Lissette González
Cuando finalmente el Consejo Nacional Electoral anuncia que ha concluido el proceso de revisión de las firmas introducías para la celebración del referéndum revocatorio al Presidente Nicolás Maduro, cientos de miles de firmantes encontraron que su voluntad había sido desconocida. Con unos resultados que hacen sospechar sobre la imparcialidad del procedimiento, puesto que líderes políticos, militantes de partidos políticos y familiares de presos políticos casualmente no aparecen en la lista de firmantes. Pese a ello, quienes sí aparecen en el listado comienzan a organizarse para poder asistir en poquísimos días a validar su firma ante las sedes regionales del CNE.
Protestas por ausencia de alimentos se esparcen por las ciudades del país, así como saqueos a comercios de todos los tamaños. La represión muestra también su parcialización, puesto que son las personas humildes que claman por poder comprar la comida que necesitan quienes sufren con mayor crudeza la violencia de la policía y la Guardia Nacional.
Al pueblo venezolano le quieren quitar su voz y sus derechos.
En este escenario doloroso, donde no parece que haya fuerzas para pelear o probabilidades de tener éxito, aun existen los empecinados en construir un futuro mejor para todos los venezolanos: los que siguen yendo a trabajar aunque su sueldo parezca algo simbólico; los que documentan sistemáticamente las violaciones de derechos humanos, los que continúan apostando por el desarrollo social y la solidaridad, los que siguen con sus empresas abiertas pese a las pérdidas. Es decir, hay un grupo ampliamente mayoritario que se niega a claudicar y persisten en la terquedad.
A esos venezolanos no los vemos protagonizando las primeras páginas de la prensa, llena como nunca de tristes noticias. Sin embargo, su trabajo de hormiguitas es lo que permite que aun haya instituciones y organizaciones que siguen en pie. A su tenacidad debemos que la destrucción no sea completa.
Nuestro énfasis en las tristes noticias de cada día, comprensible y necesario para poder garantizar la sobrevivencia diaria en medio del caos, invisibiliza la esperanza que persiste y se traduce diariamente en la terquedad de quienes se niegan a dejarse vencer, a abandonar. Nuestra tarea es no olvidar que la esperanza no es solo una promesa de futuro, sino que está aquí cada día y está en la solidaridad y en la entrega que nos posibilita sobrellevar un día más.
La esperanza necesita convertirse en discurso que emociona, que une y que moviliza. Porque sin ello, corremos el gran riesgo de que ante las crecientes dificultades que un debemos enfrentar sean combustible para la violencia y la anarquía, con desenlaces imprevisibles. Y este discurso de esperanza es, por supuesto, tarea de los políticos; pero no solo de ellos. Académicos, intelectuales, artistas… cada quien desde sus capacidades puede contribuir a combatir la desesperanza. Y en este momento de puertas cerradas desde el poder al diálogo y las propuestas para el futuro, construir esperanza puede terminar siendo el único aporte que podemos hacer al país en estos tiempos que nos ha tocado vivir.