estatal impuesta por el partido único -perpetuo y excluyente de lo liberal- las sociedades aceleran su fracaso. Por otro lado, si a lo liberal se le añade la cresta “neo” del gallo de pelea excluyente, crece la economía pero también el sentimiento de exclusión social de las mayorías.

Por ejemplo, Chile

Hace 50 años en Chile agonizaba el gobierno socialista de Allende que terminó trágicamente con la imposición de la bota sangrienta de Pinochet. Es llamativo que ahora, luego de medio siglo del supuesto rotundo éxito neoliberal, vuelve el socialismo con Gabriel Boric, elegido presidente salvador por amplia ventaja con 55,87% del voto nacional.

La primera década de Pinochet fue de brutal represión con muchos miles de muertos, presos y exiliados y de fracaso económico y miseria social, algo aliviada por ollas comunes y sopas de caridad para sobrevivir. Luego el pinochetismo guiado por las ideas neoliberales de la Escuela de Chicago trajo un crecimiento capitalista y en los últimos 40 años veníamos oyendo de los grandes y sostenidos éxitos. Luego de marginar pacíficamente al dictador Pinochet y abierto de nuevo el libre juego de los partidos democráticos, se pensó que podía avanzar la democracia social sin poner en riesgo la dinámica económica. Como las cifras de crecimiento económico sostenido, de reducción de la pobreza y de disminución de las distancias sociales reveladas por el coeficiente de Gini eran las mejores, el camino chileno debía ser imitado por el resto de América Latina.

Cuatro décadas después, de la noche a la mañana la calle se pobló de protestas multitudinarias. Millones de jóvenes y de pobres consideraban que la educación y los servicios de salud eran inalcanzables y las distancias sociales insultantes; exigían desandar lo vivido como éxito y prosperidad nacional. La protesta de la calle y sus aspiraciones fueron acogidas por una Constituyente para cambiar de raíz toda la sociedad, exigiendo desandar lo vivido durante 40 años e implantar una sociedad sin pobres ni desigualdades chocantes. En ese clima, la mayoría chilena -democráticamente- eligió un joven presidente izquierdista, que una década antes había liderizado protestas estudiantiles. Pero no es lo mismo el “voto protesta” que elegir para hacer un buen gobierno.  

A juzgar por sus nombramientos, declaraciones y primeros pasos, el joven presidente Gabriel Boric es inteligente y trata de mantener la promesa de toda la felicidad estatal socialista, pero sin perder los logros realistas ni espantar la dinámica económica del capitalismo liberal. Por el camino que van, la Constitución será idealista y maximalista, pues el papel lo aguanta todo.

Pero Boric sabe que para hacer un buen gobierno no bastan promesas, ni discursos. Para no perder lo ganado y convertir en realidades lo que en la Constitución refundacionista apenas son deseos y desahogos, hay que tejer las aspiraciones con la realidad y sus posibilidades. De lo contrario, cada frustración pasa factura y los que ayer lo aclamaron mañana pedirán su destitución. Quien dice Chile dice Perú, Colombia, Argentina, Brasil… Solo irán logrando libertad y prosperidad para todos si actúan como liberales sin “neo” y sociales sin “ismo” estatista. Para ver las cenizas dictatoriales de la utopía estatista socialista basta mirar a las tragedias de Cuba, Nicaragua y Venezuela.  

Humanos para hacernos sociales y libres 

¿Somos millones de “yos” cada uno completo en sí y buscando su interés, pero de tal manera constituidos que con solo buscar cada uno lo suyo logramos la armónica felicidad de todos? ¿O esos millones de “yos” buscándose así mismos llevan a una sociedad de lobos que se afirman agrediendo y destruyéndose unos a otros?

¿Somos liberales o sociales? Cuando lo liberal y lo social se excluyen, las sociedades no se humanizan. El misterio de la vida humana no es comprensible sin la sabiduría espiritual y grandeza moral de pasar del yo al nos-otros, sin negarse ni negar al otro: el yo lleva en sí al otro y el nos-otros acuna al yo, de manera que salirse de si para encontrar al otro es encontrarse en él; algo muy distinto de la suma de millones de “yos” en competencia y exclusión. El misterio humano se expresa en la frase de Jesús: dar la vida por otro no es perderla, sino encontrarla y encontrarse en el Amor (Juan 12,24 y 15,13). No son frases sino la vida e identidad de Jesús resucitado que no es una verdad externa a lo humano, sino misterio y vivencia de toda persona, aun de los que se consideran ateos o agnósticos.

El animal humano en sí es individuo autónomo de otros, pero se siente llamado a hacerse persona: un camino de humanización, haciéndonos libres y sociales. Nos hacemos personas con el reto político de crear una sociedad con instituciones y Estado que logra la sinergia entre lo liberal y lo social, confianza y solidaridad, lo personal y lo comunitario. En el bien común está el bien de cada persona. Somos libres para la sociedad y somos sociales para que florezca la libertad personal de cada uno.

Foto: Freepik.es

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