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El ayuno que yo quiero | Por Luis Ugalde

A propósito de la Cuaresma,  el sacerdote jesuita y exrector de la UCAB hace un llamado, inspirado en el profeta Isaías y en Jesucristo, a reconocer la maldad reinante en Venezuela y procurar la conversión verdadera. También critica la falsa religiosidad y aboga por cambios estructurales para superar la crisis humanitaria, económica y política, instando a una alianza de salvación nacional y elecciones libres

La Iglesia, antes de la Semana Santa, nos invita a un tiempo de 40 días de ayuno, de oración y de conversión. El Miércoles de Ceniza se abre la puerta de entrada con la exhortación “Conviértete y cree en el Evangelio”, mientras nos marcan la cabeza con ceniza en señal de arrepentimiento y de cambio.

El gran profeta de Israel, Isaías, hace unos 2.700 años le dice a su pueblo deprimido palabras ardientes de esperanza y de cambio, pero a condición de que reconozca la maldad reinante y cambie su conducta. Sus palabras proféticas hoy también son verdaderas, inspiradoras y de esperanza para el pueblo venezolano, que sufre males personales y desgracias nacionales.

El profeta recoge las quejas contra Yahvé de parte del pueblo sufriente: “¿Para qué ayunamos si tú no nos ves? ¿Para qué nos mortificamos, si tú no te das por enterado?” (Isaías 58,1-9). Y responde: porque “ayunan entre peleas y disputas, dando puñetazos sin piedad. No es grata a Dios la oración, mientras se maltrata al prójimo; el ayuno que agrada al Señor no son penitencias ni ayunos, ni vestidos de saco y de ceniza… (Isaías 58,3-9).

Siglos después, Jesús de Nazaret anuncia, de la manera más radical, la unión del amor de Dios con el amor al prójimo. “Lo que hicieren con uno de estos más pequeños conmigo lo hacen”. Y ataca la religiosidad meramente exterior y falsa de aquellos que oran ostentando vestidos y gestos penitentes, “como hacen los hipócritas en  y por las calles, para que los alaben los hombres” (Mateo 6,2).

Jesús pide sinceridad, humildad y profundidad para encontrarnos con Dios en nuestro interior: Tú, en cambio cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que no sepa la gente que estás ayunando, sino tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre que ve lo secreto te recompensará (Mateo 6, 6).

Pecados personales y estructurales

El actual naufragio de Venezuela es grave e inocultable. A dos tercios de la población les falta alimento, atención de salud, educación, trabajo, ingresos… Carencias que los condenan a la pobreza y degradación humana. Nunca en nuestra historia, millones de venezolanos se vieron obligados a abandonar el país en búsqueda de mejores condiciones de vida, porque aquí se les niega, aunque jamás el Estado venezolano recibió ingresos tan multimillonarios; pero el descarado saqueo de los recursos e ingresos públicos y la ineptitud del gobierno han convertido la riqueza nacional en empobrecimiento generalizado.

No se trata solo de faltas individuales, sino de “pecado estructural” con una política convertida en fábrica de miseria, de persecución y de maltrato a millones de venezolanos. Para cambiar esta economía derrotada, atraer recursos y promover inversiones y esfuerzos para que millones de venezolanos tengan trabajo digno y bien remunerado, y para que los servicios públicos sean una bendición y no un desastre, el cambio ha de ser estructural y efectivo; a quienes sufren pobreza y cadenas, de nada les sirven altisonantes denuncias antiimperialistas y promesas de paraísos; son necesarios cambios efectivos.

Nos guste o no, este barco nacional ha naufragado y corre el peligro de hundirse sin remedio. Nos hundimos todos, no sólo el gobierno, y es necesario el esfuerzo asociado de todos para mantenernos a flote y renacer como país. Es necesaria una alianza de salvación nacional para que Venezuela nazca de nuevo. Todo ello exige cambio político con elecciones libres y renovación total de Venezuela. A ello nos invita la Iglesia en esta Cuaresma:

El ayuno que yo quiero es éste, dice el Señor: abrir las prisiones injustas, hacer saltar a los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos, compartir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo y no despreocuparte del hermano. Entonces brillará tu luz sobre la aurora, tus heridas sanarán rápidamente; tu justicia te abrirá camino, detrás de ti la gloria del Señor. Entonces llamarás al Señor y te responderá; pedirás auxilio y te dirá: Aquí estoy. Si destierras de ti la opresión, y el señalar con el dedo, y la palabra maligna, si das tu pan al hambriento y sacias el estómago del necesitado, surgirá tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía” (Isaías 58, 6-10).

(Caracas, 29 de febrero de 2024)

*Foto: Reuters


 

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