El sacerdote e historiador Carlos Rodríguez Souquet comenta en este artículo que el rito católico propio del Viernes Santo fue iniciado por el padre Francisco del Castillo, en el año 1669, en el Virreinato de Perú

En 1771, el sacerdote ilustrado José Sáenz de Santa María, novohispano de nacimiento, se encargó del “Oratorio de la Santa Cueva” en Cádiz. La Santa Cueva se había convertido en lugar de devoción católica desde 1730, a raíz de la reunión de un grupo de hombres devotos que practicaban semanalmente la oración y los ejercicios espirituales asociados a la pasión de Cristo, bajo el nombre de venerable cofradía de “Disciplinantes de la Madre Antigua”.

Para 1783, se habían realizado los trabajos de renovación y ampliación de la Santa Cueva, conocida hoy como la capilla de la Pasión. Para la inauguración de la misma, el padre Sáenz encargó una pieza musical a Franz Joseph Haydn, “padre de la sinfonía y del cuarteto de cuerdas”, que fuera digna para la devoción del Viernes Santo. En 1787, la partitura estaba en Cádiz.

Originariamente se trató de música instrumental que, más tarde, fue enriquecida con coro y adaptado para cuarteto de cuerdas y para piano. Se trataba, pues, de siete adagios, de diez minutos cada uno. Entre cada uno de ellos, aquel viernes santo de 1787, se predicó cada una de las palabras de Jesús en la cruz que conservan los evangelios canónicos. El éxito fue tal que la obra se interpretó también en París, Berlín y Viena.

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Una devoción nacida en el Virreinato de Perú

Ahora bien, consta que la devoción de las siete palabras del Viernes Santo llegó a Cádiz, desde Perú, por medio de los jesuitas que residieron, hasta 1767, en el puerto de Santa María. Un hermano en religión, oriundo de tierras peruanas, era su creador.

En 1615, nacía (el hoy Venerable) Francisco del Castillo en Lima. Ingresó al noviciado de la Compañía de Jesús el 31 de diciembre de 1631 a los diecisiete años. Estudió humanidades, retórica, arte y teología en el colegio san Pablo de Lima. Fue ordenado sacerdote el 19 de abril de 1642. Hizo los últimos votos el 6 de febrero de 1650.

Su gran deseo fue ir de misionero a tierras no cristianas. Sin embargo, la obediencia le fijó la capital virreinal como morada. Allí trabajó con los esclavos africanos que, entonces, constituían los dos tercios de la población limeña. Fundó el hospital de san Bartolomé para los esclavos y el de san Lázaro para los enfermos de lepra. Además, tenía por costumbre predicar frecuentemente en el mercado del Baratillo, imitando así a san Ignacio en el mercado de la plaza Navona, en Roma.

Fundó dos escuelas en favor de los niños pobres y una residencia para las mujeres desasistidas. Un hecho relevante en la vida del padre Castillo fue el sermón, predicado en 1666, para protestar por la profanación de los cadáveres de ocho indígenas que planificaban una sublevación y para quienes se había solicitado sepultura eclesiástica.

El 29 de junio de 1669, el padre Castillo colocó la primera piedra de la nueva capilla de Nuestra Señora de los Desamparados.

Fue ahí donde se inició la devoción litúrgica del sermón de las siete palabras de Cristo en la cruz que, más tarde, se extendería a otras iglesias por todo el mundo. Para aquel momento, su carisma atrajo a una multitud y, pronto, las iglesias limeñas imitaron al jesuita.

La salud del padre Francisco se fue deteriorando y el 11 de abril de 1673 entregó su alma al Señor Jesús, cuya imagen mantenía el padre Messia ante la mirada del jesuita de las siete palabras.

Así nacía el ejercicio de piedad que llegaría a formar parte integrante de la liturgia del viernes santo en el culto católico hispanoamericano.

♦Texto: P. Carlos Rodríguez Souquet, profesor investigador del Instituto de Investigaciones Históricas UCAB/Imágenes: hjck.com (apertura), padredelcastillo.pe y jesuit.org.sg (internas) 


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