Érika Moreno, cursante del sexto semestre de Letras, adentra a los lectores en Los Ángeles del Tukuko, comunidad del estado Zulia que visitó como parte del programa de inserción social en zonas rurales que adelanta la UCAB. En el texto, la joven narra su contacto con la cultura yukpa y recuerda su convivencia con el recién fallecido fraile Nelson Sandoval
Con la llegada al Zulia se puede observar el cambio en el ambiente, tierra en donde reina el sol, el calor y la característica gaita que todo el pueblo venezolano en algún momento de su vida ha escuchado. Al acercarse al puente de Maracaibo, con aguas profundas a izquierda y derecha, es inevitable poner a sonar en la mente el popular “cuando voy a Maracaibo, y empiezo a pasar el puente, siento una emoción tan grande que se me nubla la mente”, mientras la tierra zuliana da la bienvenida a los jóvenes ucabistas llenos de esperanzas, temores y preguntas por la aventura que los aguarda.
A un par de horas del municipio Machiques, atravesando una árida carretera en donde al caer el sol reina la oscuridad y el silencio -y envuelta en una nube gris anunciando la posible llegada de una tormenta- se puede observar el nacimiento de la Sierra de Perijá, con una grandeza y autoridad capaces de congelar y maravillar a cualquiera que la observa. Miembros de la etnia yukpa y mestizos se encuentran por ambos lados de la vía, corriendo, jugando y «cobrando peaje» a quienes desean continuar su travesía.
No es hasta luego de tres eternas horas de recorrido, engañados por el “ahí mismito” de los zulianos y acompañados por nuestro canto junto a una guitarra, cuando llegamos a ver el cartel que anuncia la llegada a Los Ángeles del Tukuko. En medio de nuestra felicidad por arribar al destino, se levanta una majestuosa iglesia turquesa iluminando el final de la oscura calle y se siente la bienvenida por parte del fray Nelson Sandoval, párroco de la misión, quien transmitía cercanía y comodidad con sus shorts rojos, camisa blanca y sandalias, acompañado de unos rizos blancos brillantes y una larga barba. Después de todo, no es de extrañar que los yukpas lo llamen «pishirumu», o “pelo de pájaro”.
Junto a algunos jóvenes y adultos que habitan en la misión -y en compañía de las hermanas Petra y Olga- nos dan la bienvenida e indican los caminos en los cuales pasaremos los próximos días, para acomodarnos y comenzar lo más pronto con las labores que hemos pensado.
Desde que comienza el día y se inician los primeros contactos con los habitantes del Tukuko, se pueden conocer ciertas realidades de la vida en este lugar. Las complicaciones con los servicios básicos –agua, electricidad, gas– nos acompañan durante todas las jornadas: desde los cortes eléctricos que dejaban a todas las calles en tinieblas, hasta ver a las personas lavando en el río o la preocupación por la situación de los pocos electrodomésticos. También impactan la precaria situación dental, los problemas de desnutrición o los parásitos o la malaria que padecen muchos de los lugareños, así como genera sorpresa encontrarse con niños que se te quedan observando la sonrisa y se maravillan al verse en una fotografía obtenida de un teléfono, tan cotidiano en nuestras vidas citadinas.
A las orillas de la Sierra de Perijá se encuentra la misión católica en la que nos hospedamos, la cual fue fundada el 2 de octubre de 1945. Seis años después, en 1951, fue cuando se construyó, con ayuda de hombres yukpas, la estructura conocida hoy en día, edificación que posteriormente será habitada por las hermanas de la Caridad de Santa Ana, quienes se encargarían de la tarea educativa para el beneficio de los niños y jóvenes de la comunidad y áreas cercanas: desde yukpas hasta barís, pero contando incluso con la presencia de wayuu y pemones.
Actualmente se pueden encontrar entre 700 y 800 niños que llegan desde temprano para recibir alimento, participar en actividades escolares y recreativas, mientras observan la unión de sus raíces con los postulados cristianos, no para olvidarse o eclipsarse, sino para complementarse; un ejemplo de ello es el aprendizaje del padrenuestro en yukpa.
Invadida por la curiosidad y con deseos de saber mucho más, comienzo a preguntar día tras día sobre las diversas costumbres y tradiciones y la relación de estas dentro de la comunidad. Niños, adultos y ancianos son los responsables de ir trazando un camino lleno de información y experiencias. Por medio de la palabra «machporem» –que en la lengua yukpa hace referencia al “padre de todo”- nos explican que esa es la manera que ellos encontraron para comenzar la creencia en el Dios cristiano sin abandonar la impartida por los «atánchas» –personas antiguas, ancianos sabios–, haciendo especial mención a Osémma, el dios que se encargó de dar el verdadero alimento al pueblo: kūbi, pāru, mi, scha, kū, yāme –auyama, caña de azúcar, maíz, batata, ocumo, ñame–. Una vez que todas estas semillas salieron de su cabeza para ser plantadas y cuidadas en el conuco, dicen que Osémma se aseguró la alimentación y el trabajo de los habitantes.
Con ayuda del fray Nelson y el profesor Luis Michi, cada día dentro de la comunidad se nos comparte una nueva creencia. El canto y baile como muestra de agradecimiento son constantes durante nuestra estadía, nos comparten sus canciones y el significado de sus letras que llegan a través de los sueños. Nos encontramos con vestimentas elaboradas con pieles de animales y hojas para la protección contra del frío, en compañía del maquillaje rojo y negro, con sombreros de paja adornados con collares de semillas silvestres como las lágrimas de San Pedro.
Pero lo que más resalta, en la narrativa yukpa, es la representación de Piyistaku como un hombre que se convirtió en montaña, asociado a la ceremonia en donde una «samaya» –doncella– debe aislarse para tejer artesanías durante su primera menstruación, entrelazando la concepción del atáncha, amorcha y amichana –pasado, futuro y presente– con el predominio del número 3 y la manera en la cual la vida humana se desarrolla en una olla gigantesca a la espera de que esta estalle por el calor y la presión.
Es sorprendente encontrarse con un choque cultural tan notorio y al mismo tiempo tan armónico, entre ropas con semillas y hojas de palmito, acompañadas con la vestimenta occidental de camisas, jeans y crocs, e incluso la presencia de mujeres como caciques. También destaca la entrega con que fray Nelson ayudaba y servía a todos los miembros de la comunidad, además de ver cómo contaba –y continúa contando a pesar de su fallecimiento– con el cariño y apoyo de los indígenas que hacen vida en las distintas comunidades*.
A pesar de las dificultades, cada experiencia dentro de la comunidad es única e inigualable, llena de aprendizaje y contacto humano genuino, con oportunidades para encontrarse con el otro y reconocerse a sí mismo frente a una realidad completamente diferente a la acostumbrada. Es increíble la manera en la cual se puede conectar con el otro por medio de algo tan íntimo como la mirada, sintiendo atención, curiosidad, amistad, hermandad, humildad e incluso compasión.
El poder escuchar, observar, y tocar la cultura yukpa es sencillamente hermoso: escuchar sus historias y creencias, realizar sus actividades, participar en sus juegos, probar sus alimentos tradicionales y aprender parte de su lengua demuestran cuánto se puede descubrir al crear un vínculo que parte del verdadero interés.
Conocerlos, escucharlos, verlos, que se abran contigo aunque no te conozcan y a pesar de las carencias, es genuinamente maravilloso. Al final, se trata de conectar, a pesar de lo que consideramos barreras. Como bien dijo el fray Nelson: “Más que la barrera del lenguaje, es el lenguaje del amor”.
♦Texto: Érika Moreno. Estudiante de 6to semestre de Letras y participante de PAZando 2022 / Fotos: Michelle Artiles y Érika Moreno
*Fray Nelson Sandoval falleció el 11 de junio de 2022, como consecuencia de complicaciones por Covid-19.
PAZando es un programa de inserción social universitaria -organizado y promovido por la Dirección de Identidad y Misión de la UCAB- a través del cual estudiantes de la casa de estudios viajan a distintas comunidades rurales de Venezuela, con el fin de conocer la realidad que viven sus habitantes, intercambiar experiencias y ofrecer apoyo y atención desde sus carreras y área de competencia. El programa forma parte de las iniciativas de la UCAB que apuntan a la formación de profesionales integrales, empáticos, solidarios y comprometidos con los sectores vulnerables.
Este texto es resultado del segundo taller de acercamiento a la crónica breve «RePAZando el cuento», una de experiencias formativas organizada para los participantes del programa -antes de introducirse en las respectivas comunidades- con el fin de prepararlos para dejar testimonio escrito de su viaje.
Para más información sobre PAZando, y otros programas e iniciativas de la Dirección de Identidad y Misión UCAB, está disponible sus cuentas de Facebook e Instagram: @ucabmagis.
PAZando volvió en 2022 para despertar emoción y sensibilidad en los ucabistas