Nicoll Marcano, estudiante de Psicología de la UCAB, cuenta cómo se enfrentó a sus miedos y ansiedades durante su visita a la comunidad El Palmar, ubicada en el estado Bolívar, y cómo sus compañeros y guías sirvieron de apoyo durante su travesía comunitaria
Un autobús de 36 puestos, aún de noche. Solo los faros amarillentos, o más bien un poco anaranjados, apenas iluminaban la carretera. Era de madrugada cuando finalmente arrancó el transporte en el cual nos trasladamos a El Palmar. Los espacios eran estrechos y un poco incómodos, aunque las butacas de color azul oscuro eran grandes y el aire acondicionado estaba en la temperatura perfecta. Pero el tiempo que estuvimos sentados parecía inducir contractura en la espalda y la vejiga constantemente hacía llamados apremiantes. Las ventanas estaban cubiertas con cortinas azul rey, que una que otra vez abrí para saber qué había afuera, pero mi mirada solo se encontraba con plantas, algunas verdes, otras más secas como de un marrón claro. Desde aquel bus se notaba cómo, poco a poco, nos acercábamos a climas bastantes calurosos y de mucho sol.
Horas monótonas de aquel 11 de marzo; prometo que no recuerdo exactamente en qué momento llegamos a la Universidad Católica Andrés Bello extensión Guayana. Pero sí sé que estaba atardeciendo cuando una chica, Victoria, egresada y trabajadora de esta sede, muy alegre abrazaba a las personas que conocía de Caracas. Ella estaba tan feliz y yo tan asustada, pero al mismo tiempo impresionada de -por fin- encontrarme en la UCAB Guayana. Admiré todo lo que vi con mucho detenimiento, pero si me llevaran hoy a aquel lugar no pudiese identificar nuevamente dónde queda cada cosa; solamente edificios con jardines hermosos y aquella pasarela blanca vista desde lejos quedan aún en mi memoria.
Tal vez aún no había empezado realmente el viaje para mí, pero los monos comiendo galletas y pan sobre mi maleta me alegraron la mañana del 12 de marzo antes de llegar a lo que realmente sería mi viaje. ¡Ay!. Mejor me apresuro en presentarles a una amiga increíble que sí que me acompaña en mis aventuras; aún es imposible determinar su tipo de personalidad o estados de ánimo porque algunas veces se hace notar mucho, pero muchas otras se esconde como un camarógrafo en la película de mi vida. Sin más preámbulos, mi compañera, Ansiedad, se presentó.
Aunque mejor le llamamos por su diminutivo: «Ansi». Ella estuvo en el bus y también en Guayana pero, sobre todo, no me dejó sola cuando me tocó conocer a mis compañeros de El Palmar e irnos en una carretera llena de baches hasta aquel mágico pueblo. «Ansi» me habló en el camino varias veces, pero creo que la más importante fue cuando comentó que no tenía señal en su teléfono celular y eso no le gustaba para nada. Sin embargo, Simón la calmó.
Mi extroversión estuvo feliz con lo rápido que hablé y con cuánto me reí con ese montón de desconocidos, sin saber que no iba a parar de reírme en ningún momento durante una semana; solo imaginen lo terapéutico que puede ser reír tanto tiempo seguido y que solo parábamos para dormir.
Llegando al lugar donde nos quedaríamos, bajamos nuestras pertenencias del transporte y en el fondo se escuchaban niños jugando con una pelota en un lugar cerrado por el eco del pito de un árbitro. Mientras nos acercábamos al portón de donde venía dicho sonido, un mar de aplausos nos envolvió; unos 25 pequeños festejando en simultáneo a los citadinos con bolsos y maletas que veían llegar. Seguramente no entendían quiénes éramos o qué íbamos a hacer allá, pero aun así aplaudían para darnos la bienvenida.
De repente, al terminar de desembarcar todo, nos llamaron al templo y fue el primer ¡boom!. Era una iglesia hermosa, pequeña pero alta, muy cuidada y aseada, con una iluminación preciosa y columnas imponentes; sin duda alguna no me esperaba para nada encontrarme con tal visión.
Los días siguientes pasaron como mantequilla en pan caliente; creo que es el mejor momento para hablar de comida. «Ansi» alguna veces es chef y decidió cocinar en un par de ocasiones porque ella es un poco quisquillosa con lo que desea comer, pero eso sí se divirtió y rio silenciosamente con David, que no dejaba de inspirarle con cada ocurrencia y canto. Las empanadas y las panquecas, en mi perspectiva, quedaron de un color dorado o más bien como cobre, pero me hicieron feliz.
Recuerdo muy bien cómo se cocinó la carne molida, muchos aliños y todos colaboraron, un poco de sal, mostaza y salsa de soya, mientras César buscaba sigilosamente una salsa de tomate en la mesa de alimentos que no podíamos gastar completamente, pero que aun así lo hicimos por la sazón de aquella comida, mientras Marian limpiaba cada rincón y sin parar fregaba cada utensilio que empleamos. La pasta con carne molida con más amor que he cocinado, la hice en El Palmar.
Realizamos actividades muy específicas; conocimos la comunidad de aquel pueblo lejano del estado Bolívar con el atardecer tal como una pintura de arte; caminamos por la plaza, visitamos la emisora de radio, conocimos la estación de policía, bailamos con los adultos y jugamos con los niños. Un pueblo similar a los descritos en las novelas, y parecía que sería toda nuestra rutina, hasta que, de pronto, como un soplo llego el miércoles, el día que suelen acotar que es atravesado, intermedio, como si estar en la mitad fuese malo, pero yo creo que fue allí cuando todo empezó.
El desagrado hacia la bosta y tal vez el maltrato hacia los animales proveedores de lácteos fue una experiencia ingrata para mí, sin saber que desde allí los destellos surgirían. La distancia entre nuestros pensamientos se haría más estrecha y la confianza se albergaría en mi corazón con esta comunidad y con mi compañeros de viaje. Solo fueron inconvenientes de horario, de atención y de organización como integrantes del grupo, no más que eso, pero después de aquel altercado, todos mostramos nuestra vulnerabilidad más profunda en la bitácora de esa noche.
En aquel encuentro antes de dormir, en una mesa muy angosta y dentro de una cocina pequeña, sentados en sillas plásticas, dejamos fluir nuestro verdadero yo, dentro de la somnolencia de Simón y el silencio de David, las experiencias de Diego y Erika, la sabiduría de Conny; todo fue perfecto, sin baches, sin peros. Fue allí cuando oficialmente presenté a «Ansi» a El Palmar.
Y el gran día llegó, los compromisos se agolpaban sin cesar pero, sobre todo, los regalos y la hospitalidad de las personas no nos abandonaron, como si fuésemos unos príncipes y princesas con un itinerario apretado y recibiendo ofrendas a todo dar: quesos, catalinas, chocolate caliente y refrescos. Aun con el ajetreo de aquel día, «Ansi» decidió salir a pasear y conocer por ella misma lugares lejanos con caminos de tierra y destinos a tres kilómetros y medio. La verdad no sé a dónde fue ese día pero me dejó sola, me sentí en un remanso de tranquilidad, de luz y con una música hermosa de fondo.
Mientras el día pasaba me arriesgué a ser y estar lejos de mi compañera inseparable, a jugar volleyball junto a Lali y Ada, compartiendo nuestras primeras veces en un deporte, sumergiéndonos en la dinámica tan linda de protagonismo e integración de las niñas en todos los deportes, a amasar queso y jugar rugby con los niños. Ese día «Ansi» se llevó el miedo de lesionarme muy lejos de mí. Para mí ese día, ese lugar, ese pueblo se convirtieron en mi «happy place» mental.
Conexión con tantos seres vivos, desde las plantas de árnica, hasta la gallina y el caballo; pero sobre todo con los chicos del pueblo. Me sentí identificada en cada momento con los muchachos que nos enseñaron cómo montar a caballo, dónde comprar las mejores chichas y catalinas; nos acompañaron a las cuatro de la mañana a la hacienda y nos mostraron un cráneo de ganado que nombramos Miguel, el mejor recuerdo que nos pudimos traer a Caracas.
Ellos fueron nuestro verdadero punto de encuentro con la esencia de ese bonito pueblo. Cada historia contada me dio la oportunidad de entender las dinámicas que rigen su vida. Aún con sueños por cumplir, aman y defienden su raíces desde su espacio y tiempo. Gracias por tanto amor, por tanta paciencia y por darnos la oportunidad de sentirnos en casa en su casa.
«Ansi» no se quedó lejos, regresó a acompañarme como siempre, pero algo de esa visita la cambió. Creo que consiguió nuevos rumbos y le permitió reencontrarse consigo misma, con sus pasiones y vocaciones. Algunas veces no le reconozco cuando me habla y sé qué todo fue producto de aquel viaje. No está de más decir que «Ansi» también soy yo y me permití verla como un ente que soy, que amo y que anda en constante transformación.
Mi mente se quedó en aquella cena antes volver a partir a UCAB Guayana y tomar un bus nuevamente de madrugada con luces amarillas -o tal vez anaranjadas- que apenas iluminaban la carretera.
“¡Si nuestra amistad depende de cosas como el espacio y el tiempo, entonces, cuando por fin superemos el espacio y el tiempo, habremos destruido nuestra propia hermandad! Pero supera el espacio, y nos quedará sólo un Aquí. Supera el tiempo, y nos quedará sólo un Ahora. Y entre el Aquí y el Ahora, ¿no crees que podremos volver a vernos un par de veces?”
— Richard Bach
♦Texto: Nicoll Marcano. Estudiante de 6to semestre de Psicología y participante de PAZando 2023/Fotos: Cortesía Dirección de Identidad y Misión UCAB
PAZando es un programa universitario que se enfoca en la inserción social, el cual es organizado y promovido por la Dirección de Identidad y Misión de la UCAB. Los estudiantes de la universidad viajan a diferentes comunidades rurales en Venezuela para conocer la realidad que enfrentan sus habitantes, compartir sus experiencias y brindar apoyo y atención en sus campos de estudio y competencia. Esta iniciativa forma parte de la formación de profesionales integrales, empáticos, solidarios y comprometidos con los sectores más vulnerables.
El texto de Nicoll es el resultado del tercer taller «RePAZando el cuento», iniciativa formativa diseñada para los participantes del programa antes de que se adentren en las respectivas comunidades. El objetivo del taller es preparar a los estudiantes para que puedan dejar por escrito un testimonio de su experiencia en el viaje.
Si desea obtener más información sobre PAZando, así como otros programas e iniciativas de la Dirección de Identidad y Misión UCAB, están disponibles sus cuentas de Facebook e Instagram: @ucabmagis.