La estudiante de Comunicación Social de la UCAB, Victoria Vera, relata su encuentro, en un caserío del estado Portuguesa, con Magaly Mendoza, una mujer «luchadora y guerrera» que se ha convertido en guía y ejemplo de su familia y vecinos. Vera participó en PAZando, programa de inserción social en comunidades rurales que lleva adelante la universidad
Hay historias que marcan un antes y un después en la vida. La de Magaly Mendoza es una de ellas.
Había sido un día muy movido conociendo la exuberante llanura de Acarigua. Entre vacas, búfalas, caballos y muchas risas se nos pasó la mañana volando. A eso de las 12:00 pm nos bajamos en un pueblito, en el medio de la carretera, a 13 kilómetros de Araure, enfrente de una casa hermosa completamente azul rey, con el fin de conocer a una de las mujeres que coordina y participa en los laboriosos comedores de ese sector llamado Camburito, donde residen 263 familias y alrededor de 725 personas.
Seguidamente, entramos a la casa. Entre hojas y pollitos fue el recibimiento. Había tanto que contemplar que no sabía a dónde mirar. En la esquina había unos cerdos, uno grande y otro más pequeño; en el centro estaba el fogón, con la cocina y una mesa de madera, rodeados por majestuosos árboles, los más cercanos principalmente de naranjas y, a su vez, muchos más animales: 12 paticos amarillos pegados a su madre, un gato color caramelo, pollitos y gallinas.
En el centro de todo eso estaba ella esperándonos: una morena particular de 48 años de edad, cabello color negro azabache liso hasta los hombros, una sonrisa «Colgate» y unos ojos bien brillantes, los cuales siempre cautivaron mi atención porque parecía que hubiese llorado; de hecho, fue lo primero que me cuestioné en la cabeza -¿La hicimos llorar y no me di cuenta?-. Mucho después entendí que ese destello propio en su mirada es la luz que emana.
Así fue, con unos buñuelos en mano y demasiada curiosidad, como vivimos uno de los momentos más gratificantes de todo el viaje, conocer a Magaly Coromoto Mendoza Herrera.
Querer es poder, nos decía, y la verdad siento que esas trece letras le quedan pequeñas para todo lo que ha hecho y lo que ha superado. Magaly ama las abejas debido a que sin ellas no hay vida, tanto así que después de verlas en un programa de televisión, se decidió a tener su propio apiario. Con ayuda de un martillo armo el cajón, siguiendo los pasos de la tv, y luego de pedirle a Dios que la ayudará con su misión, al día siguiente ya tenía una colmena.
Al principio no fue nada fácil la manipulación, ella ingresaba sin ningún tipo de traje. ¿El resultado? La llenaron de tantas picadas, aunado a la hinchazón, que no pudo ni abrir los ojos durante tres días. Como para las guerreras los retos son su pan de cada día, se recuperó concientizando los aprendizajes y lista para volver al campo de batalla. Esta vez les habló, les rogó que no la lastimarán, que ella solo quería cuidarlas y producir miel; y como la naturaleza es tan sabia, a partir de allí se le acercaban y la lamían, en vez de pincharla, comenzando así su camino de dos años como apicultora hasta la actualidad.
Su aguerrida personalidad se construyó desde muy pequeña, al ser de las mayores entre 12 hermanos, seis hembras y seis varones nacidos en la Loma de Sanare, estado Lara. Conoció el valor del trabajo arduo desde los 7 años de edad limpiando fincas de café a machete. El regalo más bonito del Niño Jesús que recibió Magaly -y que tanto anheló- fue su primer machete y lima para molar, herramientas con las que trabajó de 6:00 am a 6:00 pm para poder ahorrar diariamente en una lata de leche de las grandes, y más adelante, comprar una finca a toda su familia con lo recaudado por ella, a sus cortos 13 años.
Para Magaly, no hay nada más «bacano» que ganarse las cosas sudándolas, porque “el topocho verde mancha”, enseñanza que inculcó a su hijo Luis Alejandro y que lo hizo merecedor de grandes frutos. Luis fue el único sobreviviente de los tres hijos de Magaly, los otros dos nacieron con enfermedades graves a raíz del esfuerzo físico que ella hizo durante el embarazo, cargando y trasladando bombonas de veneno para su siembra, lo que produjo consecuencias irremediables.
Luis Alejandro, a diferencia de su madre que no sabía leer ni escribir, culminó todos sus estudios; en el día era aprendiz en una empresa y en la noche realizaba sus estudios de pregrado. Siempre le tocaba caminar por las noches, incluso, algunas veces llegaba a la 1 de la mañana a su hogar, en otras ocasiones Magaly lo buscaba en su bicicleta. Hoy en día es ingeniero electromecánico y cumplirá 4 años en España, ya que al quinto año regresará a trabajar en la producción junto a su madre, de la misma forma en la que lo crió, cosechando y produciendo harina de plátano.
La pasión de Magaly siempre fue la agricultura, puesto que a través de ella pudo sacar a su familia adelante. Sin embargo, en la actualidad la producción agrícola en el estado Portuguesa ha disminuido significativamente. Según afirmó Osman Quero, presidente de Fedecámaras del estado, “el año pasado cubríamos el 30% de lo que necesita el país y este año apenas llegamos al 10% en producción agrícola” (cifras calculadas en 2019 y publicadas por Isglovi Alcalá en el portal de Fedecámaras Radio.
Además, la falta de insumos y herramientas para sembrar en grandes cantidades no es lo único que afecta a los agricultores; la inseguridad es otro elemento clave que perjudica el correcto desenvolvimiento de esta actividad económica, según Richard Fortunato, conductor del programa Informe Fedecámaras, situación a la que Magaly también tuvo que enfrentarse, porque se comían y robaban sus plátanos y ella detesta las injusticias, sobre todo, la de «personas vivas» que no se ganan lo suyo.
Por consiguiente, citó a 1.700 vecinos de todas las comunidades adyacentes, se puso de pie y pronunció el nombre de cada una de las que la habían robado y lo que se llevaron, declarando que, desde ese día existía una organización y que, «si Juan o Pedro de los palotes se le ocurría llevarse algo que no le pertenecía, iría desnucado». Gracias a su brío y vigor, detuvo la invasión de ladrones y fue curando Camburito, devolviéndole la seguridad y tranquilidad que lo caracteriza.
Uno está acá prestado y como no eres eterno, debes compartirlo todo desde el amor. Magaly dejó huella en nuestros corazones, nos enseñó el amor genuino, el valor de la lucha y lo placentero de dar sin preocuparse por recibir, entre otros aprendizajes incuantificables.
Días después nos dedicamos a conocer más de Camburito: en la escuela vimos jóvenes llenos de sueños y algunos otros desmotivados, hicimos un recorrido por la planta de potabilización, la cual ha estado detenida en numerosas ocasiones, fuimos a un río y también visitamos a una señora del pueblo. En cada uno de los sitios descritos, hubo un rostro con la misma luz y energía de Magaly, con una calidez humana indescriptible y con una fuerte convicción de superar cada uno de los retos que se presenten en la colmena de la vida.
♦Texto: Victoria Vera. Estudiante de 10° semestre de Comunicación Social y participante de PAZando 2022/Fotos: Leonel Molina
PAZando es un programa de inserción social universitaria -organizado y promovido por la Dirección de Identidad y Misión de la UCAB- a través del cual alumnos de esta casa de estudios viajan a distintas comunidades rurales de Venezuela, con el fin de conocer la realidad que viven sus habitantes, intercambiar experiencias y ofrecer apoyo y atención desde su área de formación. El programa forma parte de las iniciativas de la UCAB que apuntan a la formación de profesionales integrales, empáticos, solidarios y comprometidos con los sectores vulnerables.
Este texto es resultado del segundo taller de acercamiento a la crónica breve «RePAZando el cuento», una de las experiencias formativas organizada para los participantes del programa -antes de introducirse en las respectivas comunidades- con el fin de prepararlos para dejar testimonio escrito de su viaje.
Para más información sobre PAZando y otros programas e iniciativas de la Dirección de Identidad y Misión UCAB, está disponible su cuenta @UCABMagis en Facebook e Instagram.