El docente de 29 años coordina la división educativa de la Municipalidad Metropolitana de Lima y conduce un proyecto de integración de niños y niñas migrantes víctimas de xenofobia 

Muchos de los primeros pasos de Ángel Iglesias (Valencia, 1992) estuvieron vinculados con la espiritualidad, desde temprana edad. De orígenes modestos, siempre tuvo la necesidad de enraizar su fe y explorar continuamente sus creencias: ya sea en su primer contacto con la Iglesia. tras convertirse en monaguillo. o iniciando sus procesos de socialización dentro de grupos parroquiales.

Sin embargo, no fue hasta su primera incursión en el área de la docencia -como profesor de catecismo- cuando algo despertó dentro de sí: una necesidad de conectar con la vulnerabilidad ajena, de “conocer las necesidades del otro y ver cuáles se pueden atender”.

Antes de egresar de la Escuela de Educación de la UCAB, en el año 2016, Ángel ya formaba parte de la planta profesional de la universidad, desde la Dirección de Proyección y Relaciones Comunitarias; mientras se encargaba del diseño de actividades formativas en zonas aledañas a la universidad, también ejercía como profesor en cátedras institucionales, experiencias desligadas “no del todo del fin religioso, pero sí más cercanas al ser humano” y sus procesos personales.

Convencido de que, con su formación, podría hallar un camino de éxito -y servicio- en otros contextos de Latinoamérica, decidió emigrar a Perú en el año 2017; allí incursionó en la consultoría de proyectos educativos y sociales dentro de reconocidas empresas locales. Sin dejar de lado su vocación docente, dos años después entró en la Municipalidad Metropolitana de Lima; en esa dependencia se encarga de conducir el área de educación en la Gerencia de Educación y Deportes del órgano de gobierno local de la provincia más poblada de la capital peruana, mientras lleva a cabo un proyecto de voluntariado enfocado en las poblaciones migrantes infantiles.

Desde la ciudad inca, el ucabista de 29 años compartió su relato de reflexión y pasión por el servicio, con el que aspira -sin ningún tipo de egos- ser ejemplo de la excelencia que se gesta en la casa de Montalbán.

 

Años formativos, de lleno en la comunidad

Ángel proviene de la humilde parroquia Santa Inés (en Valencia, estado Carabobo), un contexto que -a su criterio- influyó en su vocación de servicio y orientación religiosa. Al terminar sus estudios de primaria y secundaria, empezó a “soñar con otras oportunidades”. Sin salirse de su área geográfica, se enroló en la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Carabobo (UC).

“Por suerte, desistí rápidamente de esa idea. A esa edad, mi mayor deseo era servir y atreverme a hacer algo diferente. La UCAB siempre ha sido, para todo el país, una referencia en cuanto a educación. Para mí, estudiar en la UCAB era una utopía que, en la medida en que me fui acercando a la Iglesia, se convirtió en una realidad”, aseveró.

Establecido en Caracas, entró en la Escuela de Educación ucabista en 2012. Por cuatro años, aquel sello espiritual que caracterizó su recorrido adolescente marcó la pauta de sus primeros escalones profesionales: desde sus aportes en asesoría pedagógica y comunitaria en la Asociación Civil Huellas y en el programa Comunidad Universitaria Padre Alberto Hurtado (CUPAH), hasta sus pasos por la Dirección de Proyección y Relaciones Comunitarias de la universidad, donde coordinó actividades en la parte alta de La Vega.

“Coordinar implicaba un sinfín de cosas. Era vincular la academia con el barrio, con la intención de poder generar mejoras en el tejido social. Recuerdo, por ejemplo, el diseño de actividades con la embajada de Canadá o la Fundación Telefónica. Fueron alianzas con las cuales, en su momento, me sentí muy pleno”.

Casi seis años después de haber egresado como licenciado en Educación, mención Filosofía, Ángel da las gracias a la UCAB por todo el apoyo recibido de quienes fueron antes sus docentes, por “una orientación de servicio, auténtica y desde la alegría”. Fueron estos colegas quienes, en 2017, lo animaron a que decidiera “saltar al vacío”, a un nuevo destino, a un nuevo país.

 

Explorando y asentándose en tierras incas

El valenciano rememora su episodio de migración como una experiencia planificada, meditada, pero «muy amarga». Se fue al Perú por dos razones: para mantenerse en el continente latinoamericano y debido a las «oportunidades tan integrales de desarrollo profesional que tenía el país». Al llegar, se enfrentó con un amplio abanico de oportunidades, pero también de desafíos.

Por dos años, entre 2017 y 2019, el ser docente ucabista le abrió muchas puertas: le permitió sobrellevar su experiencia como migrante, mientras tocaba las puertas de institutos reconocidos dónde estuvo como consultor de proyectos en alianza con Colgate-Palmolive y Linking Organic Foods, S.A. Durante esta etapa, no dejó de lado la formación: hizo dos maestrías: una en Gerencia Social (Pontificia Universidad Católica del Perú) y otra en Administración pública/privada y servicios sociales (Universidad EAFIT, Colombia).

Con estos nuevos títulos en su currículum, Ángel entró en la Municipalidad Metropolitana de Lima, pasando de educador a coordinador de programas pedagógicos, hasta que «gracias a mi proactividad y disposición inmediata», llegó al cargo que actualmente desempeña: jefe de Educación en la Gerencia de Educación y Deportes en la MML.

En su labor como funcionario público en un país que no es el suyo le han funcionado las herramientas obtenidas como profesor. Dos de ellas -la comprensión holística del niño y la promoción de valores comunes- sirvieron de base para la creación de un proyecto de voluntariado gestado en sus tesis de maestría: «Resilientes». Aquí, quiso explorar variables como la discriminación y la xenofobia, y su impacto en los estudiantes migrantes de educación básica regular.

«Quería generar procesos de integración entre los chicos de primaria, que pudieran interactuar entre ellos y hacerlos entender que, aunque son de culturas diferentes, tenemos la posibilidad de desarrollar los mismos valores», destaca.

Iglesias confirma que los resultados reportados con los programas de concientización de «Resilientes» han sido muy favorecedores. Empezó en pequeña escala -con los núcleos familiares de instituciones educativas del distrito de San Juan de Lurigancho (Lima)-, pero tiene perspectivas de masificación.

«Las grandes brechas que existen en cuanto a servicios básicos y que las causas no varían entre estos distintos países. Proyectos como «Resilientes» nos dan una oportunidad de atender, incluso, problemas estructurales a nivel latinoamericano».

El educador ucabista: formado para la excelencia

Ángel Iglesias lleva cuatro años sin pisar un aula de clases. Siempre se ha propuesto impartir y transmitir sus conocimientos en contacto directo y pleno con el otro. La UCAB, como academia y “lugar seguro”, considera que fue fundamental para internalizar estos mecanismos de apoyo. “No solo me preparé para ser un buen profesional, me preparé para ser un buen líder. Desde la educación o el servicio público, no solamente rompemos barreras, sino que cambiamos vidas y sus condiciones».

A los próximos educadores de la UCAB -en los que asume prevalecerá siempre una apuesta por la esperanza y por la mejora del colectivo- les hace un recordatorio con el que parece buscar aliados: “Chicos, nos toca una labor inmensa: la de mantener la fe y la seguridad de que, desde nuestra trinchera, podemos hacer las cosas bien”. Estos ucabistas, dice, saben qué es lo que tienen que hacer para sumar cada día más a su contexto, pues “hemos sido formados por y para la excelencia”.

♦ Texto: Daniel De Alba Suárez / Fotos: Cortesía Ángel Iglesias


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