Para el sacerdote jesuita, el resurgimiento del país está anclado al cese de la dependencia de la renta petrolera y a la promoción de la productividad del talento humano, con base en la esperanza y la honestidad
Fingir normalidad cuando el paciente está grave y requiere intervención urgente es una estupidez. Es el caso del régimen en Venezuela hoy. Desde 1916 surgió una Venezuela que un siglo después (2016) está de muerte; tragedia que exige cambio urgente y no falsa normalidad y bonanza. Ya no volveremos a lo que fuimos, ni con el actual régimen ni con el deseado rescate de la democracia.
Desde hace un siglo con la irrupción del petróleo, y su renta creciente, la despoblada Venezuela, rural, pobre y analfabeta dio un salto formidable y en muchos aspectos se puso a la cabeza de América Latina. El dueño del petróleo en el subsuelo, el Estado, se convirtió en eje y palanca de la transformación del país durante un siglo; hoy su destrucción y ruina nos arrastra a la pobreza y al estado de extrema necesidad, en muchos casos desesperada. No busquemos soluciones con las mismas fórmulas para recibir los mismos fracasos. Creo que el renacer será exitoso si partimos de la base de nuestro estado de necesidad y nos liberamos de este Estado petrolero cuyas ruinas actuales son más lastre que ayuda.
Hay algo que la destrucción no nos puede quitar: el talento humano y sus capacidades para recrear, rehacer y renacer a algo nuevo e inédito. Siempre nos viene a la mente el “milagro” del renacer de Alemania y de Europa de las ruinas del nazismo y de la guerra mundial. Con la guerra perdieron todo menos su talento y energía para renacer y rehacerse. Después de una guerra que destruye todo, la gente no se aferra a ilusiones pasadas y se rehace desde su extrema necesidad activando sus capacidades y la fuerza interior de su espíritu.
Si comparamos la gente venezolana de 1916 y la de 2016 (la que está en el país y la que tuvo que irse) veremos dos países profundamente distintos; el segundo con un equipamiento humano y capital social incomparablemente superior; el primero con 3 millones de mayoría pobre, rural y analfabeta y el segundo con 30 millones de mucha más educación (pasó de menos de mil estudiantes en educación superior a más de millón y medio), con profesiones y oficios productivos modernos, como lo han demostrado los millones de obligados a abrirse paso fuera del país remando contra corriente con solo su talento. La necesidad los obligó a activar su fuerza interior.
La política venezolana renacerá exitosa tanto más rápido cuanto antes se enraíce en este estado de necesidad que vive el país y supere los modos, hábitos y vicios que permitía la renta heredada. Ahora estamos obligados a nacer de nuevo descubriendo que sin las muletas quebradas del Estado somos capaces de hacer cosas productivas insospechadas.
En el siglo XX la población nativa se transformó y también se enriqueció con un nuevo mestizaje cultural productivo, con cientos de miles de migrantes que llegaron en grave estado de necesidad, expulsados por guerras, pobrezas y persecuciones. Con sus talentos renacieron ellos y millones de sus hijos ya venezolanos; y con los nativos cambiaron esa sociedad y produjeron otra. Se abrieron puertas al ascenso educativo y a oportunidades productivas como en ningún otro país. La mayoría de los doctores y profesionales de hoy son hijos y nietos de campesinos y emigrantes, con muy pocos estudios.
Todo ello es importante hoy para renacer y rehacer una República exitosa, pero no tiene vida sin “el sublime aliento que al pueblo infundió” el Supremo, que cantamos en nuestro himno nacional. Ese “sublime aliento” rompe las cadenas y aviva los valores republicanos de libertad, justicia y solidaridad; esa solidaridad que convierte a los habitantes en ciudadanos responsables que crean el “nos-otros” del bien común en sociedad. Ahora que nos han quitado casi todo, nos han puesto ante el formidable reto de re-nacer y re-hacer el futuro. De ese fuego del espíritu prendido como chispa en medio de la necesidad brotan valores y fuerzas creativas insospechadas y contagiosas: no de arriba hacia abajo, sino de dentro hacia otros «dentro» y de la interioridad personal a la ciudadanía, de lo privado a lo público. Es el “sublime aliento” espiritual que da vida a las organizaciones solidarias con reconocimiento y amor al otro. Las instituciones y la República en tiempos de calamidades catastróficas renacen de la necesidad cuando rehacemos la política y la nueva República que necesitamos, soltando el pesado lastre del ya ruinoso Estado omnipresente, dadivoso y quebrado.
A primera vista parece que hoy Venezuela es solo pobreza y carencia. Pero ahí está el talento humano llamado a transformar el país como ayer hizo el Estado con la renta petrolera. Tenemos que descubrir y apostar a la inmensa riqueza de talento, educación, capacidades, oficios, profesiones y valores de esos 30 millones que forman nuestra “cultura mestiza” de 2022, para desde ahí construir un Estado pequeño y eficaz controlado por la sociedad civil y no por intereses partidistas.
La política trata de lo posible, pero más que nunca de hacer que lo necesario sea posible y lo convirtamos en realidad con nuestro esfuerzo y valores. El renacer de Venezuela no será vuelta al pasado (aunque es importante la memoria histórica), sino el fruto de la necesidad y de los valores, de la siembra y cosecha de virtudes republicanas. No es que los venezolanos repudiemos la política, más bien la pedimos a gritos, pero una política que enlaza necesidad presente con valores y los convierte en factores públicos multiplicadores del amor y la solidaridad creativa. Ese amor al prójimo es el “sublime aliento que al pueblo infundió” el Supremo Autor, que busca que lo convirtamos en bien común y vida para todos.
(Caracas, 14 de octubre de 2022)
*Foto: Revista SIC