Días antes de su fallecimiento, el sacerdote jesuita asistió a la premiación de más de 400 jóvenes participantes de las olimpíadas de historia que él ideó. Su último acto pastoral y ejercicio como docente fue una celebración a sus más de 50 años de trabajo educativo por y para las comunidades vulnerables
El padre Jean Pierre Wyssenbach, S.J., falleció el pasado miércoles 17 de julio, después de dedicar la mayor parte de sus 82 años de vida a promover e impulsar la educación de calidad en comunidades vulnerables del país, con devoción absoluta por los procesos educativos y el acceso a las oportunidades para todos.
Descrito por sus allegados como un trabajador incansable, una persona alegre y un líder carismático, el padre Wyssenbach nació en el País Vasco (España), el 14 de octubre de 1941 ,e ingresó a la Compañía de Jesús 17 años más tarde, el 7 de septiembre de 1958. Su llegada a Venezuela siguió poco después, en 1960, donde se estableció permanentemente, a excepción de algunos años de proceso formativo en los que aterrizó temporalmente en varios países de Latinoamérica y Europa.
Tras 12 años de intenso estudio, en los que se especializó en teología, estudios bíblicos y filosofía, se ordenó como sacerdote el 12 de julio de 1970, mismo año en el que regresó a Venezuela. Desde este momento emprendió su cruzada educativa en las comunidades más desfavorecidas y nunca se detuvo.
En 1976 llegó al que sería su hogar y su centro de operaciones, la parroquia La Vega, en el oeste de Caracas. Allí ejecutó su labor, no solo pastoral, sino también educativa, con un compromiso incuestionable.
El padre Wyssenbach tejió rápidamente una red de contactos en todas las escuelas del sector. Lo consiguió desde la cercanía y el tacto, recorriendo toda La Vega, subiendo y bajando escaleras, hasta dar hasta con el último de los colegios, hablar con sus maestras y compartir con los estudiantes.
Construir esta red abriría muchas puertas y posibilidades para estudiantes, docentes e incluso organizaciones e instituciones, entre ellas la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), casa de estudios en la cual Wyssenbach daría clases y también apoyaría el trabajo comunitario de la universidad que progresivamente daría origen a la Dirección General de Extensión Social.
Después de años construyendo estas redes, la directora de Promoción de la UCAB, Mercedes Morales, evidenciaría, de primera mano, la ardua rutina de Wyssenbach en La Vega, pues ambos formaron parte de la Dirección de Proyección a la Comunidad de la época (actual Dirección de Proyección y Relaciones Comunitarias).
“La primera vez que pisé La Vega con el padre Wyssenbach, me preguntó si conocía las escuelas de la comunidad. Yo le dije que sí, refiriéndome a los colegios Luis María Olaso y Andy Aparicio. Me respondió ‘usted no sabe nada’ y me llevó a recorrer todas las escuelas de la comunidad, a pie, subiendo y bajando escaleras”, recuerda Morales con una sonrisa.
Este compromiso era intrínseco a Wyssenbach, como lo demostró saliendo de su zona de confort cuando la Compañía de Jesús lo asignó a la parroquia San Ignacio en Maturín, en 2007, donde acabaría por multiplicar todo el trabajo que hizo en Caracas, visitando las escuelas de cada pueblo y caserío por el que pasaba, siempre involucrando a maestras y estudiantes en sus iniciativas.
Es por esa voluntad permanente que la UCAB, durante la gestión del fallecido rector Francisco José Virtuoso, S.J., le otorgó, en el año 2016, un Doctorado Honoris Causa por su labor social y educativa.
Grupo Utopía: Plantando semillas educativas
Fue gracias a esta constancia y dedicación, plantando semillas en cada colegio, como Wyssenbach podría cosechar años después su mayor aporte para el país. Se trata de Utopía, grupo comunitario centrado en el fortalecimiento del desempeño académico de los estudiantes de La Vega, a través de distintas iniciativas creativas con enfoques originales, operado de forma autónoma por miembros de la comunidad.
(Ver también: V Congreso de Innovación Educativa: «Requerimos una educación creativa, crítica y colaborativa»)
Según cuenta el propio clérigo, la idea surgió en una reunión con docentes y normalistas, en la que se buscaban alternativas para mejorar un bajo desempeño de los estudiantes en las aulas de clase. Inicialmente, se pensó en adoptar un sistema de clases de reparación durante vacaciones, pero la propuesta mutó hasta dar origen a lo que se conocería como ‘Liceos de Vacaciones’, un espacio en el que los alumnos más destacados de sus cursos eran reclutados para enseñar a otros estudiantes de grados inferiores en materias específicas, empezando con matemáticas.
«Nos planteamos qué hacer para ayudar a los niños y jóvenes del sector en sus estudios», relató Wyssenbach en un artículo publicado en la revista SIC de la Fundación Centro Gumilla.
En este espacio se desarrollaron cientos de profesionales, asumiendo los roles tanto de estudiantes como de profesores. La mayoría de ellos, embelesados por tan nutritiva experiencia, se quedaban durante muchos años apoyando y expandiendo el proyecto del padre.
José Javier Salas, exdirector de la Escuela de Educación de la UCAB y actual coordinador de Proyectos Especiales en esa dependencia, fue uno de ellos. Ingresó con apenas 11 años a Utopía y su colaboración se hizo perenne. Destaca que, en su gestión como director de Educación UCAB, se intentó hacer mucho trabajo comunitario, en gran parte por la vena social que desarrolló tras su paso por Utopía.
Salas es actualmente doctor en Ciencias. Como él, muchos otros aprendices de Utopía llegaron a la cima de la academia venezolana y trataron de aportar a la sociedad y a las comunidades desde sus distintas áreas de experticia. Para el educador, Utopía fue “una escuela de liderazgo”, pero además, representaba un camino virtuoso para superar la pobreza.
“En Utopía lográbamos generar espacios para que, en nuestra pobreza, la gente surgiera. Si tú eres capaz, desde tu campo de actuación, de convencer a la gente de que hay un camino, quizás más largo y escabroso, pero virtuoso, para mostrar que hay más que se espera de ti, logras que la gente entienda que la educación es el único camino virtuoso para superar la pobreza”, resaltó.
Por eso, desde Utopía surgieron cada vez más propuestas de corte educativo. Lo que empezó como un pequeño grupo creció exponencialmente hasta tener un alcance nacional y un impacto internacional. A los ‘Liceos de Vacaciones’ se sumaron además clubes estudio y la joya de la corona: las olimpíadas educativas.
Utopía organizó sus primeras olimpíadas de matemática en 1988, apoyándose en la atracción que generaban los Juegos Olímpicos que se celebraron en Seúl ese año. La idea era establecer una “marca olímpica” con la nota de 14 sobre 20 y hacer que cada maestra impulsara a su salón a promediar por encima de esa puntuación, para luego competir contra su propio récord y generar una progresión cada año.
“No nos contentábamos con que los alumnos pasaran de grado. Queríamos que pasaran bien preparados», acotaba Wyssenbach en la publicación de SIC.
Para la primera edición de las olimpíadas de matemática se sumaron 651 estudiantes de 21 escuelas de La Vega. Décadas después, las olimpíadas llegarían a una treintena de estados, pueblos y caseríos, además de abarcar también las disciplinas de historia, geografía y castellano.
A pesar del progreso, en la última década la influencia de Utopía y sus iniciativas ha disminuido, pero la intención de trabajo sigue allí, gracias a esas semillas que Wyssenbach cultivó a través de 50 años de educación en las comunidades.
Ese trabajo da lugar a su mayor legado, ese compromiso que logró inculcar en las cientos de personas que involucró en su misión por crear oportunidades. El padre generaba un efecto multiplicador que impulsaba a los demás a actuar.
“Tiene una generación incontable de personas formadas que son buena gente y que hacen cosas desde su campo de acción. Se pierde de vista la cantidad de ejemplos de personas que trabajan en cosas que tienen que ver por ayudar a los demás o logran que el trabajo termine en iniciativas que consistan en ayudar a los demás”, destacó Salas.
Compromiso hasta el final
Los últimos años del padre Wyssenbach fueron complejos, ya que fue afligido por diversos y continuos problemas de salud, a raíz de los cuales fue retirado de Maturín y trasladado a la enfermería del Colegio San Ignacio, donde se mantuvo hasta su fallecimiento.
A pesar de las limitaciones que le imponía su salud, que incluso lo llevaron a usar silla de ruedas, el padre mantuvo una vida pastoral activa, oficiando misas y asistiendo a tantos eventos como podía.
(Ver también: Cien años de educación jesuita en Venezuela | Por Luis Ugalde)
Aunque tuvo que desatender su obra en Maturín, ni su salud cortó su lazo con las comunidades pues, estando de nuevo en Caracas, asistía a La Vega con la mayor frecuencia posible. También trabajó en Chacao en este período.
Pocos días antes de su deceso, el sábado 13 de julio, acompañó el acto de premiación de las olimpíadas de historia, donde más de 400 estudiantes recibieron diplomas, su última labor como sacerdote. Luego, en la madrugada del miércoles 17, apenas horas después de que culminara el Día de la Virgen del Carmen, falleció.
“Quizás Dios le dio esa última premiación para despedirlo. Merece todos los aplausos que le dieron. Wyssenbach dio misa casi 30 años en la Capilla de Nuestra Señora del Carmen y la imagen que tienen varios sacerdotes es que la virgen se lo llevó”, sostuvo Salas.
Con la muerte del padre Wyssenbach se recuerda una obra de más de 50 años, que trascenderá su vida y permanecerá en el trabajo de cientos de personas que decidieron creer en la educación y en las oportunidades para las comunidades gracias a su labor.
La Extensión Social de la UCAB es el vivo ejemplo de ello, pues la red de escuelas de La Vega con la cual se conecta la Dirección de Proyección y Relaciones Comunitarias encuentra sus bases en el trabajo del padre décadas atrás.
“Él estuvo en la Dirección de Proyección a la Comunidad de la época. Su trabajo era fortalecer, apoyar y desarrollar la red de escuelas de La Vega, además de las Olimpíadas. El vínculo de la universidad con La Vega todavía se sostiene gracias a eso. Su legado fue la construcción de redes donde él estaba. Fue un constructor de alianzas, de calidad educativa”, resaltó Mercedes Morales.
♦Texto: Brian Contreras/Fotos: Archivo