Valentina Marcano, estudiante de cuarto semestre de Letras, narra su experiencia en San Javier del Valle, internado técnico ubicado en las montañas de Mérida, donde pudo constatar cómo el sentido de pertenencia de alumnos y profesores genera lazos afectivos y actitudes positivas

El sábado 11 de marzo, después de recorrer cinco estados y llegar a Mérida para sentir que el ganado, los sembradíos, las casas pintorescas, los riachuelos y los locales de fresas con crema y pastelitos andinos estaban destinados a ser eternos, por fin llegamos al mágico destino de la semana: el hermoso San Javier del Valle.

Eran casi las ocho de la noche y nos acompañaba la lluvia, la neblina y el estremecedor frío al que creíamos que nos acostumbraríamos. Sin embargo, en la atmósfera del grupo, y a través nuestras miradas atentas y risas nerviosas, se podía percibir algo sutilmente: disposición. Disposición a ayudar, a confiar en nosotros como grupo y sobre todo a descubrir nuevas realidades en cada persona que conociéramos.

Parte de vivir tu vida es ver a los demás vivir. Pero esta vez, ver no era suficiente. Partimos de la UCAB sabiendo que, más allá de los talleres que dictaríamos o los trabajos en los que ayudaríamos, en San Javier teníamos una prioridad: involucrarnos con el lugar y sus personas, asegurarnos de que sus rutinas, sus formas de vivir el día a día, sus preocupaciones e incluso sus conversaciones fuesen también las nuestras.

San Javier del Valle es un instituto técnico que funciona como internado. La mayoría de los estudiantes se hospedan de lunes a viernes en el lugar y los fines de semana regresan a sus respectivos hogares. No obstante, también hay algunos alumnos que se alojan los fines de semana, y con ellos convivimos durante el domingo radiante.

Reunidos en las escaleras centrales, ante un sol refulgente y un Pico Bolívar cubierto por una bufanda de nubes blancas, entablamos conversaciones con algunos muchachos. Entre ellos estaba una estudiante de quinto año, hija de una de las profesoras del internado, que nos contaba de sus años creciendo en ese espacio. Entre anécdotas de monos visitando los tanques de agua, comentarios sobre su rutina que empezaba a las cinco de la mañana y relatos apasionados sobre su especialización en la parte agropecuaria, todos reconocimos en ella algo que observaríamos en las demás personas de la institución tras cada conversación: su sentido de pertenencia hacia San Javier.

A partir del sentido de pertenencia, definido como el sentimiento de arraigo que siente un individuo con un lugar determinado, se crean lazos afectivos que generan actitudes positivas hacia dicho espacio, como podría ser la iniciativa de participar en su desarrollo y generar experiencias que, luego, formarán parte de la memoria personal y colectiva de cada integrante del lugar.

El día lunes y el resto de la semana fuimos conociendo al señor Fernando, egresado de la institución que había vuelto en el 2020 para ayudar y pasar a ser encargado de toda la parte agropecuaria de la misma. Con él recorrimos gran parte de San Javier, caminando montaña arriba mientras nos mostraba a detalle y con suma pasión las distintas áreas que también forman parte de la institución educativa: la conejera, el gallinero, las vaqueras… hasta llegar a la primera cabaña que construyó el padre José María Vélaz (fundador de Fe y Alegría) al llegar a San Javier, por allá por los años setenta. Nos habló de la historia, de los procesos que se llevaban a cabo en cada lugar, de la cantidad de animales que tenían y de sus planificaciones para mejorar el futuro de San Javier, siempre repitiendo que ahora se dedicaban a “recuperar los espacios”.

Con eso entendimos que la institución, en diversos ámbitos, sufrió ciertas alteraciones tras la pandemia. Muchos proyectos habían quedado abandonados por un replanteamiento de prioridades en aquel momento, y la cantidad de personal que ayudaba en el instituto había dejado de ser la misma, al igual que la mano de obra para el trabajo de campo y el mantenimiento de las instalaciones. A pesar de eso, ahora se dedican a reverdecer cada rincón para que la institución pueda llegar a ser igual o mejor a como el pasado la conocía.

El señor Fernando es otro ejemplo del sentido de pertenencia que le inculca San Javier a sus estudiantes y casos como el suyo, es decir, de egresados que, tras años, vuelven al internado para colaborar con la institución, eran frecuentes, pues la mayoría de los profesores eran exalumnos. Incluso, el día jueves, conocimos a un graduado llamado Johan que ayudó durante la pandemia y de vez en cuando volvía para saludar y mantenerse al tanto de lo que ocurría en la escuela.

Actos simples como estos marcan una gran diferencia y, sobre todo, dan a entender que, más allá de las donaciones y los apoyos externos, San Javier es un lugar que mantiene su belleza gracias al amor que los alumnos y los exalumnos cultivan hacia la institución. El cariño por el lugar, las personas y las memorias que crearon allí es un incentivo suficiente para que ellos, así sea con una pequeña semilla, siembren un gran árbol que dé frutos a un San Javier cada vez más próspero y alegre.

Para concluir, la experiencia de PAZando no solo es visitar por una semana algún lugar que se nos es ajeno, ayudar y permitirnos ser vulnerables para entender esas otras realidades; también se trata de contrastar esa realidad que visitas con aquella que cotidianamente te rodea y hacer algo al respecto para transformarlas a ambas.

En Caracas, tal vez por lo rápido que parece moverse todo en comparación con el campo y otros factores, es inusual notar este sentido de pertenencia en las instituciones educativas. Para algunos el término es algo con lo que se topan solo en la universidad. En San Javier fui testigo del poder de este sentimiento, un sentimiento que no solo beneficia nuestros hogares (casas, colegios, universidades, países inclusive), sino que también nos llena como personas, ya que cumple una necesidad básica de los seres humanos: la necesidad de pertenecer.

De San Javier del Valle, junto a las increíbles personas que llegué a conocer y las encantadoras experiencias que viví, me llevo esta valiosa frase que en algún momento llegó a decir el señor Fernando: “Yo volví porque este es mi hogar”, y es que si sientes un lugar como tu hogar, es imposible no querer volver.

♦Texto: Valentina Marcano. Estudiante de 4to semestre de Letras y participante del programa PAZando 2023/Fotos: Cortesía Dirección de Identidad y Misión UCAB


PAZando es un programa universitario que se enfoca en la inserción social, el cual es organizado y promovido por la Dirección de Identidad y Misión de la UCAB. Los estudiantes de la universidad viajan a diferentes comunidades rurales en Venezuela para conocer la realidad que enfrentan sus habitantes, compartir sus experiencias y brindar apoyo y atención en sus campos de estudio y competencia. Esta iniciativa forma parte de la formación de profesionales integrales, empáticos, solidarios y comprometidos con los sectores más vulnerables.

El texto de Valentina es el resultado del tercer taller «RePAZando el cuento», iniciativa formativa diseñada para los participantes del programa antes de que se adentren en las respectivas comunidades. El objetivo del taller es preparar a los estudiantes para que puedan dejar por escrito un testimonio de su experiencia en el viaje.

Si desea obtener más información sobre PAZando, así como de otros programas e iniciativas de la Dirección de Identidad y Misión UCAB, están disponibles sus cuentas de Facebook e Instagram: @ucabmagis.


 

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